Cocina carlista

Tortilla de patata con cebolla. Javier Romero

En medio de la vorágine de libros de cocina que invaden los estantes de librerías y quioscos, con revistas y coleccionables, para microondas o vitrocerámica, Thermomix o gas butano… entre la «nouvelle cuisine» y los vanos intentos de cocinar como la abuela, la cocina carlista está presente en nuestra mesa.

De sobra es conocida la leyenda en la que, allá por 1835, de madrugada, el General Zumalacárregui, cansado y hambriento, paró en un caserío. Doña María Tirgo, el ama de la casa y esposa de un combatiente del Rey Carlos, sorprendida por tan singular visita corrió a la despensa, a la que poco le faltaba para estar vacía: patata cocida, cebollas y huevos, nada más. La escasez de alimento era tónica general y la estrechez en el plato norma. Puesta manos a la obra, acostumbrada a dificultades que engrandecen los espíritus, y llenan los estómagos, allí mismo, la Sra. Tirgo hizo un revuelto al que añadió sal y pasó por la sartén hasta que cuajó y lo sirvió sobre una fuente. Allí nació lo que hoy es distintivo nacional: la tortilla de patatas. Sea como fuere, comenzó a difundirse durante las Guerras Carlistas.

Tan importante fue la figura del carlista en España, que la bandera saltó a la cocina: los huevos carlistas. La primera referencia escrita de esta preparación se encuentra en el Almanaque de Conferencias Culinarias de 1874 de una carta dirigida a Ángel Muro procedente del periodista de Blanco y Negro Andrés Miralles. Afirman, sin titubeos, que el nombre puede deberse a los colores de nuestra bandera.

Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza