Tras ocho años de mensajes navideños, del repudio de su padre, de la expulsión de su hermana de la «casa familiar», después de haber pronunciado discursos de todo pelaje para contento de propios y extraños, dos millones ochocientos mil españoles más que el año pasado han preferido ignorar al personaje.
¡Qué años felices a bordo del barco «Bribón», de nombre tan premonitorio! Aunque fueron ni más ni menos que doce embarcaciones las que fueron sucediéndose con ese nombre, desde el «Bribón» II hasta el «Bribón» XIV, como si de cuentas offshore se tratara. Pareciera que el anterior Jefe del Estado no obvia el destino que tiene asignado por la Historia: morir en el exilio. Pero, al contrario que sus antepasados (al menos los conocidos), esta vez con los bolsillos llenos. Porque en el exilio hace mucho frío y la escasez de cuartos es tónica común.
Podríamos plantearnos dos hipótesis: que el hijo sepa de Historia de España (que estudió allá en Ontario), o no. Si optamos por la primera opción, se le presenta por necesidad el camino de su padre. Si, por el contrario, escoge la segunda: los tiempos han cambiado y los alquileres en Estoril están por las nubes. Ergo… volvemos a la primera.
Se esperarán ustedes que comente el inicuo mensaje navideño, pero no me detendré ni en el marco en el que se rodó. Para vergüenza nacional ya tiene la «casa familiar» del Jefe del Estado momentos inolvidables del esperpento, de sobra conocidos. Y apologetas de los mismos, que florecen entre las derechas decentes: ABC, La Razón y demás periódicos de gente de bien; no como El País o Público, que son de esa gentuza de izquierdas. Que justamente son los dos pilares que sostienen a Felipe Juan, esposa y progenie.
¿Cuántos serán los que se quedaron en el canal de televisión, escuchando, sin caer vencidos por el sopor? Visto lo visto, otros dos millones de españoles cambiarán de canal en el próximo monólogo. El resto seguirán confiando en la sombra de lo que debió ni debe ser ser un Rey. Ayunos de verdades, indigentes de auxilio en quién confían, esperarán con esa fe de carbonero a lo alocución que debiera ser, y no será.
Ya les avisó el beato laico enterrado en la Catedral (¿laica?) de Ávila: «puedo prometer y prometo». Se van a morir de viejos escuchando promesas.
Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza