Es raro el problema que las autoridades eclesiásticas no fundan en el clericalismo. Ahora bien, ciertamente por este término podemos entender dos acepciones, las dos incorrectas y contrarias al recto orden.
La primera es la más usual, aquella que consiste en el aprovechamiento de la condición clerical para obtener beneficios, lisonjas y ventajas. Esta actitud evidentemente es contraria al sentido común. La segunda, lógicamente en relación con la primera acepción, es que sobre la base de la condición clerical, ésta se usa para blindar los juicios y opiniones del clero, independientemente de su adecuación con la Verdad. Este clericalismo ha sido la acepción dado por Del Noce, y que explica las constantes derrotas de la institución eclesiásticas frente al problema revolucionario moderno. Ante un juicio que concedió al poder enemigo un extraordinario empuje, y teniendo la convicción —literalmente desesperada— de la derrota, algunos eclesiásticos optaron por bendecir desde sus atalayas a los enemigos con la esperanza de obtener beneficios circunstanciales.
Esta lógica aplicada sistemáticamente precipitó «bendiciones» de cada vez más victorias enemigas que, al final, llevaron a la Iglesia como institución al lugar que ocupa en nuestros días: el más insignificante en la toma de decisiones actuales. Baste recordar casos como el Ralliement leonino, o la Cum Multa española, empujando a los católicos combatientes por el orden social cristiano al ridículo no sólo ante el mundo, sino ante la institución eclesiástica. Otro caso relevante es la polémica entre Balmes y su defensa de los sacerdotes que se negaban a absolver a los compradores de bienes desamortizados. Cuando Pío IX reconoce al régimen isabelino y renuncia a reclamar las propiedades robadas, ¿en qué queda la posición de aquellos que resistieron por la defensa de los derechos de la Iglesia? En muchos de estos casos, encontramos intenciones sin duda prudentes, pero juicios francamente desafortunados sobre la realidad.
¿No es el mismo caso que tras el II Concilio Vaticano, el cual anegó lo poco que quedaba en práctica y prácticamente toda la teoría? Así, el clericalismo se ha demostrado un claro ejemplo de desesperanza por parte de los católicos, así como la actitud penosa de los vencidos que para salvar una supuesta dignidad acaban haciendo reír a sus enemigos, minutos antes de que éstos se conviertan en sus verdugos.
Miguel Quesada, Círculo Hispalense.