Jackson Hole: ¿Hasta cuándo la impresora de dinero?

Jerome Powell, Presidente de la Reserva Federal norteamericana habla en una rueda de prensa. Europa Press

Las tradicionales reuniones anuales de Jackson Hole se han convertido en un referente de la política económica a nivel mundial, y últimamente, en un altavoz de las estrategias de los bancos centrales, a menudo con mensajes más o menos velados sobre las previsiones de evolución de la economía mundial. La citada reunión, en esta ocasión, tiene el trasfondo del denominado tapering, es decir, si la Reserva Federal de los Estados Unidos de América anunciará su agenda de reducción de estímulos en forma de compra de deuda pública.

Sobre el papel, si las perspectivas de recuperación económica son positivas, este proceso podría acelerarse, especialmente dados los riesgos inflacionistas a los que está sometida la economía en los últimos meses. Asimismo, si el horizonte económico no se ve claro, los estímulos podrían mantenerse por algún tiempo más, como acaba de anunciar el Banco Popular de China, con una nueva y billonaria inyección de liquidez a la economía (con la consecuente reacción alcista de las bolsas). Por el contrario, los analistas consideran que una aceleración del tapering podría provocar una severa corrección en los mercados bursátiles. La pregunta automática es: entonces, ¿no sería, entonces, un bendito tapering? ¿Por qué habría de provocar un pánico vendedor en las bolsas de valores?

Parece que nuestro sistema tardo-capitalista, que gira alrededor de los beneficios empresariales a corto plazo, prefiere un estímulo artificial ahora que un beneficio real futuro. Parece que el principal fundamento de la cotización de las acciones (recordemos que el mercado americano acaba de alcanzar su enésimo máximo histórico desde que comenzó la pandemia) es la confianza en el estímulo permanente, en la «impresora de billetes».

Otro frente abierto al que parece que se le resta importancia, es el de la inflación. La exuberancia estimuladora de los bancos centrales, que ha hecho posible la de los gobiernos, ha provocado un fuerte exceso de dinero (sí, han oído bien, en plena crisis, sobra dinero) que se está canalizando hacia los mercados financieros u otros activos especulativos, como las criptomonedas. Igualmente, vuelven a repuntar los activos de alto riesgo, como las hipotecas llamadas subprime, de infausto recuerdo. Ni que decir tiene que un endurecimiento de los tipos de interés provocaría un nuevo terremoto en los mercados, pudiendo dar al traste con muchas empresas fuertemente endeudadas.

El PIB, el paro, la precariedad y la pobreza endémica de las sociedades occidentales, no importan en absoluto a esta vorágine especuladora que también se está trasladando a sectores tan nucleares como la vivienda, las materias primas y la energía. Como si se tratase de drogadictos, a los inversores solamente les preocupan los estímulos de mañana. Lo peor es el mensaje que se trasluce: el sistema actual es incapaz de vivir desconectado del respirador de los bancos centrales, ni con virus, ni sin él. Y eso debería hacernos reflexionar acerca de una muerte anunciada que nunca acaba de producirse, pues hay quien pretende mantenerla en una agonía permanente.

Javier de Miguel, Círculo Ntra. Sra. de los Desamparados de Valencia