«Instruid a los fieles en que deben venerar los santos cuerpos de los mártires, y de otros santos que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del mismo Cristo y templos del Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la vida eterna para ser glorificados, y por los cuales concede Dios muchos beneficios a los hombres; de suerte que deben ser absolutamente condenados por la Iglesia los que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los santos o que es en vano la veneración que éstas y otros monumentos sagrados reciben de los fieles; y que son inútiles las visitas a las capillas dedicadas a los santos con el fin de alcanzar su socorro e intercesión». Concilio de Trento Canon XXV.
El pasado seis de noviembre, sexto día de la Octava de Todos los Santos, la Hermandad del Santísimo Cristo de los Mártires de Villarrobledo veneró en el altar mayor de la parroquia de San Blas unas reliquias del Beato Bartolomé Rodríguez Soria, mártir de la Fe durante la persecución religiosa frentepopulista en España. Varios correligionarios del Círculo Marqués de Villores participaron en esta piadosa veneración.
Bartolomé Rodríguez Soria, nació en Riópar el 7 de septiembre de 1894. Estudió en el seminario de Toledo y se ordenó sacerdote en 1918. Comenzó su ministerio sacerdotal como coadjutor de Elche de la Sierra, aunque pronto es destinado a Balazote. El Arzobispo de Valencia y el Obispo de Ciudad Real quisieron llevárselo a sus diócesis, pero prefirió quedarse por estas tierras. En 1925, lo vemos al frente de la parroquia de Peñascosa, y por fin, en 1926, es párroco de Munera, donde los comunistas y otras fuerzas disolventes se hacen con el poder en julio de 1936.
El 27 de julio de 1936 fue detenido con más de veinte feligreses y encerrado en la sacristía de la parroquia. En la iglesia, se le quiso obligar a cooperar en la destrucción de las imágenes, a lo que se negó rotundamente. Desde el día 27 y hasta el 29 sufrió enormes palizas, siendo privado de los alimentos que los familiares le llevaban. No se le permitió ni siquiera descansar en un sencillo colchón. El día 29 sufrió la última paliza. Entre varios le subieron al púlpito, arrojándole desde allí contra el suelo. En la tierra y desangrándose, pidió ver a su madre, pero se lo negaron. Pidió agua, y lo más que consiguió fue que se orinaran en su boca.
Arrastrado a la sacristía se le dejó en un colchón que hoy, manchado con su sangre, se conserva como reliquia. Pudo recibir la absolución de manos de otro sacerdote detenido con él. Un miliciano, al verlo tumbado en un colchón, no considerándolo digno de ello, le increpó, «¿Aún estás vivo?, ¡so perro!»; a lo que Don Bartolomé contestó con un «Yo te perdono».
Fueron sus últimas palabras. A las cinco de la tarde del 29 de julio, confesando con su propia vida su fe en Cristo Rey.
Luis Cardeño, Círculo Carlista Marqués de Villores