Un baezano testigo del milagro de Empel

Composición de «Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España» y fotografía de un sepulcro en la Catedral de Baeza

Cristóbal Lechuga nació en Baeza, en pleno Santo Reino de Jaén, sobre el año 1557. Fue lo que un militar de renombre de su siglo: militar, artillero e ingeniero, sargento mayor de batalla, teniente general de Artillería en los Estados de Flandes y de Milán, y escritor.

De joven se embarcó en una de tantas gloriosas empresas que brindaba la Hispanidad, alistándose cuando tenía diecisiete o dieciocho años, en un tercio del ejército de Flandes (siendo gobernador D. Luis de Requesens), al servicio de Sancho Dávila. Este incipiente empuje le hizo destacar rápidamente por sus extensos conocimientos de la Artillería, que le llevaron a ser artillero con D. Juan de Austria y a la muerte de este último, a participar como tal con el ejército de su sucesor Alejandro Farnesio en los sitios de Maestricht, Tournay y, sobre todo, en el de Amberes en 1585.

Entre los años de 1579 y 1585 pasó por los empleos de la milicia de cabo de escuadra, sargento y alférez. En este último año fue reclutado como sargento mayor para el tercio de Bobadilla, destacando como militar y estratega en Flandes. El 25 de julio de ese año, el tercio de Bobadilla salía hacia Flandes por el Camino Español y, con él, nuestro baezano.

A su llegada a Flandes, el tercio fue diseminado por las poblaciones católicas de la frontera para defenderlas de posibles ataques de los herejes. Posteriormente el tercio de Bobadilla estuvo en la jornada de Bommel, donde los herejes rompieron los diques y anegaron la zona del río Mosa. Y para añadir calamidades, tuvieron que combatir contra una flota que navegaba por el terreno inundado. Con menos de treinta años de edad, y ya un experto artillero, Cristóbal Lechuga luchaba con denuedo junto a sus camaradas de armas: hambrientos, helados y andrajosos. Pero allí ocurrió el milagro. Nuestro protagonista, confesado y comulgado, cual requeté, encomendándose a la Inmaculada que tan grande milagro obró, con un pequeño grupo de hombres, tuvo la dura misión de echar a unos holandeses de una isla, bien atrincherada y protegida. Eso no era nada para soldados que tenían el empuje de la Gracia.

A soldado que tan gran favor recibió, ningún obstáculo le detuvo para defender la misión de las Españas que le reclamaba Nuestro Señor Jesucristo.

El hermano de Cristóbal, en un intento de asesinar al nuevo maestre de campo, Manuel Vega, llegó a involucrar a nuestro protagonista. Provisionalmente fue separado, pero hizo un memorial de sus servicios a Felipe II de España y éste se lo recomendó al gobernador de los Países Bajos, el archiduque Ernesto, quien lo nombró teniente del capitán general de Artillería de Flandes, monsieur La Motte.

Militar de una pieza, se integraría al mando de la Artillería Imperial, en el ejército que, dirigido por el conde de Fuentes, rendía las plazas de Huy y de Castelet, destacando especialmente en el sitio de Doullens (del 14 al 31 de julio de 1595), donde con sus cañones lograba destrozar a un ejército francés, mandado por Villars, que acudía –inocente- en socorro de la plaza, avanzando sobre los enemigos con las piezas sin armones, a brazo, haciendo fuego sobre la marcha.

Pero esta campaña continuaba, y en el sitio de Cambray pondría en práctica un sistema iniciado por él: de baterías enterradas y baterías a contraescarpa. Resultó gravemente herido, para volver a ser herido en la expugnación de las plazas de Calais, Ardres y Hulst. Su pericia cobraba fama y fue escogido como experto ingeniero en los trabajos de sitio de las plazas de Dorlans y Amiens.

Pero el Señor lo llamó a otra misión sólo apta para valientes.

El rey Enrique IV de Francia pone cerco en 1597 a la ciudad de Amiens, en poder de los españoles. El archiduque Alberto piensa en Cristóbal, y le ordena que se introduzca en la plaza para dirigir la artillería de la defensa. Los cañones toman nuevo vigor y sus destrozos son certeros. Pero el enemigo francés es numeroso y no deja de recibir refuerzos. Al cabo de seis meses de asedio el gobernador de la plaza, el marqués de Montenegro acepta la capitulación de la ciudad, de la que saldrían los defensores con todos los honores reconocidos por un valor que jamás olvidarían.

De Flandes pasa Lechuga a Italia, donde publicaba en Milán, en 1603, su «Discurso que trata del cargo de Maestre de Campo general y de todo lo que de derecho le toca en el Exército». En 1604, en esa misma ciudad se fundaba una escuela de Artillería dirigida por él y en la que no sólo se estudiaba la ciencia del artillero, sino también aquellos otros conocimientos sobre fortificación que él consideraba necesarios para tales técnicos de la milicia.

En 1611, continua en Milán y publica su obra más famosa, el «Discurso que trata de la Artillería y de todo lo necesario a ella, con un tratado de Fortificación y otros advertimientos», tratado en el que recopilaba todo el saber de su tiempo sobre la materia. Diría el conde de Fuentes, gobernador del estado de Milán y del que fue su ingeniero más importante: «de los hombres más inteligentes y de mayor servicio».

En 1616 debía estar en su ciudad natal, Baeza, ya que realizaba una fundación en una capilla de la Iglesia románica de Santa Cruz. Fallecería en 1622, siendo enterrado en la Catedral de su ciudad.

María Dolores Rodriguez Godino, Margaritas Hispánicas