Sobre las elecciones de Concejos municipales de juventud en Colombia

Colprensa. Camila Díaz

El pasado domingo 5 de diciembre tuvieron lugar las votaciones para los Concejos municipales de juventud. Como era de esperar, la participación fue mínima, con una abstención a nivel nacional cercana al 90% según la Registraduría, causando la frustración de amplios sectores de la izquierda. Para más inri, un gran porcentaje de los votos fueron nulos, más del 50% en algunos municipios y, en muchos casos, de forma evidentemente intencionada como revelaron muchos votantes en redes sociales.

Cuando suceden este tipo de cosas, la izquierda suele afirmar que hay muchas lecciones que aprender y, en esto —al menos en esta ocasión—, tienen razón, pero las lecciones no son precisamente las que ellos creen.

La democracia representativa es de naturaleza autodestructiva; por consiguiente, de forma consciente o inconsciente, siempre acaba rebajándose a sí misma. Si en el parlamentarismo decimonónico, que de por sí ya era bastante malo y con razón era criticado por los tradicionalistas de la época, aún quedaban restos de decencia y de respeto a la majestad que debe tener la autoridad política, hoy en día estos restos han desaparecido por completo. De ahí que no sea extraño que en la actualidad cometamos la soberana tontería de darle voto a jóvenes de 14 años. Ya en el siglo XIX Miguel Antonio Caro lo había advertido: «si el sufragio ha de ser universal así debe comprender a los hombres como a las mujeres y aun a los niños».

Muchos nos acusarán de alarmistas y nos dirán que, por el momento, el «consejo de juventud» es un órgano consultivo sin ningún poder real, por lo que no debería preocuparnos. Nada más falso; lo que nos interesa subrayar es que en las repúblicas liberales del tiempo de Caro era impensable darles voto a los adolescentes y aún lo era hace pocas décadas. Sin embargo, hoy es una realidad —aunque con sus limitaciones— gracias a la institución del consejo de juventud. Así como Caro pudo predecir que lo impensable iba a suceder gracias a la naturaleza autodestructiva de la democracia liberal, no es descabellado afirmar que, en el futuro, tendrán sufragio efectivo incluso los niños. Lo que hoy pasa es una señal de lo que pasará mañana, eso es lo preocupante.

Esta es la primera lección que nos deja esta experiencia: la democracia liberal busca constantemente rebajarse más a sí misma. Por otro lado, la segunda ya deben conocerla los menos desprevenidos: la democracia no encaja con la naturaleza del pueblo colombiano.

La gran mayoría de los jóvenes colombianos, mucho más sabios que la pequeña secta mezquina de fanáticos de la religión civil que en sus delirios primermundistas cree que de verdad es un imperativo moral participar en este circo, atribuyéndole incluso virtudes a quien lo hace, prefirió simplemente quedarse en casa perdiendo el tiempo en otra cosa. Y es que perder el tiempo siempre será algo negativo, pero existen muchas formas de perderlo, algunas peores que otras, y cuando se presenta una que implica perder la dignidad, es mejor escoger cualquier otra. La juventud colombiana no es precisamente sabia, pero quienes prefirieron perder el tiempo viendo la televisión lo son mucho más que quienes se prestaron para este espectáculo tan bochornoso. Si la juventud colombiana no le dio importancia a estas elecciones no fue porque fueran más o menos educados ni por falta de difusión del evento, lo fue porque es una tontería tener un consejo de juventud y eso es algo que todos pueden ver, excepto los fanáticos de la religión civil. Sin embargo, ésta no es la única razón; el adolescente no es apto para participar en política y, por lo tanto, su naturaleza es incompatible con la democracia. Esta también es la razón por la cual los índices de abstención en general —pero más en este caso en particular— son altos si no se coacciona a votar como sucede en otros países: porque la democracia no es compatible con la naturaleza de nuestro pueblo. La sociedad es como el cuerpo humano, decía Aristóteles, y es natural que un cuerpo rechace un injerto extraño al mismo. Por eso la sociedad colombiana rechaza la democracia a través de la abstención; porque es un injerto extraño.

El fracaso —para la izquierda— del 5 de diciembre es la prueba de estas dos lecciones.

Quiero cerrar esta pequeña reflexión con dos mensajes. En primer lugar, advierto a los izquierdistas que este fracaso se repetirá; en segundo lugar, felicito a la juventud colombiana por no haber participado de este circo.

E. Jiménez, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas