De todas las consecuencias más o menos cómicas, bochornosas, patéticas que está teniendo este asunto de la falsa agresión en Malasaña (no: me niego a llamarlo como lo han bautizado en las cavernas internáuticas), una de las que más me ha complacido es la oportunidad que me brinda de escribir la columna de hoy volviendo a la escena que me dio idea y título para esta sección. Y es que, si algo nos enseñan Don Pero y Don Nuño es que hay que ser extremadamente cauto en las venganzas.
Como muchos de los lectores de La Esperanza tienen la suerte de no estar al cabo de lo que ocurre en las Españas de este lado del Atlántico, resumiremos los hechos; algo que, si no se hacía imprescindible la semana pasada, ésta creemos que ya sí, por lo que el asunto pueda tener de modus operandi de estos y otros grupos de presión: hacer exigencias, chantaje emocional incluido, con el respaldo de unos hechos truculentos, sean estos reales o imaginarios.
En Madrid, barrio de Malasaña, un jovencito al que, además de ser gay le iba el saldo denuncia ante la Policía que una banda de ocho (¡ocho, nada menos!) encapuchados, vinculados al partido de (supuesta) ultra (supuesta) derecha, VOX, le habían asaltado en el portal de su casa, violado y grabado a cuchillo la palabra «maricón» en una nalga. El asunto recordaba a cuando los civilizados hijos de las grandes democracias europeas, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, sacaban a rastras a las muchachas que habían sido tan incautas de enamorarse de soldados alemanes y las maltrataban, insultaban y rapaban a plena luz y con plena aquiescencia de sus civilizados convecinos y de sus democráticos gobiernos.
El carácter excesivamente barroco del asunto despertó las sospechas de las fuerzas del orden. Tras un largo interrogatorio, el muchachito acabó confesando que todo era una mentira para cubrir una escabrosa infidelidad a su novio: todo, incluido el tatuaje a punta de navaja, fue consentido.
¡Ah! Pero las hordas socialprogresistas ya se habían puesto en marcha: llevaban días denunciando la homofobia de los de VOX; criticando la actuación de la Policía, incapaz de proteger los culos de los honrados ciudadanos; organizando protestas en diversas ciudades en apoyo de las decenas de miles de homosexuales asesinados cada día en Madrid por bandas bien organizadas de beatas de parroquia con abrigo de piel, lideradas por viejos curas con sotana… Las hordas liberal-conservadoras, por su parte, además de condenar, a su manera, la agresión, afearon a las hordas socialprogresistas su voxfobia.
El conjunto de organizaciones homosexualizantes de las Españas de acá, tan maltratada, en este sentido, convocaron una masiva protesta, de la que ya hablábamos la semana pasada.
Entre convocatoria y «Día-D» tuvo lugar la trágica confesión del de las escarificaciones nalgares, sin que su falsía, mendacidad, torpeza, estulticia, imaginación desbocada (como su sexualidad), supusieran el mínimo freno a las ansias reivindicadoras y protestonas (o protestantes, tanto da) de sus correligionarios en la sinagoga del vicio. Que la verdad no detenga tus ganas de protestar por algo, parecían decirnos. Tampoco sé qué habíamos de esperar, cuando El Mundo nos habla entre los asistentes a la manifa, de gente como «Rómulo, que se define como “bisexual indefinido”». Así, con su oxímoron y todo.
Don Pero y Don Nuño, en la escena que ha inspirado está columna, se arrojan espada en mano desde una galería de la cueva para vengarse de la pérfida y liviana Magdalena, a quién han visto en los brazos de un lindo juglar, esto es, mancillado sus honores respectivos de marido y de padre. Mas, al llegar a la escena del crimen, a quien se encuentran coqueteando con Don Mendo es nada menos que a la Reina. Repitamos las inmortales líneas:
PERO: ¡Dejadme!
NUÑO: ¡No!
PERO: ¡Es mi revancha!
NUÑO: ¡A mí toca!
PERO: ¡Toca a mí!
NUÑO: ¡Quieto, que es la Reina!
PERO: ¡Sí! ¡La Reina! ¡Cielos, qué plancha!
NUÑO: El hierro con furia empuño.
PERO: Volvamos al agujero.
NUÑO: ¡Qué cosas se ven, don Pero!
PERO: ¡Qué cosas se ven, don Nuño!
No me cuesta nada imaginarme a diversas organizaciones, partidos políticos, asociaciones de vecinos por la diversidad sexual, grupos de estudiantes, incluso empresas LGTBI+ friendly disputándose el alto patrocinio de las manifestaciones contra la elegeteibefobia (que, si es un pánico irracional a las siglas largas y sin sentido, me acuso, yo también, de profesar).
Izquierdas diversas, sindicatos del vicio, asociaciones de defensa de homosexuales de todo pelaje (de todo pelaje estos y aquéllas)… Todos lanzándose, espada en mano, a lavar con sangre la afrenta hecha al honor de los viciosos y depravados de este mundo; afrenta hecha, también, con sangre, en una inocente nalga que sólo salió a dar un inocente paseo por el madrileño barrio de Malasaña, junto con el resto de su propietario.
Mas, ¡ay! ¿Qué vemos? No a la Reina, sino a la Verdad, que es aún más impresionante: ¡no hay tal afrenta! ¡No hay tal ultraje al honor arcoirisado! ¡La nalga grabada a cuchillo sólo testimonia la tara mental de su dueño, que disfruta carnalmente sufriendo humillaciones y acuchillamientos de sus partes blandas! ¿Qué hacer? ¿Actuar con justicia y prudencia, como nuestros imaginarios caballeros, Pero y Nuño? ¿Obrar con lógica y buen seso, es decir, no vengar en la Reina las afrentas infligidas por Magdalena? ¡No! Los magullados egos de los homosexuales matritenses no se arrestan ante nada, ni siquiera ante una futesa como eso de la verdad y la mentira.
Si Pero y Nuño, en lugar de dos esforzados caballeros medievales hubiesen sido dos depravados homosexuales contemporáneos, no habrían soltado las armas y habrían hecho picadillo a la Reina. Por si acaso:
«Que una mentira no calle tu verdad» [el subrayado es nuestro], podía leerse en una de las pancartas.
Que nada nos detenga nunca en nuestras reivindicaciones, querido lector. Y, mucho menos, la verdad.
G.García-Vao