La obcecación en la derrota

Jaime Mayor Oreja presentando NEOS. Foto Jorge Barreno

Ciertamente, el hombre es el único animal que tropieza más de una vez con la misma piedra. Siendo esto un axioma del obrar humano incuestionable, no es menos cierto que es preciso matizar algunos aspectos. El primero de ellos tiene que ver con la distinción entre la debilidad humana y el concurso obstinado de la voluntad. Esto es, el hecho de que nuestra debilidad sustancial nos haga fallar no es óbice para que el errar no forme parte de nuestra experiencia, cooperando para tratar de evitar la reincidencia en el mal.

Esta introducción se entenderá a medida que ilustre el tema que nos ocupa. Ha surgido recientemente la plataforma denominada NEOS, iniciativa ligada a personalidades como Jaime Mayor Oreja o María San Gil. En la concentración que tuvo lugar recientemente, es interesante analizar los mensajes enviados para identificar la naturaleza del proyecto. En la intervención de Mayor Oreja, se resaltaba la unión de los cristianos ante la transformación social. Esta pretensión del ex-ministro popular no deja de ser curiosa, dado que es el sistema liberal democrático actual el que necesariamente opera el cambio de la sociedad, pues su motor es el principio de autodeterminación personal, cuya traducción es apreciable tanto en el voto como en las costumbres, modas, hábitos…

Siendo el liberalismo el sistema que separó a la Iglesia del Estado, tras ello de la sociedad, tras ello de la familia y tras ello de la propia persona, es lógico pensar que la situación ante la cual, según NEOS, «no podemos mirar hacia otro lado», el objetivo del combate se dirija contra el sistema y sus pilares; esto es, para ser coherentes con el discurso, un discurrir mínimamente racional y equilibrado nos llevaría a pensar que NEOS ha nacido para combatir contra el liberalismo, la constitución de 1978, la dignidad personalista, la monarquía parlamentaria, la Nación moderna, la soberanía… Pues bien, si consultamos la página web de la plataforma encontramos que los objetos no de su lucha sino de su defensa son: «libertad» (separación del ámbito público de lo privado, esto es, autonomía personal), monarquía liberal usurpadora, «dignidad» de la persona, Nación española política… Las menciones a la verdad, a la familia, a la vida… entre otras, indudablemente beben de una concepción cristiana, pero filtradas desde lógicas antropocéntricas, humanitarias y personalistas.  Prueba de ello es la ejemplificación que vemos en la sección referida a la verdad, donde tras algunas sentencias piadosamente articuladas, encontramos que la oposición no es al Estado ajeno a los derechos de Cristo Rey, sino a leyes y procedimientos ajenos a las verdades históricas, sociales…

Enlazando con el párrafo inicial, la democracia cristiana parece no haber aprendido de sus errores, es decir, de sí misma. La asunción del liberalismo, la democracia, la modernidad, los derechos humanos, el antropocentrismo… Desde luego, tratar de bautizarlos sería equivalente a presumir de un aumento vocacional local fundado en disfrazar de monjas a todas las meretrices del lugar. ¿Acaso no ha aprendido la democracia de su historia? ¿Qué fue de Alejandro Pidal? ¿Qué quedó de la CEDA? ¿Y del franquismo? ¿Y de UCD? ¿Y de Alianza Popular?

La respuesta a todo ello es la siguiente: el fruto del progresismo incisivo, y de las transformaciones de los católicos en liberales por medio de la democracia cristiana es precisamente la situación en la que nos encontramos hoy. Sin la traición de la democracia cristiana, operada mediante la asunción de la ideología liberal, la secularización y destrucción del orden social cristiano habría sido impensable. Si Pidal hubiese reconducido a los católicos al tradicionalismo en lugar del canovismo… Si la AcdP o Gil Robles hubiesen aceptado la doctrina política católica, ¿qué habría pasado? Probablemente no habrían tenido relevancia particular ninguna o incluso no habría necesidad de fundarlos, pues habrían engrosado las filas del combate católico militante, necesidad primordial empañada por las contaminaciones moderantistas primero y conservadoras después.

Sin negar las buenas intenciones de nadie, que no podemos juzgar, es preciso ser rigurosos. El problema actual es un problema político, con raíces religiosas lógicamente. La respuesta debe ser política, en el sentido pleno del término, esto es, tendente al bien común. Asumiendo esto, es claro que el liberalismo es opuesto al orden social cristiano, y que toda iniciativa que no tenga como fundamento su rechazo desde posturas contrarias ontológica y no dialécticamente, está llamada primero a la confusión y luego al fracaso.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense.