Feria es el debut literario de Ana Iris Simón, periodista en diversos medios y escritora; pero ante todo Feria ha sido uno de los grandes fenómenos editoriales del presente año y, desde luego, cabría preguntarse el porqué.
En principio, nos encontramos ante un ameno libro de memorias en el que la autora evoca, entre el desenfado coloquial y la lírica, sus años de infancia en Campo de Criptana y Aranjuez, a su familia paterna y materna (estos últimos feriantes y de ahí el título de la obra), así como una serie de acontecimientos y anécdotas que, de alguna manera, considera fundamentales en el posterior desarrollo de su persona. Hasta aquí, nada extraordinario, podría parecer. Y sin embargo, estamos ante una obra verdaderamente original y sumamente valiente que, no en vano, ha caído como una bomba en el, más bien árido, panorama literario actual. La explicación la hallamos en el trasfondo moral que permea toda la obra. La propia autora nos cuenta que, intoxicada por los mensajes posmodernos de «autorrealización», «empoderamiento», «cosmopolitismo» y demás zarandajas, dejó tan pronto como pudo su vida familiar en el pueblo y se mudó a Madrid para estudiar primero, y después para trabajar como columnista en diversos medios de la prensa más «cool». Pero hete aquí, que lo que debería haber sido el paradigma de mujer de éxito, según los cánones actuales, a la larga se torna en una persona aislada, agobiada por la precariedad y la falta de perspectivas sólidas de futuro, pero, ante todo, alguien aquejado de un abismal vacío de sentido existencial. «Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad», declara la escritora en la primera línea del libro; y no se refiere sólo a la estabilidad laboral o a una vivienda en propiedad, se refiere, sobre todo, a una vida incardinada en la familia, en los vínculos sólidos y verdaderos, en el arraigo a la tierra y al oficio, en todos aquellos vehículos naturales, en definitiva, capaces de abrirnos el campo de la experiencia trascendental y de sentido, que es precisamente donde falla ese modelo de vida autodeterminada que nos vende la posmodernidad, un modelo que mata las ferias de pueblo porque ha hecho de la vida una auténtica «feria de las vanidades».
Con amargura, la autora declara que quizá la suya fue la última generación que vivió la excepcionalidad, que posiblemente las generaciones actuales vivirán una realidad cada día más globalizada e indistinta; y sin embargo, nos abre una puerta a la esperanza: esos añorados modos de vida tradicional, no sólo le sirvieron para solazar la memoria y oponer una cierta crítica a las mentiras del sistema, también fueron los caminos por los que se hizo posible su reencuentro con Dios. A menudo, la Gracia transita por sendas humildes y, por ello, concluye Ana Iris, merece la pena descombrarlas, vivificarlas; no sólo nos jugamos el bien material, también nos jugamos el alimento espiritual que la Tradición nos vuelve accesible; nuestra plenitud, en definitiva. No se trata, por tanto, de instalarse en la nostalgia vana, sino en hacer posible una alternativa a la sinrazón posmoderna, porque nos va la vida en ello: esta y la futura.
Que nadie se llame a engaño, Feria no es una obra tradicionalista en rigor. Tampoco una obra que se deje encajar en las esferas de la derecha o la izquierda, lo cual siempre es un valor. Feria es una obra que constata un despertar de las nuevas generaciones hacia aquello que los tradicionalistas siempre hemos tenido claro: contra Dios y la naturaleza no hay futuro. Como el niño de la fábula, Ana Iris, se desgañita en su libro clamando que el «emperador posmoderno» va desnudo. Y es un clamor que está teniendo un tremendo eco, por algo será.
David Avendaño Ramírez. Círculo carlista Marqués de Villores de Albacete