En aras de mantener intactas las importantes rutas comerciales del Asia-Pacífico, Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia se han aliado militarmente contra una China que, aunque en plena expansión internacional, no tiene aún tantos cómplices en su política exterior.
Pero, profundizando en la cuestión, ¿es este el único interés que se encuentra en juego?
De una parte, Gran Bretaña, tras el Brexit y guiado por las reminiscencias de su pasado colonial, busca reafirmarse como una potencia internacional en medio de un panorama geopolítico cada vez más convulso.
De otra parte, Australia, cuyas relaciones bilaterales con la gran potencia asiática se estaban viendo deterioradas, decide robustecerse, por un lado, rompiendo el pacto de submarinos franco-australiano valorado en 56.000 millones de dólares, y, por otro lado, adquiriendo tecnología militar como los submarinos nucleares que, en otra situación, estarían fuera de su alcance. Sin embargo, los poderes fácticos, quizá deslumbrados por la potenciación nuclear de Australia, suelen ignorar en sus informaciones la inusual cesión por parte de los Estados Unidos de materiales notablemente sensibles, así como la cesión por parte de Australia de su base de Perth para la flota norteamericana.
Y es que, Estados Unidos, después de abandonar a los kurdos sirios y de retirarse unilateralmente de Afganistán, nación que, pese a practicar una falsa religión, ha conquistado su independencia, pretende reclamar su trono como superpotencia enviando un mensaje de alianza a las naciones más occidentalizadas del Oriente, entre las que se cuentan Japón, Corea del Sur o Filipinas, así como salvaguardar sus intereses comerciales en el Indo-Pacífico y mantener su influencia en Formosa, hoy más conocida como Taiwán, sede de la República Nacionalista China, enfrentada a la comunista, y con una alianza algo inestable con los EE.UU.
Este modus operandi norteamericano se debe a que China ha ideado sus planes de expansión para que se cumplan de aquí a un siglo, lo que obliga a los Estados Unidos a crear un mapa geopolítico caracterizado por las relaciones de interdependencia entre las naciones ideológicamente afines, motivo por el que el AUKUS, en realidad, constituye el nacimiento de un nuevo orden: ya no se busca solo una guerra propagandística como sucedió en los enfrentamientos entre los americanos y la Unión Soviética, sino que, en este acuerdo, se han instaurado dos ejes políticos sólidos con capacidad militar y comercial en vistas a un largo plazo sin parangón en toda la historia.
El AUKUS, en definitiva, ha variado la perspectiva temporal dentro del juego político.
Por su parte, Francia, que es una de las naciones con más potencia militar de Europa y que cuenta con núcleos de poder en la zona del Pacífico como, por ejemplo, la Polinesia o la Isla de Mauricio, ha considerado el acuerdo como un auténtico atentado contra sus intereses nacionales, no solo por la ruptura del pacto de los submarinos con Australia, sino también por haber sido relegada al ostracismo en el marco de la política internacional. Al fin y al cabo, estos acontecimientos solo demuestran que ni Francia ni la Unión Europea son consideradas agentes serios en materia de defensa y seguridad y que los acuerdos sobre el Atlántico con los Estados Unidos se hallan en estado vegetativo: cumplen con sus necesidades fisiológicas, pero adolecen de ánimo para actuar.
Entretanto, Rusia y China acusan al AUKUS de motivar la proliferación de armas nucleares, lo que constituye una quiebra de las normas internacionales y aumenta la tensión entre las grandes potencias en una nueva y vieja conocida Guerra Fría; mas, a tenor de lo explicado, se puede apreciar que esto no es más que una queja pueril para ocupar titulares, puesto que no está en juego una guerra nuclear, sino la dominación mundial dentro de unos decenios.
Y, en último lugar, España, que, en el actual estado de cosas, es un proveedor de cipayos para Europa y los EE.UU., y el pueblo español, que parece carecer de coraje para ser consecuente con su tradición universal y misionera, observan cómo todas las vertientes de la Revolución, que hizo del poder y de la razón fines en sí mismos, se devoran entre ellos; y a nosotros, que ya hemos sido devorados, por el momento nos toca analizar el espectáculo con la certeza de que Nuestro Señor, sede última de toda la soberanía, algún día nos dará el honor de enarbolar su bandera frente a las luchas espasmódicas de la Revolución.
Pablo Nicolás Sánchez, Navarra