Ya en plena Navidad, los medios audiovisuales a nuestro alcance –y los que nos intentan alcanzar– nos brindan todo tipo de películas de temática navideña. Pero no todo lo que reluce es oro.
La primera pregunta que habría que hacerse es si toda película ambientada en Navidad es navideña. Por supuesto que no, por muchas buenas intenciones que albergue la cinta, melosos sentimientos, desbordamiento de ternura y cariño, o un sinfín de buenos deseos… no. Eso no es Navidad.
Y no sería responsable abandonar a nuestros jóvenes y pequeños ante el televisor, sin más supervisión que el horario de acostarse. No es mi ánimo descalificar, pero sí advertir sobre la necesidad de herramientas que nos permitan juzgar lo que se nos ofrece.
Dos clásicos asaltan nuestras pequeñas pantallas año tras año. El primero, una obra maestra: « ¡Qué bello es vivir!» (1946). George Baley, con el agua al cuello después de una vida de renuncias personales, piensa en el suicidio; se le aparece Clarence, un ángel que todavía no se ha ganado las alas, y que le acaba infundiendo optimismo al mostrarle cómo hubiese sido la vida sin él. Ni rastro de la Sagrada Familia ni de lo que supone la venida de Cristo.
Un segundo clásico de las pantallas: «Cuento de Navidad», de Charles Dickens. Existen múltiples versiones sobre este cuento, en el que el Sr. Scrooge, avaro donde los haya, recibe por la noche la visita de tres fantasmas (navidades pasadas, presentes y futuras) que le hacen convertirse en una muy buena persona. El subtítulo de la obra ya nos da un adelanto: «Una historia navideña de fantasmas». Podría afirmarse que esta obra es la madre de todas las cursilerías del buenismo imperante que desemboca en una filantropía llena de energía sin horizonte alguno. En resumen: ninguna referencia navideña ni atisbo teológico.
«De ilusión también se vive» (1947, de George Seaton). El dueño de unos grandes almacenes contrata a un simpático anciano para que interprete a Papá Noel. Acaba siendo todo un éxito, tanto que el propio abuelo llega a afirmar que es él. Por muy simpático que sea el argumento, tal personaje no deja de ser detestable por todo lo que supone.
«La gran familia» (1962, de Fernando Palacios). Sobre la vida de una familia numerosa (por este mero hecho ya vale la pena), que afronta en Navidad el fallecimiento de uno de los hijos. El drama y la alegría se entremezclan en un realismo que nos lleva a la razón de la Salvación.
«Polar Exprés» (2005, de Robert Zemeckis). Un niño que ha perdido la ilusión por esa Navidad mercantilista, sube a un tren que le lleva a la misma aventura voluntarista de la que ha perdido la ilusión, para recalar en la raíz de la alegría: ¿el Portal de Belén? No, su propio corazón.
«Feliz Navidad» (2005, de Cristina Carion). Narra lo sucedido el 24 de diciembre de 1914, en el frente de Ypres (Bélgica): se decretó una tregua, se cantaron villancicos, hubo encuentros entre los dos ejércitos e incluso se intercambiaron regalos. La paz de Cristo, por muy bello que fuera el momento, no fue el motivo del encuentro.
Otra cinta más reciente: «La Natividad» (2006). Muy buenos escenarios, costumbrista y detallista. Pero Nuestra Madre totalmente desdibujada: tímida, timorata y cohibida.
Una cinta excepcional: «El Hombre que hacía milagros» (2000, de Stanislav Sokolov). Película de animación que usa la técnica de stop motion. No propiamente navideña, pero si narra el nacimiento de Jesús y lo que supone, alternando con maestría esta técnica con el dibujo animado cuando Cristo recuerda su infancia y su vida con María.
Otra película que deja gratos recuerdos: «El pequeño tamborilero y los tres Reyes Magos» (2001). El pequeño esclavo Miguel viaja a Judea con su malvado amo romano Tito. En el camino se encuentra con los Reyes Magos que están siguiendo la Estrella en busca del Niño Jesús. Netamente infantil, emotiva y entrañable la Sagrada Familia.
No ha sido más que una muy sucinta visión de lo que probablemente (por años anteriores) tengamos de oferta. Pero las plataformas digitales amplían este espectro hasta límites casi inabarcables: Navidades en California (2020); Herencia navideña (2017); Crónicas de Navidad (2018); El chico que salvó la Navidad 2021); Shrekete feliz Navidad (2008); Un príncipe de Navidad (2017); El Grinch (2000); El calendario de Navidad (2018); Una cenicienta moderna (2019); La familia Claus (2020); Navidad en Casa (2020); La Nochebuena es mi condena (2020); Un vecino con pocas luces (2006); Navidad, loca Navidad (2019); El caballero de la Navidad (2019); Nochevieja en la Magnolia (2020)… inabarcable.
Entre todos estos títulos, donde Papá Noel es el protagonista absoluto, o los enamoramientos bajo el muérdago se van sucediendo incansables en centros comerciales infestados de sonrisas, o la comedia con kilométricas guirnaldas multicolores deviene en abrazos entre vecinos irreconciliables, o donde todos pasan de vidas insufribles a la «comuna del amor», cabe destacar la película de animación «La Navidad de Ángela» (2018). Cinta entrañable en la que la una niña con un gran corazón se lleva el pesebre de la iglesia, para que Jesús no pase frío.
Un último título, también de animación, «Los Reyes Magos» (2003), en el que aunque los protagonistas son los que menciona el título –se agradece en medio de la tiranía del gordinflón de rojo-, hay que considerar las licencias a la magia en medio de las animadas aventuras que corren, que agudizan la imaginación de los más pequeños.
Evidentemente no se trata de visionar documentales, ya que las licencias artísticas y la creatividad deben estar presentes, máxime en la infancia. Pero, siempre y cuando, no se desvíe del fin de la Navidad, ya que el continuo bombardeo del mercado del ocio sólo desfigura lo que celebramos.
¿Y Disney? Ni me lo mencionen.
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza