La legitimidad como inmunización frente al clericalismo (II)

El general Francisco Cavero y Álvarez de Toledo. Commons

Tras el ascenso al Papado del Beato Pío IX en Junio de 1846, éste se dedicó a realizar en los Estados Pontificios una desnortada política dirigida a implementar todos los elementos característicos de la Revolución: Parlamento popular, división de poderes, Carta Constitucional de derechos, etc. Las nuevas revoluciones de corte socialista desatadas a partir de Febrero de 1848 por Lord Palmerston en todo el continente europeo (sólo se salvaron el Estado «español» y el Imperio ruso), afectaron de forma aguda a los Estados Pontificios, en donde, tras el asesinato del Primer Ministro Rossi y la huida del Papa a Gaeta en Noviembre de ese año, se proclamó la llamada República Romana. Los legitimistas españoles estaban escandalizados con la suicida política revolucionaria impulsada por el Papa, y la denunciaban constantemente frente a los elogios de los liberales.

El colmo llegó con la publicación por Balmes, a finales de 1847, de su famoso folleto panegírico Pío IX, en donde venía a justificar toda esa política liberalizante llevada a cabo por el Papa. La reacción de los legitimistas contra ese folleto fue clara y contundente. Uno de los primeros biógrafos de Balmes, B. García de los Santos, afirmaba (1848): «Cuando publicó el Pío IX no había número en que La Esperanza […] no atacase directa o indirectamente al Papa o a Balmes; esto sucedía también en las conversaciones particulares entre los partidarios de aquel periódico».

Hay que matizar que las críticas de los legitimistas eran contundentes respecto a los hechos y acciones, pero siempre sumamente respetuosas hacia la persona del Papa. En un editorial de La Esperanza (20/01/1848), contestando a las extrañezas del liberal El Heraldo por las críticas al Papa (ya que consideraba a los carlistas equivalentes a los ultramontanos), se decía: «¿Cuándo hemos dicho nosotros que el Papa, como príncipe temporal, es infalible? Si aun en los puntos religiosos no es infalible en todos el Sumo Pontífice, sino en los que dicen relación al dogma y las costumbres, y a cuanto está ligado con estas materias, y aun así se requieren ciertas condiciones que no es del caso explicar, pero que son bien sabidas por los que entienden la materia; si esto hemos dicho siempre, ¿cómo se nos critica porque no sostenemos la infalibilidad del Papa como rey temporal, al crear la Guardia Cívica, etc. etc.? Repetimos lo que ya tenemos dicho: apostamos cualquier cosa a que nuestros liberales llevan ahora su ultramontanismo hasta conceder a Pío IX derecho para deponer a los monarcas que no piensan en política como nuestro colega». En aquel entonces se hizo «viral» el famoso mote que el gran publicista legitimista Magín Ferrer acuñó para Balmes, calificándole de «El Lamennais español»; si bien creemos exagerada la afirmación (sostenida por algún balmesiano) de que esas críticas, que se le hicieron a él y a su folleto, fueran la causa del empeoramiento de su salud y de su consiguiente prematura muerte.

Esta misma sana actitud anticlerical del legitimismo se siguió desarrollando aún con más fuerza durante el revolucionarismo alfonsino, en donde las presiones papales para el acatamiento de los poderes establecidos aumentaban también en grado. Manuel de Santa Cruz solía recordar que, cuando los carlistas quedaron escandalizados al exhortarles el Papa a reconocer a María Cristina en la célebre Peregrinación católico-obrera de 1894, comentaban, con ironía, los unos con los otros, al volver a sus casas, que con gusto acatarían al poder constituido el día que el Papa reconociera, a su vez, a los Saboya usurpadores de los Estados Pontificios. Es esta férrea defensa de la Legitimidad española lo que inmunizaba a los legitimistas de no caer en los errores del ultramontanismo, el cual sostenía el absurdo de la obligación moral de todo católico a secundar las directrices erróneas y arbitrarias del Papa en materia civil-secular, como si éste no tuviera la obligación moral de ajustarse a la verdad jurídica y sociopolítica española.

El periodista javierista Mariano del Mazo contaba una vez la siguiente anécdota esclarecedora sobre la típica actitud católica de los legitimistas: «El hijo de D. Cristino Martos [un político demócrata «granadino»] hacía grandes elogios del carlismo ante el General Cavero, pero lamentándose de que los carlistas fuéramos tan clericales. “¿Nosotros clericales? –le replicaba el General–. Si un día llegásemos al poder, lo primero que hacemos es llevarnos por delante a seis o siete Obispos”». ¿Qué no diría hoy día este buen General ante el panorama episcopal que tenemos?

(Continuará) 

Félix M.ª Martín Antoniano