Es recreación común de la Cruzada como el acontecimiento donde los requetés, que formaron los — por lo menos — 67 Tercios, marchaban sonrientes, bravos, indisciplinados y, posiblemente, tarareando alguna obra de Dionisio Aguado y García, avanzando contra los rojos endemoniados que sucumbieron sin remedio bajo el ímpetu de tan nobles caballeros. Y todo ello rubricado bajo el mito heroico de las enormes bajas sufridas.
Pareciera que se hubieran alistado Amadís de Gaula, Palmerín de Inglaterra, Felixmarte de Hircania o Cirongilio de Tracia, y todos a una siguiendo las huellas de Rocinante. No de un Mercier 16 o montados en un Carro Ligero Trubia.
Esta distorsión de la realidad, cruda y descarnada, no esconde otra cosa que el desconocimiento — intencionado — de la disciplina y la obediencia. ¿Imagina alguien a esos requetés de tan romántica visión, recibiendo la orden de tomar una loma, por ejemplo? Los debates en el frente de batalla irían desde la disquisición de si es loma o montículo, pasando por si se va con boina o no, para llegar -por último- a querer plasmar en un cuaderno de bitácora todas las ocurrencias contra la orden recibida.
Y la loma allí, con su fuego de infantería, disparando sobre ellos.
Mientras tanto, los requetés reales, en su mayoría como fuerzas de choque, muriendo a docenas ascendiendo a la loma en obediencia a una orden que no pronostica victoria.
Porque cosas bien distintas son, queridos Quijotes, ser voluntario que hacer cada uno su voluntad. Es el primer principio para la gestión de equipos. Pero hablo de algo más sublime que del equipo de ventas del Mercadona: la Santa Causa.
Las ensoñaciones de tiempos pretéritos que no hemos vivido no son más que la excusa para no vivir el presente: «¡Uy don Mendo! Si hubiera estado en aquellos momentos, estaría cubierto de gloria … y de medallas el pecho».
Hay que hacer muchas guardias antes de desfilar. Porque en esa garita — insignificante y solitaria — hacemos falta.
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza