Los puntos sobre las «haches»

Parlamento argentino. EFE. Fernando Sturla.

La política, en tiempos democráticos, no es sino «el teatro del poder», representación de una ficción muy a tono con la Ilustración, de lo poco que de ella queda. La política democrática, como el actuar, es cuestión de profesionales, lo que significa una dedicación voluntaria de por vida y redituable. Y lo que hace a un profesional de la política democrática es su capacidad de versificar, no el componer poemas, sino el decir «versos» de tribuna.

Hace unos días, un político argentino en campaña electoral, versificó así: «vamos a ganar si solucionamos las tres íes: inseguridad, inflación, inmunidad». Vale, ojalá pueda. Pero se olvidó de una cuarta «i», la de inopia o indigencia. Porque el pobre se dice inope y la pobreza inopia.

Al tratar de indagar el porqué del olvido, advertí que el problema no eran las íes sino las haches. En este caso, hay dos haches que puntualizar: la «hipocresía» del «hijoputismo» profesional. Porque los políticos, que son causa de la inopia generalizada, son la corporación de los profesionales hipócritas hijoputas. Eso explica que señalen los efectos y no las causas, que apunten a la inseguridad y otras consecuencias, y no a la pobreza que las causa; que no hablen de los inopes, porque lo que se calla es porque no existe. Más aún si se está en tiempo de elecciones.

También hace poco, otro democrático profesional de la política, dijo muy orondo: «la política no ha fracasado». No se refería sino a esa vocación corporativa de hacerse con los fondos públicos, no a la solución de los problemas que impiden el bien común. Lo que no ha fallado es la maquinaria de esquilmar, que es el porqué de que ellos están ahí y el para qué están.

Que haya inflación y una presión impositiva intolerables, que haya inseguridad y no haya trabajo, que los pobres se reproduzcan como conejos, no son índices del fracaso de la política. No, son más que eso: son los síntomas del fracaso de la patria y el éxito de la «corporación de las haches». Esta corporación nos redujo a «nación», ni siquiera país.

No estuvo tan errado el Dante cuando puso en el «Infierno» a los ladrones de lo ajeno y también a los mentirosos y fariseos, que condenan a los inopes a la muerte. Si a los fraudulentos dedicó el séptimo círculo infernal de la Comedia, el poeta preparó el círculo octavo para los traidores a la patria, la familia, los amigos. Tengo para mí que nuestros profesionales democráticos de la política pueden elegir desde ya en qué círculo quieren morar eternamente.

Más que poner los puntos sobre las íes, tenemos que hacerlo sobre las haches, sobre esas dos que hacen a los profesionales de la política democrática.

Juan Fernando SegoviaConsejo de Estudios Hispánicos Felipe II