Cuando Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, le dio señorío sobre su creación, pero aquí hay algo que aclarar: ese señorío es más un nombramiento como administradores, capataces si se me permite. Es decir, el hombre está llamado a darle un uso consciente al patrimonio ambiental partiendo de la premisa de que «La tierra es mía, dice el Señor» (Levítico 25:23; Salmo 24:1).
Hay algo que debe entender el católico fiel a la tradición para diferenciar la doctrina católica de la doctrina absurda que deifica la naturaleza: el católico, consciente de la realeza de Cristo Jesús, sabe que la creación es obra de Dios; que el respeto que merece la obra del Creador se debe a que la misma es reflejo del Creador, pero no es el Creador en sí.
Destruir la naturaleza, es decir, aprovecharla para el lucro individual de una manera desaforada, es producto de la mentalidad liberal que promueve el individualismo y a su vez lo sustenta en un consumismo absurdo. Lo absurdo radica en que el ser humano, envenenado por esta mentalidad, debe volverse prisionero del consumo y llenarse de mercancías fofas para sobrellevar su solitaria vida como individuo y a aquello le llaman «la libertad y la búsqueda de la felicidad —«pursuit of happiness» en el acta de independencia de las trece colonias británicas de América del Norte—.
Las Españas están llenas de riqueza natural, de lo cual podría decirse que las Españas son la mayor muestra de la generosidad de Dios y es deber de aquellos que se aferran a la tradición cuidar su creación, que no es una casa común, porque Nuestro Señor dice que «Dios hace salir su sol sobre buenos y malos» (San Mateo 5:45- 48). A pesar de que Dios deja que la espiga crezca junto a la cizaña, llegará el momento en que esta será cortada y echada en el horno (ibid. 13:24- 48). Ya sabemos que, sobre la Iglesia de Nuestro Señor, la grande y universal —católica—, las puertas del infierno no podrán prevalecer (ibid. 16:18).
Adrián Esteban Hincapié Arango, Círculo tradicionalista Gaspar de Rodas.