Se han suscitado últimamente nuevos debates acerca del eterno tema de la viabilidad del Sistema de la Seguridad Social. La discusión se centra sólo en aspectos estrictamente financieros, en donde se ponen de relieve una vez más los defectos inherentes a su forma de funcionamiento, que, desde sus orígenes, consiste en el llamado «sistema de reparto»: es decir, todo lo que entra por cotizaciones sale al instante en prestaciones (también se conoce como «sistema piramidal», y suele traerse a colación cuando estallan escándalos de alguna entidad o fondo de inversión que estafa a sus clientes inversores). En ningún momento entra en el debate la cuestión de su moralidad o inmoralidad social: todo el mundo parte de la base de la aceptación de este sistema de esclavitud, y de control y dominio de masas.
El origen de esta estructura se remonta a la Gran Bretaña del período de entreguerras. Nació en el entorno de los ideólogos fabianos, y fue el funcionario William Beveridge (Director de la London School of Economics entre 1919 y 1937) quien le dio su forma definitiva en sus dos famosos Informes Social Insurance and Allied Services (1942) y Full Employment in a Free Society (1944), cuyas políticas empezarían a implementarse por el Partido Laborista en la inmediata posguerra. Los demás Estados occidentales siguieron la misma pauta, encargándose los liberal-tecnócratas de su implementación en suelo español con la «Ley» de Bases de 1963, y la «Ley» definitiva de 1966. Una publicación sivattista resumía muy bien la situación al comentar el primero de estos dos textos (Marzo 1964): «En suma, el actual Estado lleva las cosas a tales extremos, impone una tal clase de socialismo estatal que, si mañana alcanzase el Poder un régimen socialista, sólo tendría que cambiar el nombre del Estado de hoy, pero no las estructuras montadas por ese mismo Estado».
Si se observa el título del segundo de los Informes Beveridge, se entenderá que esta organización de control de la Seguridad Social está íntimamente vinculada con la política del pleno empleo, es decir, con la imposición del trabajo forzado a la población como medio de cubrir sus necesidades. A este respecto, señalaba muy bien el Mayor Douglas, en un discurso de 1937: «El empleo como un fin en sí mismo, constituye una política concertada que puede encontrarse en prácticamente cualquier país. Constituye una política internacional; y procede del gran poder internacional en el mundo: el poder de la finanza. Es una política consciente, y es apoyada a través de cualquier argumento o fuerza a disposición de ese gran poder internacional, puesto que es el medio mediante el cual la humanidad es mantenida en una continua, aunque bien disimulada esclavitud. ¿Me permiten pedirles que despojen sus mentes, lo mejor posible, de todo prejuicio político y que consideren si la política fundamental de la Italia Fascista, la Rusia Soviética, los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña no es idéntica, y que ésta consiste –a través de variados métodos, pero con idénticos objetivos– en forzar a la población a que se subordine ella misma –por un número de horas al día muy en exceso de las realmente necesarias– a un sistema de trabajo?».
Es a este sistema de esclavitud al que Belloc denominaba Estado servil. Sabemos que nos repetimos mucho, pero es muy importante recalcarlo cuantas veces hagan falta: no tiene ningún sentido que la satisfacción de las necesidades económicas básicas de una población se haga depender de una previa vinculación obligatoria de sus miembros a un trabajo remunerado, cuando la realidad física productiva muestra que esas exigencias económicas pueden cubrirse perfectamente sin que sea precisa la incorporación del esfuerzo de toda persona de la comunidad considerada «laboralmente hábil», y todo ello sin perjuicio de nadie ni a costa de nadie.
La obligatoria vinculación de la percepción de un ingreso financiero a un trabajo formal, es una convención impuesta deliberadamente por el sistema financiero, a través del Estado revolucionario, que no tiene ninguna base o fundamento en la realidad económica. Para que la esclavitud fuera más tolerable, es por lo que se implantó el sistema de control de la Seguridad Social, consistente en la simple redistribución de dinero ya existente, y, por tanto, en el perjuicio de alguien para beneficio de otro. Un sistema financiero que fuera sano y correcto (es decir, que reflejara los hechos reales actuales económicos) nunca debería beneficiar a unos en perjuicio de otros, sino facilitar el bien de todos, esencia del bien común; y, por supuesto, nunca fomentar la esclavitud de las familias, sino su libertad económica.
Félix M.ª Martín Antoniano, Círculo Tradicionalista General Carlos Calderón de Granada.