El IPC (Índice de Precios de Consumo) o inflación mide la variación de los precios del conjunto de bienes y servicios que consume la población. El art. 8 de la Declaración sobre la estrategia de política monetaria del BCE señala que «el BCE se ha comprometido a fijar la política monetaria para asegurar que la inflación se establece en su objetivo del 2% a medio plazo». A lo largo de la última década, en España, el IPC General acostumbraba a rondar el 3%, salvo durante la situación pandémica y el 2019, donde, respectivamente, fue de un –o,5% y de un 0,8%. Sin embargo, el IPC acumulado registrado en España desde inicios del presente año es del 5,3%.
En relación a estos datos cabe apuntar que están manipulados muy a la baja puesto que la inflación muestra una clara dependencia del precio de la vivienda —disparado hoy día—, así como del precio de los vehículos, ambos gastos amortizados por gran parte de la población y que, en caso de no estar amortizados, se pagan en un largo plazo, lo que reduce notablemente su repercusión en el IPC.
Esta inflación, por un lado, ha sido causada por la política impositiva fruto del ecologismo rampante, que encarece con severos impuestos el transporte, el diésel y los derechos de emisión de CO2, tal y como explicamos en un artículo anterior Sobre la subida de la luz y su justísimo precio; y, por otro lado, ha sido provocada por el incremento de la masa monetaria:
El BCE y los bancos centrales poseen la facultad soberana de emitir billetes de euro con total libertad y sin sujeción alguna a las realidades materiales. Por eso, con el fin de facilitar el crédito a grandes empresarios e inversionistas, la masa monetaria ha sido aumentada paulatinamente a lo largo de la última década desde los 9.499, 99 miles de millones de euros registrados en el 2011 hasta los 14.522 miles de millones de euros registrados en el 2020. Asimismo, la Reserva Federal, pretendiendo también facilitar el crédito a los grandes magnates, aumentó el volumen de dólares en un 24,5% durante el 2020, cifra demente y sin parangón en la historia de la política monetaria.
Además, el salario bruto medio en España ha aumentado solamente un 2,8% desde el 2020, lo que hace patente la descoordinación que existe entre el incremento de los precios, los cuales, como ya hemos señalado, han subido más que lo que marca el IPC, y el dinero ahorrado por los consumidores. Y es que, si se crea dinero en base a la nada con la intención de que los grandes señores capitalistas inviertan y arriesguen, el dinero se devalúa, suben los precios —aumentados por la política impositiva del Estado—, mientras el hombre corriente continúa cobrando prácticamente lo mismo que cobraba antes de verse inmerso en este proceso inflacionario. Y esta debacle, donde todo se encarece al tiempo que disponemos del mismo dinero, ya se podía vislumbrar años atrás, cuando el BCE comenzó a imprimir billetes sin ton ni son.
Todas las cosas que se hallan en el mercado, incluido el trabajo, se venden por menos dinero en aquellos lugares donde hay menos dinero, «como por experiencia se ve que, en Francia, donde hay menos dinero que en España, valen mucho menos el pan, el vino, los paños, la mano de obra, los trabajos; y también en España, en la época en la que había menos dinero, se daban las cosas vendibles, la mano de obra y el trabajo de los hombres por mucho menos dinero que después, cuando se descubrieron las Indias y se cubrió el reino de oro y plata. La causa de esto es que el dinero vale más donde y cuando falta que donde y cuando abunda» (Martín de Azpilcueta. Comentario resolutorio de cambios, Capítulo XII, El valor del dinero).
Y el rey, si existe algún aprieto o necesidad especial como la guerra, podrá abajar la moneda a su voluntad sujeto a dos condiciones: «la una que sea por poco tiempo, cuanto durare el aprieto; la segunda, que pasado el tal aprieto, restituya los daños a los interesados. (…), porque si el príncipe no es señor, sino administrador de los bienes particulares, ni por este camino ni por otro les podrá tomar parte de sus haciendas, como se hace todas las veces que se baja la moneda, pues les dan por mas lo que vale menos» (Juan de Mariana. Tratado y discurso sobre la moneda de Vellón, Capítulo III, El rey no puede bajar la moneda de peso ó de ley sin la voluntad del pueblo).
Y Juan de Mariana, respecto del incremento de precios mediante políticas impositivas, apunta en el Capítulo II de la misma obra lo siguiente:
«Digo pues que es doctrina muy llana, saludable y cierta que no se puedan poner nuevos pechos sin la voluntad de los que representan al pueblo. Esto se prueba por lo que acabamos de decir, que si el rey no es señor de los bienes particulares, no los podrá tomar todos ni parte de ellos sino por voluntad de cuyos son». Esto es, en caso de que nazca una necesidad que deba ser financiada a través de un impuesto, el rey ha de acudir a las cortes y recibir su beneplácito, puesto que, en caso contrario, como se indica más adelante en el texto, «toma el príncipe parte de la hacienda de sus vasallos, para lo cual no tiene autoridad», incurriendo en pena de excomunión.
En fin, que «si vender una cosa más cara o comprarla más barata de lo que realmente vale es en sí injusto e ilícito» (ST, II-II, c.77, a.1), vender las cosas a precios disparatados, inasequibles para el pueblo cuyo ahorro no se ha visto incrementado, ha de constituir una injusticia atroz y repugnante. Más aún cuando los precios se aumentan, tanto por la vía de los impuestos como por la vía de la masa monetaria, mediante la coartada de la voluntad general encarnada en el Estado —o en el Supra-Estado— donde la voluntad de los representantes se transubstancia en voluntad de toda la «Nación» pudiendo estos hacer y deshacer, «así en la tierra como en el cielo», en nombre del pueblo, todo lo que convenga a sus fines. Y estos fines son bien conocidos: el enriquecimiento de unos pocos que gozan de todo el crédito habido y por haber, incluso del crédito que no existe, y la sumisión dócil y gregaria de las masas que, sedientas de los placeres que estos magnates les proporcionan y adictas al consumismo narcótico y frenético, están dispuestas a comprar sus productos a cualquier precio.
Pablo Nicolás Sánchez, Navarra