Hasta que llegaron los castellanos

La fundación de Lima por José Effio (1845-1920), Museo de Antropología, Arqueología e Historia del Perú.

Todo logro de cualquier esfera del conocimiento es vano si no se procura para la mayor gloria de Dios. Es conocido que el Perú cuenta con una gran diversidad de culturas prehispánicas. La más conocida de ellas, la cultura Inca, lejos de haber sido una cultura cándida y fraternal, se caracterizaba por contar con diferentes ceremonias como la Capacocha, en la cual se sacrificaban a niños como ofrendas de gratitud al dios Sol por las buenas cosechas del año; o la Citua, en donde se pedía por la purificación de las enfermedades a través de oraciones y un bálsamo que contenía entre sus diferentes elementos la sangre de niños.

Hablar sólo de los portentos en arquitectura, metalurgia o textilería que se hallan en ésa o alguna cultura precedente al Virreinato de Perú, es inclinar la cabeza ante las barbaries perpetradas en contra de la dignidad humana. Y es que, hasta que llegaron los paladines de la Cristiandad, el obispo Hernando de Luque y los hidalgos don Francisco Pizarro y Diego Almagro para conquistar estas tierras y hacerlas católicas, el imperio incaico no era más que un fogón, donde cualquier excusa era válida para el sacrificio de inocentes. De esta forma, no es de extrañar que, a parte de nuestros ascendientes españoles, se unieron otras culturas como los huancas, huaylas, tallanes y muchas otras, con el objetivo de acabar con aquella fiereza.

Mas si alguien quisiera estudiar los verdaderos prodigios en las artes, ciencias y literatura que han nacido en Perú, les recuerdo que éstos solo son posibles si se ven iluminados por la fe de sus autores; es así como se dieron a conocer, por dar un minúsculo ejemplo, la pluma del doctor en Teología, Juan de Espinoza Medrano; cuyas prosas eran una «perla caída en el muladar del culteranismo», en palabras de Menéndez Pelayo. Encontramos también al pintor Diego Quispe Tito, cuyos lienzos se pueden hallar en la Iglesia de San Sebastián en la ciudad de Cuzco, donde trazó con profundo amor la Ascensión de Cristo en 1634.

En cuanto a la arquitectura, el barroco peruano nos regala diferentes iglesias basadas en una teología de la salvación, como era costumbre en sus tiempos; así se puede apreciar en las catedrales de Arequipa, Lima, Cuzco, y otras ciudades, y que fueron profundamente estudiadas por Antonio San Cristóbal. Muchas de estas obras que nacieron en el Virreinato de Perú han sobrevivido para ser admiradas y custodiadas por los peruanos de hogaño. Sin embargo, quienes sólo nacieron en aquel periodo dorado y que no se ha vuelto a dar en la actualidad, han sido los grandes santos.

Perú cuenta con cincos grandes santos, San Martín de Porres, Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano y San Juan Masías, todos ellos nacidos en el Virreinato; y es que es difícil formar santos en un ambiente no católico, bajo una teología de la liberación y en un clima extremadamente hedonista. Estas circunstancias actuales hunden sus raíces en la actuación de los felones y herejes José de San Martín y Simón Bolívar, que comandaron una cantidad grande de huestes ingleses que engañaron y agitaron la tranquilidad cristiana de aquella época, y es que se sabe, que cuando se le quita la fe a los pueblos, lo que impera es la ignorancia y la malicia de las personas.

Tal vez, la república del Perú no había encontrado a un mayor monumento al orgullo y la ignorancia como representante para el pútrido desorden temporal que se ha vivido durante los últimos doscientos años, no tal vez, hasta que llegó el Profesor Castillo. Por lo pronto, desde esta inhóspita trinchera, seguiremos luchando por restaurar todo en Cristo Rey, porque si hay algo que queda bien claro, es que estas tierras no conocieron la Palabra de Dios hasta que llegaron los hombres de Castilla.

Joel Antonio Vásquez, Círculo Tradicionalista Blas de Ostolaza de Perú