El espectáculo que ofrecen los ayuntamientos al acercarse ciertas fechas celebradas resulta esperpéntico. Fiestas de progresía como «día de la mujer» o «día del orgullo». El establecimiento de estas fiestas laicas es parte de la última revolución anti-moral del liberalismo. Otro triunfo de los postulados de la democracia liberal.
Ha pasado a formar parte de la normalidad colgar determinados trapos, —les llaman banderas—, sobre las balcones y fachadas municipales. Con ello se violan los límites naturales de toda sociedad intermedia, como el municipio: la ley de Dios, el bien común municipal y el de la patria. Límites arrollados ante la situación de una sociedad tristemente enferma y gangrenada.
El Estado democrático es un régimen realmente absoluto y totalitario. Pronto no le bastará con mancillar los lugares comunes. Empiezan los conatos de forzar a los funcionarios públicos a adpotar el neolenguaje de la ideología de género en sus escritos de servicio público. Ya se han creado unas «guías» que establecen las formas de expresarse, atentando contra la lengua. Buscando corromper la conciencia de todo servidor público honrado.
Vemos los males. Pero no nos desesperemos frente a los engranajes de esta maquinaria. Cristo Rey está de nuestra parte. San Pío X nos recuerda que «no se edificará la ciudad de un modo distinto a como Dios la ha edificado» al condenar el liberalismo en Notre charge apostolique. La ciudad católica, la política católica, no está por inventar. Nuestro deber como cristianos es «instaurarla y restaurarla, sin cesar, sobre sus fundamentos naturales y divinos, contra los ataques siempre nuevos de la utopía malsana de la revolución y de la impiedad: «omnia instaurare in Christo».
Carlos Gutiérrez y Paniagua, Círculo Marqués de Villores.