El flagelo del secuestro

Delincuentes en búsqueda y captura. Ministerio del Interior de Paraguay

PARAGUAY- Paraguay no vive sus mejores días en lo relativo a la seguridad. Podría decirse no es un fenómeno nuevo. Pero no por eso dejaremos de abordarlo. Al margen de los esfuerzos que haga el Estado, conviene esbozar una serie de características que hacen de la situación una realidad particularmente nociva.

Los tentáculos que moldean la entraña viva de los movimientos insurgentes del país son múltiples. Elementos religiosos —teología de la liberación—, condicionantes económicos —pobreza extrema—, históricos —décadas de atraso y desamparo— y políticos —ausencia de potestades estatales en múltiples escenarios. Todos ellos forman la circunstancia de cierto tipo de organizaciones que cuentan la friolera de 16 secuestros políticos desde 2001, según datos oficiales.

La modalidad de secuestros que hoy sufrimos en el Paraguay no son abordados por autoridades ni civiles, ni eclesiásticas, lo que permite que se perpetúen. La moral clásica nos muestra que los elementos que originan el problema están relacionados con unas causas que lesionan el orden natural y, por ende, el bien común.

Estos delitos que asolan especialmente a personas adineradas o poderosas (aunque no sólo) son resultado de profundas mutilaciones en la comunidad política del Paraguay, no sólo económicas. Ni la presencia militar ni las migajas de pan lo solucionarán. Sólo una aproximación integral a la situación y una restauración fundada en la moral católica, donde impere sea la Realeza Social de Nuestro Señor, podrá sanar esta llaga que supura. Pero no la lógica de exclusión liberal, ni el deshumanizado izquierdismo tercermundista, ni tampoco el conformismo del nihilismo posmoderno. Ésa es el arma que causó la herida.

FARO/ Circulo Tradicionalista Nuestra Señora de la Asunción