Hemeroteca- Del naturalismo en el derecho (III)

Publicamos la tercera parte del artículo de nuestra hemeroteca.

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Decíamos al terminar nuestro anterior artículo que no debía atribuirse una importancia exclusivamente científica y teórica a la tesis en él sostenida. En efecto: la unión íntima entre el orden de las ideas y el de los hechos se hace sentir siempre de una manera terriblemente lógica. Introducid como cierto un principio cualquiera, y por más que neguéis sus consecuencias, ellas sabrán hacerse lugar por sí mismas. Dictad, por el contrario, disposiciones en conformidad a una máxima que rechazáis, y luego la veréis apoderarse, a pesar vuestro, de todas las inteligencias. Y aquí está precisamente el escollo contra el cual vienen a estrellarse siempre aquellos partidos que quieren restringir en la práctica la aplicación de los principios disolventes que proclaman en teoría. Pero concretándonos ahora a la proposición sostenida en nuestro anterior artículo, a saber, que el Derecho, por más que atienda a la existencia temporal, no debe, sin embargo, rechazar las consideraciones relativas a la vida ulterior del hombre, vamos a manifestar según habíamos indicado, algo de los funestos efectos que el olvido de esta verdad produce en las legislaciones que con ella no se conforman. Difícil sería enumerarlos todos, y por lo tanto procuraremos resumirlos en dos principales: socialismo e irreligiosidad social.

Hay una doble consideración en la existencia del hombre: podemos mirarle, ora como individuo, ora como parte de la sociedad; y a estas dos esferas de acción corresponden los diferentes medios: las sociedades viven en el tiempo, los hombres para la eternidad.

Así, cuando nos ceñimos a considerar únicamente lo temporal, la existencia correspondiente a este medio se hace preponderante, y la sociedad absorbe al individuo. ¿Qué es, en efecto, cada hombre cuando sólo le vemos como una parte insignificante de la multitud inmensa que se agita en los grandes centros de población? ¿Qué cuando contemplamos las naciones que aparecen sucesivamente en la historia? La India, China, Egipto, Asiria, Persia, Grecia y Roma pasan en confuso tropel a nuestra vista; aparecen, brillan un momento, y se pierden en la majestuosa marcha de la humanidad. Y ante el espectáculo de los pueblos, el individuo desaparece por completo: sus acciones, sus ideas, sus dichas y sus dolores nada son en ese cúmulo inmenso de hechos, de pensamientos, de placeres y de pesares. El hombre es entonces a la sociedad como la hoja del árbol a la selva.

Pero ¡qué diferencia cuando contemplamos de una manera más completa su existencia y su destino! Cada individuo se nos presenta investido de una misión altísima, dueño de un poder para dirigirse a sí mismo por la senda del bien, y de este modo elevarse, al dejar esta mansión de duelo a las regiones de la dicha que nunca perece; y la sociedad, lo mismo que las demás condiciones de la vida, deben subordinarse a este fin único que resumen todos los fines particulares de nuestra existencia.

Por eso vemos que en las ciudades del pueblo que ha obtenido mayor desarrollo en la esfera puramente humana, en las repúblicas de Grecia, un socialismo gigantesco dominaba todas las instituciones, sacrificando al ciudadano en aras del Estado; defecto que alcanza su más completa manifestación en la impudente ley del ostracismo; defecto que no se presenta con menores proporciones en la poderosa república romana. Por eso el insensato empeño de copiar a Grecia y Roma ha venido a torcer la marcha de la civilización en la edad moderna, y ha producido escándalos y horrores cuyas funestas consecuencias se hacen sentir todavía. Y por eso, en fin, el cristianismo, difundiendo las verdaderas nociones sobre la naturaleza del hombre, había influido desde su aparición para que la personalidad humana obtuviese mayor respeto, dentro de los límites que la razón y la conveniencia le señalan.

(Continuará)

LA ESPERANZA