Pusilánimes de hoy

El abrazo de Vergara

Son muchos los pretextos que a lo largo de nuestra multisecular historia han servido a los pusilánimes para abandonar la Causa carlista. Todos ellos, sin embargo, responden a una común aspiración: sortear el sacrificio que comporta la defensa de la legitimidad. Si la adversidad, compañera inseparable de los carlistas, «es crisol en que se depuran las convicciones de los hombres», muchos son los ánimos que decaen y las voluntades que se doblegan ante ella; y si hoy nos regocijamos en la memoria de quienes, como diría Elías de Tejada, murieron sin ceder, también tenemos presentes las traiciones de quienes sí cedieron, a menudo seducidos por una conservaduría liberal generosa en dispensar cátedras y escaños. La sombra de Maroto se yergue sobre ellos.

Sin embargo, cuando antaño un desertor abandonaba nuestra casa solariega, sabía cómo y dónde encontrarnos de nuevo; así, por ejemplo, mientras por vía del cisma integrista, relajada la cuestión dinástica, muchos tradicionalistas se desintegraban en las filas de los conservadores, otros, en cambio, volvían a la gran familia carlista, que diría Eneas, que supo recibirles con los brazos abiertos como cualquier familia recibe al hermano reconciliado. Así también, mientras algunos «cruzadistas», por infundadas sospechas de alianzas con la dinastía liberal, deliraban con un carloctavismo a la postre funcional al régimen de Franco (y, paradójicamente, a la dinastía liberal), otros, en cambio, volvían otra vez a la casa solariega una vez proclamado Rey Don Javier y fallecido el Archiduque Carlos Pío.

Hoy nos enfrentamos, sin embargo, a un nuevo tipo de pusilánime: el que habiendo renegado de la legitimidad desea mantener el venerable nombre de carlista. Ya no les sirve el genérico de tradicionalista, consolador en la conciencia del desertor durante sus primeros pasos, aunque sólo sea una cortina de humo que enseguida se esfuma con el viento; quieren la heredad que generaciones pasadas de carlistas nos legaron, pero sin cultivarla con el abono de la lealtad con que la cultivaron.

Entre los nuevos pusilánimes a quienes la legitimidad de Don Sixto Enrique incomoda, destacan quienes procuran acercamientos más o menos descarados a la conservaduría liberal de nuestro tiempo. El legitimismo es para ellos un obstáculo en sus ambiciones personales; son los únicos beneficiarios de la lamentable confusión que padecemos y los únicos interesados en convertir en un tronovacantismo inofensivo y funcional lo que antaño fue y aún es hoy, por misericordia de Dios, el venerable relicario de la constitución histórica de España: la única y verdadera Comunión Tradicionalista.

Ahora bien, los carlistas no consideramos enemigos a los hijos de la tierra española, y si los que antaño nos combatieron eran hijos extraviados para Don Carlos VII, los que hoy nos combaten son hermanos extraviados para nosotros, a quienes de buena gana recibiremos en nuestra casa solariega con los brazos abiertos, manteniendo, eso sí, «la salvadora intransigencia de los principios».

Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella