La política cultural en la dictadura franquista (I)

Agrupación al Servicio de la República", en el teatro Juan Bravo, en Segovia, el 14 de Febrero de 1931. En la imagen (de izq. a der.): Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, y Ramón Pérez de Ayala.

Si hay algo que la ideología y actuación del partido político Vox ha venido a corroborar una vez más, es que es imposible esperar de cualquier sector derechista de la Revolución una verdadera oposición cultural contra los representantes avanzados y pioneros de la misma. La única función de la derecha histórica ha sido solamente la de engañar y tratar de integrar en ese mismo ambiente cultural liberal a los únicos opositores contrarrevolucionarios que han existido: los legitimistas españoles, los cuales constituyen la única y verdadera amenaza para ese consenso cultural anticatólico y antiespañol. Especialmente sangrante es la constatación de esta verdad en aquel régimen que, dentro de la Historia de la Revolución en suelo español, suele presentársele como el más característico defensor de las posiciones moderadas o conservadoras: el sistema franquista.

El pasado mes, el historiador franquista demoliberal Pío Moa se hacía eco de un artículo publicado en el último Boletín de la FNFF por uno de los antiguos ministros de la dictadura que todavía sobrevive (y por muchos años más): D. Fernando Suárez.

Se trata de un artículo en donde se van enumerando diferentes datos que dan razón de las substanciales transformaciones sociales habidas durante ese régimen. Y el historiador reproduce un texto de ese trabajo que le resultó «chocante», y que reza así: «La televisión homogeneizaba las mismas costumbres y acercaba a los españoles al horizonte de la Europa de su tiempo como nunca había sucedido con anterioridad. Una Europa, por cierto, que muchos miles de trabajadores españoles conocieron directa y personalmente en la aventura de la emigración, en la que aprendieron a convivir, con tanta naturalidad como acierto, con los usos y costumbres de las sociedades modernas, industrializadas y democráticas». Y, a continuación, comenta indignado el historiador: «Deja este párrafo cierto regusto al extendidísimo europeísmo tópico y un tanto servil, que está en la base de la desnacionalización que sufre España desde hace muchos años, y que viene de Ortega y sus famosas ocurrencias. Una admiración beata por eso que llaman “Europa” y que curiosamente no ha cuajado en el menor análisis o estudio serio del motivo de tanta admiración. Salvo que ¡por fin! habíamos entrado o nos habíamos aproximado a esa Europa. ¿Había ocurrido esa aproximación en el franquismo o con el PSOE? Parece que da lo mismo. Y parece que la guerra y todos los sacrificios y desafíos posteriores no habían tenido otro objetivo que “homogeneizarnos” con aquella Europa suicida, con sus “usos y costumbres”; que “ser como todos”, es decir, dejar de ser uno mismo». Y concluye poco después: «En el propio franquismo y por debilidad intelectual, comenzó a adoptarse una actitud servil y beata hacia “Europa” tratando de “entrar” en ella».

No es de extrañar que Pío Moa no quiera ahondar en este tema, pues intuye el terrible dilema moral que se le presenta: para este historiador, por un lado, resulta que todas las políticas llevadas a cabo en la dictadura tenían como natural finalidad consagrar las bases y fundamentos sociales que hicieran posible el ulterior y definitivo restablecimiento de un régimen democrático estable y homologable con el de los Estados occidentales (lo cual, para él, constituye el mayor elogio del franquismo); pero, por otro lado, esto conllevaba la asimilación de la «sociedad» española a las directrices culturales de dichos Estados.

Pío Moa reserva la peyorativa expresión «política europeísta» a esta segunda acción política cultural, pero lo cierto es que la denominación se corresponde objetivamente con las dos líneas de actuación política (tanto la social, como la cultural) del franquismo, siendo en realidad la segunda un simple efecto colateral inherente a la primera. Uno de los principales intelectuales de los tecnócratas –aquel grupo o familia franquista que más hizo por avanzar esta agenda demoliberalizadora-europeísta–, Florentino Pérez Embid, resumió toda esa política con la siguiente conocida fórmula: «españolización en los fines, y europeización en los medios». Es decir, la pretensión de imitar las políticas occidentales en el terreno de las modificaciones sociales, y al mismo tiempo tratar de preservar un supuesto ideario cultural típicamente español. Dejando a un lado el hecho dudoso de que esa familia franquista defendiera verdaderamente la genuina cultura tradicional española, lo cierto es que esa estrategia no podía desembocar sino en lo que efectivamente ocurrió: en lugar de que las familias españolas vivieran conforme a ese supuesto ideal cultural histórico español, acabaron pensando conforme a los postulados ideológicos propios de las novedosas formas sociales de vida típicas europeas trasplantadas al suelo español. (Continuará)

Félix M.ª Martín Antoniano.