A lo largo de los últimos tiempos hemos visto cómo se obligaba coercitivamente a la población a permanecer encerrada en sus casas, apartada de sus estudios y trabajos, separada incluso de sus familiares durante épocas de especial sufrimiento; y el pueblo, en lugar de revolverse contra tales represiones, ha respondido mediante la resignación, mucho más llevadera cuando el mundo del consumo de Amazon y Netflix —también el de algunas otras plataformas más abyectas— se encontraba al alcance de un dedo.
Un solo movimiento del dedo índice y el hombre aprisionado, alejado de su realidad, ya podía ver satisfechas todas sus pulsiones, desde las más pueriles hasta las más perversas. De esta manera, ese hombre, además de encontrar satisfechos sus deseos egoístas, se encontraba desvinculado de todas sus obligaciones laborales, familiares, sobrenaturales —el mundo parecía «parado»—, y en vez de sentir arder la injusticia bajo su piel, se mostraba agradecido con sus verdugos actuando como cómplice necesario de esa gran estafa.
Pues bien, habiendo comprobado lo sencillo que resulta convertir a todos los pueblos del mundo en secuaces de los intereses del capitalismo, ahora la prensa se ha llenado de propaganda en favor del metaverso, un espacio virtual plenamente inmersivo, donde se dotará a los hombres de artilugios tecnológicos para que perciban con precisión incluso lo que teóricamente estaría percibiendo su avatar, y donde la vida virtual, con su mercado, su economía propia, con todos los medios de entretenimiento de los que ya gozamos en la actualidad, constituirá un sucedáneo total de nuestras vidas reales; metaverso, que está siendo construido por los grandes tecnológicos a partir de inversiones más que multimillonarias.
El mundo virtual se entiende como un mundo sin fronteras en el que se encuentran conglomerados todos los avances de la razón: una especie de conciencia universal; y lo que se pretende en última instancia es enchufar a todos los hombres a esa conciencia universal para que claudiquen y abdiquen del uso de su razón particular. Los gigantes tecnológicos han adoptado una posición muy extrema a este respecto, puesto que, para que estemos bien enchufados, se han propuesto alterar incluso nuestras percepciones, que sentirán los cambios que se produzcan en el mundo virtual en lugar de los cambios que se produzcan en nuestro mundo de cosas.
¿Y qué van a hacer los hombres cuando se tengan que enfrentar a las realidades de la vida de las que la tecnología no puede escapar? ¿Cómo va a afrontar su propia muerte un hombre enajenado por este supino idealismo práctico? Porque su avatar puede que continúe existiendo en el metaverso, pero él, que quizá haya olvidado incluso que existe, algún día morirá y tendrá que rendir cuentas frente al Tribunal de Dios.
Pablo Nicolás Sánchez, Navarra