Crónica de la Jornada Tradicionalista de Valencia

Uno de los momentos de la Jornada. En primer plano, algunos de los asistentes, Miguel Ayuso al fondo. Agencia FARO

Quiso el Buen Dios bendecir a los jóvenes valencianos con la gracia de poder compartir un encuentro de formación tradicionalista con el profesor D. Miguel Ayuso Torres, el pasado sábado 20 del mes corriente.

Se abrió el acto con unas breves pero importantes palabras del Rvdo. P. Juan Retamar, organizador de la jornada, que subrayó públicamente la relevancia del acontecimiento, así como la deuda de gratitud que tiene contraída el tradicionalismo con D. Miguel, quien desde joven ha empeñado su vida, sus talentos y su honor al servicio de la Causa, tornándose un eficaz transmisor de sus muchos magisterios recibidos.

La jornada, dividida en dos sesiones, se desarrolló en torno a la terna ya clásica Cristiandad-hispanidad-carlismo; síntesis catequética que trazó Francisco Elías de Tejada para facilitar la comprensión del signo religioso profundo que rubrica todas las empresas históricas de la Monarquía católica y del legitimismo hispánico, en el afán por custodiar a través de los siglos el espíritu misional y de Cruzada que latía en la entraña de la civilización cristiana, frente a la impiedad secularizadora gestada en las sucesivas fracturas del orden medieval.

El argumento —podía pensarse— era conocido. Y precisamente comenzó D. Miguel su primera intervención advirtiendo humildemente que probablemente lo fuese por gran parte del auditorio. Ocurre, sin embargo, en primer lugar, que no pocos de los asistentes escuchaban por vez primera muchos de los conceptos tradicionales, obliterados por nuestra época y absolutamente ignorados por la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos. Pero sobre todo, en segundo lugar, que no se limitó el profesor Ayuso a repetir un esquema mental, sino que ilustró su meollo de verdad al través de un imponente mosaico de ejemplos históricos, de elucidaciones filosóficas, de citas, de obras, de nombres, de hechos y de doctrinas, en que cada tesela mantuvo incólume la expectación de los oyentes durante horas de exposición que parecieron minutos. Tal es, en el fondo, la prueba de que una enseñanza es adecuada para los neófitos y catecúmenos: cuando aprovecha también para el fiel de las primeras horas. Y tal es la enésima prueba de que D. Miguel ocupa un puesto de honor en la nómina de los maestros consumados.

Sin embargo, siendo de primer orden el aspecto formativo de la jornada, no fue en absoluto menor su dimensión humana, de acogida y confraternidad. Y es que el Reino de Valencia, en nuestros días, no cuenta con un nutrido grupo de filósofos y escritores católicos. La práctica totalidad de jóvenes no hemos gozado del trato personal con ningún maestro; tan sólo nos hemos lucrado de sus frutos intelectuales estudiando sus obras. De modo que para muchos de los asistentes la figura de Miguel Ayuso, como la de José Miguel Gambra, Juan Manuel de Prada, y la de muchos otros grandes próceres del pensamiento católico de nuestros días, evoca aires en cierto modo legendarios; de una leyenda viva y operante de caballeros andantes en defensa de una Causa proscrita. Por ello, la presencia física entre nosotros de D. Miguel fue motivo de profunda alegría, y pudimos comprobar personalmente que el sello de su celo apostólico es inconfundiblemente tradicionalista: aúna la claridad y el rigor doctrinal —«la salvadora intransigencia de los principios»— con la entrañable bonhomía de una generosidad sin límite, incapaz de pronunciar con odio o rencor ni una sola de sus demoledoras críticas contra el liberalismo y sus secuelas.

A buen seguro este encuentro habrá dado abundantes frutos espirituales. Ojalá sea el primero de muchos. Quiera Nuestra Señora de los Desamparados hermanar en apretado haz, en comunión fecunda de entendimientos y de voluntades, a cuantos en Valencia hemos recibido la inmerecida gracia de militar bajo las banderas de la Tradición, para mayor gloria de Cristo Rey y triunfo de la Santa Iglesia. Vale.

Agencia FARO, Círculo Carlista Abanderado de la Tradición y Nuestra Señora de los Desamparados