A mi abuelo, que Santa Gloria haya, no le gustaba nada la sangre; bueno, ¿y a quién sí? La generación intermedia cuenta cómo con ocasión de los frecuentes e inevitables cortes, raspones, hemorragias cutáneas en general, tan propias de la infancia, mi ilustre antepasado recurría, con la solicitud de un padre, la nerviosa prontitud de un hematofóbico y el espíritu dadivoso y manirroto que caracteriza a esa rama de la familia, a un producto de aquellos entonces, llamado «polvos de Azol». Las hemorragias eran efectivamente cortadas, aunque la historia no especifica si gracias a las virtudes curativas del preparado en cuestión o si, simplemente, se trataba de una cuestión de simple física: en efecto, una herida superficial taponada por un montículo de cuatro centímetros de diámetro por dos de alto de polvos de talco con ínfulas, puede muy bien curar porque la sangre, lisa y llanamente, no tenga escapatoria y se resigne a seguir paseándose por el monótono sistema circulatorio. Luego llegó la mercromina, que es bastante menos divertida.
En cualquier caso, el procedimiento descrito es una aplicación, bastante prosaica, empero, de la máxima petrina: «la caridad cubre una multitud de pecados» (I Pe 4, 8), según una sesuda exégesis de mi santiscario; a mayor abundamiento del remedio, mayor cantidad de males serán curados y con tanta más prontitud.
Como es de todos conocido, todos los socialdemócratas de la política europea (es decir, todos los políticos europeos), son ávidos lectores y libreintérpretes de las dos epístolas de San Pedro y, faltos de otros medios, sin duda más eficaces, para solucionar los muchos problemas de sus conciudadanos digo, súbditos, recurren con dispendiosa actitud a enterrarnos en montañas de dinero. Los fondos FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional) pretenden cortar, también por simple acumulación, las hemorragias económicas y morales del Viejo Continente. Pero, ¡ay!: ni el despoblamiento de las provincias rurales, ni el tedio vital de un pueblo cuya existencia repta patéticamente entre un aborto esquivado y una casi inevitable eutanasia, ni el empuje (des)civilizatorio de gentes que llegan del Oriente y del Sur sin hallar resistencia alguna, se pueden curar con polideportivos y placas solares. Ni tampoco el dinero tiene ninguna de las virtudes cicatrizantes de los polvos de Azol. Ni, por cierto, la Gran Enfermera cesante de la Unión Europea, Frau Merkel, le llega a mi difunto abuelo a la suela del zapato.
El colofón a estas consideraciones lo proporciona la sabiduría de mi otro abuelo, que Santa Gloria haya también, quien afirmaba que todo problema que pueda resolverse con dinero no merece el nombre de problema. Una actitud muy sana y muy castellana de moderado desprecio del dinero, por cierto. Y que permite concluir, claro, que los verdaderos problemas (tedio vital, despoblamiento, invasiones bárbaras…) no se resuelven con dinero.
Pero, además, ¿de verdad nos han bañado en oro las políticas de los espléndidos prebostes europeos?
La divertida película, aunque decididamente de muy mala sombra, «El Club de las Primeras Esposas» nos ofrece una escena que, a no ser por la incongruencia temporal, yo no dudaría en afirmar que se inspiró en alguna de las muchas entrevistas que tuvieron lugar entre Zapatero y doña Ángela en los años más duros de aquella ya lejana (primera) crisis económica de 2008.
Goldie Hawn, Diane Keaton y Bette Midler interpretan a tres amigas que acaban de ser más o menos vilmente divorciadas. Otro día hablamos de la diferencia entre divorciarse y ser divorciado. Sus esposos han decidido cambiarlas a todas tres por ejemplares más jóvenes de neoyorquina incauta (esa subespecie humana que, generalmente, protagoniza comedias románticas), así que ellas han planeado una cuidadosa venganza conjunta, hasta con ciertos tintes filantrópicos. Hawn es una versión posmoderna de la Margo Channing de «Eva al desnudo», a la que su ya ex marido reclama la venta y partición de los bienes gananciales acumulados durante su (de ella) larga y fastuosa carrera artística. Resuelta, finalmente, la ingrata cuestión, Hawn hace una entrada espectacular en las oficinas de su ex hasta depositar con un gesto magnánimo ante él, en la flamante mesa de su despacho, un par de monedas de 25 centavos, arguyendo que, habida cuenta de lo infeliz de su vida en común y de su espantosa conducta, había decidido liquidar todo su patrimonio común vendiéndoselo a Diane Keaton por la simbólica suma de 1$. Ante la estupefacción de su ex cónyuge, en un alarde de infinita magnanimidad y condescendencia, se saca del bolsillo otra par de monedas del mismo valor que deposita sobre la anterior con un lapidario:
«- Bueno… ¡Quédatelo todo!»
No me cuesta, como digo, imaginarme a Merkel haciendo una entrada triunfal (con bastante menos donaire que Goldie Hawn, eso es evidente), en alguna reunión con los alumnos díscolos de la austeridad financiera europea (a saber: Italia, Irlanda, Grecia, Portugal y España) y soltándoles algo así como esto:
«- En atención a vuestro historial delictivo: catolicismo, guerra al aborto, al divorcio, a los anticonceptivos, etc., he decidido vender todo vuestro tejido industrial, empresas punteras, soberanía monetaria y jurídica y demás, por una muy razonable suma: vuestro ingreso en el selecto club de la UE. Pero no os preocupéis: hay fondos FEDER para todos… A repartir con Francia, Bélgica y Luxemburgo que tienen muchas sedes y edificios oficiales que construir… Bueno, no os pongáis así… ¡Quedáoslos todos!».
En mi pueblo, como en muchos pueblos españoles, hay hoy un jardincillo bastante cutre en memoria de las mujeres víctimas de la violencia de género (un total de 0 en todo el municipio), construido con fondos europeos. Antes había una cantera de granito, pero supongo que ahora que somos europeos preferimos lápidas de importación.
Cerramos este año con Angela Merkel, porque sólo un obtuso podría negar su enorme influencia en la última década larga de la Historia (y no sólo europea). Qué vendrá después, no lo sabemos. Por el momento, auf Wiedersehen, Frau Merkel! ¡Tanta paz lleve como deja!
G. García Vao