
El 25 de noviembre de 1872 LA ESPERANZA publicaba en primera página el contenido de una carta que S.M.C. Don Carlos VII envió al general Savalls durante la tercera guerra carlista. Hoy, en la efeméride de la muerte en el exilio del heroico general, la volvemos a publicar; sirva, pues, como homenaje a don Francisco de Paula Savalls y Massot, el intrépido carlista que luchó primero en la guerra de los siete años junto a su padre; más tarde, huérfano ya de padre, pero no de rey, también en la segunda guerra carlista; después, como capitán de los Zuavos, en los campos pontificios al servicio del Papa Rey; y, finalmente, y con el afecto y la bendición particular de Su Santidad, en la tercera guerra carlista al servicio de Don Carlos VII. Savalls sobrevivió a todas las guerras, en las que luchó en defensa de lo mejor por lo que puede luchar un hombre, para morir en el exilio con los bolsillos repletos de la moneda del honor, única moneda de cambio de los carlistas que no conocen otro oficio que el de la lealtad.
***
Querido Savalls:
¡Eres un héroe! Propios y extraños, amigos y enemigos te admiran. Yo bendigo una y mil veces la santidad de una causa que sabe inspirar y sostener tanto heroísmo.
Pero eres más que un héroe; eres la personificación del heroísmo de muchos, que se baten con indomable bravura, con entusiasmo sublime, por su Dios, por su Patria y por su Rey.
Defendiendo mis derechos a la corona de España, defiendes la honra y la independencia de la patria; defiendes la libertad santa de la Iglesia de Dios.
Tú comprendiste el lazo estrecho de unión que media entre la causa carlista y la causa de la soberanía temporal del Romano Pontífice. Por eso repartiste tu vida entre los campamentos de la legitimidad española y los campamentos de los voluntarios del Papa.
Viste morir a tu padre en defensa de los buenos principios, y por ellos te ve ahora despreciar la vida y desafiar la muerte; tu querido hijo Carlos, que lleva ese nombre, mi mismo nombre, porque siendo yo aún joven, fui su padrino en Italia.
Como tu familia hay mil en España que han conservado en el santuario del hogar doméstico el depósito sagrado de la tradición carlista, transmitiéndose de padres a hijos ese tesoro de valor imponderable. He aquí por qué es inmortal nuestra causa; he aquí porque es seguro su triunfo, a pesar de defecciones lamentables y de deslealtades increíbles.
¡Adelante, pues, mi querido Savalls! Repite esta palabra, ¡adelante! Comunica tu valor y tu aliento, difunde tu fe, tu esperanza y tu entusiasmo; arranca de tu corazón y derrama sobre los demás una parte del fuego santo que atesora tu pecho. Diles que no serán inútiles sus esfuerzos, porque el Rey, firme en su derecho, y sostenido por los que con tanta honra para sí mismos, como gloria para la patria, defienden la santa bandera en España, principalmente en Cataluña y Asturias, no puede desmayar un solo momento… no desmayará jamás.
Añádeles que guardador celoso de las salvadoras doctrinas y protector nato de las sabias instituciones de la monarquía cristiana, sostendrá con mano firme y con energía inquebrantable el gran dogma político-religioso, el principio indiscutible de la autoridad. La autoridad real, que con tanta decisión defendéis en el campo del honor, será por Mí sostenida, sin tolerar imposiciones de adentro ni de afuera, ni de grandes ni de pequeños, ni de muchos ni de pocos.
Soy vuestro Rey; quiero serlo de veras. Por eso derramasteis vuestra sangre generosa en cien y cien combates; pero Rey padre, monarca justiciero, no inspiraré terror y espanto más que a los verdaderos criminales. Mi primer deber al sentarme en el Trono de mis mayores será premiar el heroísmo de mis leales, y hacer de sus laureles una corona de gloria para mis hijos.
Yo quisiera, querido Savalls, volar a vuestro lado, y compartir vuestras fatigas y peligros; pero en los momentos actuales debo sacrificar mis deseos de soldado ante los deberes de rey. Quisiera, al menos, dirigir mis palabras a todos y a cada uno de esos valientes; pero en la imposibilidad de hacerlo, te encargo les digas en mi nombre, que además de las bendiciones de Dios y la gratitud de la patria, cuenten con el ardiente cariño y la admiración entusiasta de tu afectísimo,
Carlos.
La Esperanza