Los romanos cobrizos

Dinastía inca y reyes de España. Museo del Carmen de Maipú. Chile

El 13 de abril de 1578 el Tribunal de la Santa Inquisición de la ciudad de Lima entregaba al fraile, Francisco de la Cruz, para su ejecución. Fray Francisco fue encontrado culpable de la herejía de alumbramiento, sosteniendo hasta su muerte en la hoguera, tres premisas principales: La primera, que la Iglesia había de volver al pueblo de Israel; la segunda, que el pueblo de Israel eran las Indias; la tercera, que esta vuelta a la Iglesia había de ser con la destrucción de la iglesia de los gentiles, o sea la europea. Había una cuarta premisa accidental: «Que esta mudanza de la iglesia había de ser en estos años presentes en la vida de los que ahora vivimos».

Para profundizar en fray Francisco de la Cruz se recomienda la lectura de «Una Nueva Iglesia para un Nuevo Mundo» tesis Nicolás Arias Herrera, presentada ante el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Bogotá). Lo que atañe al presente artículo no es la herejía, sino el providencialismo que rodea a los reinos de Indias y en especial a Sudamérica y el Perú.

Tanto el Inca Garcilaso como Guamán Poma de Ayala, veían al Tahuantinsuyo como la Roma americana, pues sus caminos habían evangelizado como lo hicieron en el pasado las rutas romanas. Vemos pues, que la noción de que Lima sería la Tercera Roma estaría presente en los autores ortodoxos.

Incluso su Majestad Católica, Don Felipe II, había solicitado al Papa la erección de dos patriarcados: uno para la Nueva España y otro para el Perú. Y a diferencia del Patriarcado de las Indias Occidentales, se tenía la intención de que éstos funcionasen con las mismas potestades que los patriarcados de Oriente.

La petición fue rechazada, pero los reyes católicos conservaron el patronato sobre la Iglesia Indiana. Así mismo, tras la capitulación del segundo inca de Villacamba, Sayri Túpac, quien fue bautizado como Diego, gran parte los indígenas quechuas reconoció a Felipe II como su inca. Este título, ha sido traducido como rey, pero también como emperador.

Si Perú fue (y sigue siendo) un imperio de iure, al nivel de Roma, es una cuestión difícil de dilucidar. No pocos autores afirman que la Conquista del Perú supuso una Traslatio Imperii desde del decadente Sacro Imperio a la España emergente. Esta idea está en sintonía con el concepto de Christianitas Minor y con el hecho de que Carlos I de España fue el último emperador romano en ser ungido por el Papa, siendo todos sus sucesores sólo emperadores electos.

En cierto modo se cumplieron en la persona de Felipe II muchas de las leyendas indígenas, como si hubiera restaurado el mítico Gran Paititi. Cuando incorporó Portugal a sus dominios pasó a gobernar sobre toda Sudamérica, aprobando expediciones hacia ese mítico imperio. Lima fue durante mucho tiempo la ciudad más rica del mundo, sus mujeres vestían con sedas chinas y se decía en Alemania que sus calles estaban cubiertas de oro.

Incluso Buenos Aires y Santafé debían cierta pleitesía al virrey de Perú, por más autonomía que tuviesen sus audiencias, no fue hasta la erección de sus virreinatos cuando se igualaron en dignidad. Pero esta pleitesía no suponía una subordinación centralista, sino una integración cultural, económica y religiosa.

Sólo Dios sabe que hubiera pasado si un patriarca oficiara el Santo Sacrificio del altar en la Ciudad de los Reyes. La única certeza que se tiene es que España supuso para Sudamérica el desarrollo máximo de sus potencias. Bajo el Altar y el Trono resurgió el Gran Paititi; bajo el Altar y el Trono los romanos cobrizos y de todos los colores; Sudamérica fue igual de grande que la antigua Roma.

Carlos Restrepo, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín