Una sentencia conocida por su ingenio para definir el carlismo es la aportada por Álvaro D’Ors: «el carlismo es una lealtad que pretende hacer de la legitimidad la legalidad». Independientemente de los fines de la definición, la sustantividad de la misma reside en el término «lealtad». Son muchos los casos en los que encontramos supuestos tradicionalistas —incluso «carlistas»— desentendidos de la dimensión dinástica que imprime la lealtad.
Esto no es difícil de probar que esconde una absurda contradicción en los términos. Atendiendo a la definición del profesor D´Ors, estaríamos privando de sustancialidad a la propia definición, esto es, la estamos reduciendo a la nada. Un segundo aspecto es de carácter moral. El conocimiento de la usurpación implica necesariamente su denuncia y combate. Una lectura tradicionalista que asuma la usurpación dinástica, pero que no cristalizase en un combate contra la situación atenta contra la virtud de la justicia. Por ello, siendo el tradicionalismo la doctrina que aspira a la restauración de la legitimidad como legalidad, esto es, a restaurar la Justicia en el orden político, ignorar el desorden de la usurpación mediante la indiferencia dinástica lleva a un absurdo, pues aspiraríamos a una Justicia general ignorando su concreción en una familia concreta.
De acuerdo con esto, el tradicionalismo es inescindible del carlismo, pues el relativismo dinástico atenta gravemente contra los principios que supuestamente se sostienen y defienden. Además de este desorden teórico, es una imprudencia práctica pues en base al legitimismo dinástico se asegura un encauzamiento preservador de la doctrina, una materialización de la misma concretada en una persona determinada. Lo contrario empuja al carlismo al ámbito especulativo estéril, el cual no debe reducirse como en ocasiones se denuncia —fruto de la malicia y la estulticia— a la reflexión y articulación doctrinal.
Este activismo ideológico que denuncia la reflexión doctrinal en nombre de una falsa acusación de pasividad es fruto de su alejamiento del principio dinástico, pues habiendo prescindido de la concreción real de los principios, esa concreción cae en manos de cada individuo, y es en ese momento donde el activismo surge como tentación.
Miguel Quesada, Círculo Hispalense