
En fechas recientes, como remedio indispensable para combatir el cambio climático, el ejecutivo español señaló la importancia de abolir la energía nuclear y de apostar por las energías «verdes». Y es que, si partimos de la base de que una vaca es un agente maligno por ventosear, o de que un fumador agujerea la capa de ozono con cada cigarrillo que se fuma, cualquier afirmación en torno a este asunto comienza a ser válida y, para aplacar la ira de la Pachamama, debemos acudir al confesionario cada vez que sintamos una incipiente indisposición gástrica.
Aun así no debemos caer en la desesperanza dado que, hace unas jornadas, sucedió un evento extraordinario e incluso merecedor de una efeméride: el presidente galo, «prócer» revolucionario cuya nación se encuentra subyugada por el mahometismo, amaneció clarividente y, justo después de posar el pie derecho sobre el exótico tapiz de su habitación, determinó que Francia solo podrá ganar independencia energética si apuesta por la energía nuclear, hecho que además facilitará la conquista de las emisiones neutras de cara al 2050. Por lo que se ve, Macron tuvo un memorable despertar, pues Francia, que lleva apostando por la energía nuclear desde tiempos de Charles de Gaulle, parecía dormida en los laureles del bienquedismo.
Asimismo, para nuestra sorpresa, más aún después del cierre de plantas nucleares en territorio alemán, la Unión Europea ha comenzado a considerar «anatemas» todas las enseñanzas ecologistas que denuncian la nocividad de la energía nuclear y, a partir de ahora, siempre y cuando la «Voluntad» de los eurodiputados lo permita, se habrán de considerar como fuentes de energía «verde» las centrales nucleares que reciban permiso de construcción antes del 2045.
Todo esto acontece en medio de una situación prebélica en la frontera entre Rusia y Ucrania donde Alemania tiene las manos atadas por Putin, pues en caso de que les sea cortado el suministro de gas ruso a través de Ucrania, acontecerá un desastre nacional, motivo por el que Alemania necesita con urgencia independencia energética. Si a este factor agregamos que los verdes alemanes se están quitando las greñas y han advertido que sin energía nuclear no podrán nunca cumplir su objetivo —paranoia— de la neutralidad de emisiones, es decir, gran parte de ellos ha modificado su posición en relación al uranio, nos encontramos con el caldo de cultivo perfecto para que se produzca este cambio de rumbo tanto por parte de Alemania como por parte de la Unión Europea.
¡Qué irónico que tanto Francia como Bruselas, los mismos que siempre han salvaguardado jurídicamente las mayores distorsiones de la realidad introduciéndolas en el cajón de sastre de los «derechos humanos», sean los encargados de pegar esta bofetada de realidad a nuestros gobernantes!
De los problemas económicos que derivan del ecologismo ya hemos tratado en artículos anteriores. Ahora solo cabe apuntar el mayor reto al que se enfrentan las energías «verdes»; esto es, su dependencia de los factores externos, climáticos:
Las placas solares solo funcionan cuando hay sol; los molinos eólicos solo funcionan cuando hay viento; y Francia y Bruselas, aunque empeñados en que los hombres emancipados construyan su realidad racionalmente en conformidad con sus voliciones ciegas, han advertido que, pese a la obsesión científica de dominar plenamente la naturaleza —la ciencia ha abdicado de su pretensión de conocimiento de un campo determinado y se dirige hacia el dominio del mundo—, pero la naturaleza no depende de nuestra libre reflexión racional y mucho menos de nuestra voluntad, por lo que conviene afirmar la existencia de un mundo externo que sobrepasa nuestra capacidad de dominación y, en fin, fiarnos de la fisión nuclear, la cual, con independencia de los factores externos y sin emitir gases nocivos como el CO2 o el metano producto de las comilonas navideñas, genera energía las veinticuatro horas del día durante los trescientos sesenta y cinco días del año a un precio mínimo, susceptible de ser inflado mediante tiránicas políticas impositivas. Por otro lado, este método resulta efectivo para apaciguar el incremento del precio de la luz, puesto que las energías «verdes», en cuanto el clima no acompaña, escasean, y al reducirse la oferta incrementa el precio y las pagamos como si de diamante se tratasen.
Y Pedro Sánchez y sus secuaces, aunque sea por conveniencia política, ¿aceptarán por una vez que existe una realidad en las cosas creadas que no depende de nosotros y que escapa a nuestro dominio? ¿O, por el contrario, cuando salgamos a pasear por el campo, en lugar de una central nuclear encontraremos a un Guardia Civil multando a vacas diarreicas?
Bien es cierto que aceptar la realidad de las cosas sería hipócrita por su parte debido a que llevan décadas incitando a las gentes para que elijan su ser según sus propias pulsiones y sentimientos, lo que abarca desde las mutilaciones genitales, pasando por los suicidios con asistencia «médica» —el médico convertido en inicuo verdugo—, hasta la negación de la existencia humana de embriones y fetos; y esta enumeración podría tender hasta el infinito.
Esperemos que Pedro Sánchez sea tan hipócrita como de costumbre y acuda al Congreso o al Consejo de Ministros abrazado a un pedazo de uranio para vendernos sus bondades.
Ya lo hicieron con las mascarillas. Indicio indiscutible de que tienen la cara bien dura.
A prueba de balas.
Pablo Nicolás Sánchez, Navarra