
Las insidias del propagandismo nunca han tenido decoro, por lo que no abriré este artículo con un escándalo simulado. Sin embargo, veo en su disparatado medio animado a base de transfusiones económicas sin tasa un artículo que me ha llamado la atención. El tono es pobre y caótico, con más pretensión que rigor; pretensión, por cierto, que manifiesta en un ataque frontal a Juan Manuel de Prada, a propósito de su tratamiento de la obra La opción benedictina, de Rod Dreher. Resucitar un tema que no da para más, atacando a un autor que abordó el asunto en su momento (¡hace cuatro años!), y todo ello para compartir las —se ve que ultra necesarias— opiniones del autor nos deja entrever el fondo y la calidad del asunto.
Pese a este estilo enmarañado y disparatado, no he querido dejar sin comentario el texto. No pretendo, pues, aventurarme a meterme en una contienda pasada a la que nadie me ha invitado, sino evidenciar las falacias de quien lo pretenda.
Juan Manuel de Prada abordó en XLSemanal la réplica al liberalismo de Dreher en dos entregas. En ellas se procede a una argumentación que, partiendo del orden natural, concluye con las reflexiones de la Carta a Diogneto. El plumífero de El Debate parece olvidar la extensa argumentación que expone Prada en torno a la naturaleza social del hombre, la condición irrenunciable de la política, la indisponibilidad voluntaria de la sociedad —frente a las tesis contractualistas—, etc., antes de «tratar» la caracterización de los cristianos en sociedad de la Carta a Diogneto. Si es por malicia o por incapacidad lo desconozco, pero la omisión es llamativa. Omisión con la que se retrata, pues acusa a Prada de citar sesgadamente el libro cuando él omite por completo las razones que expone Prada en más de la mitad del texto en que trata el asunto.
Tras pasar, de manera poco elegante, por alto la argumentación de quien pretende refutar, el autor se enzarza en una selva caótica de juicios que, con el barniz devocional, acaban por confundir los órdenes natural y sobrenatural. Afirma el autor: «Lo que Dreher propone siempre ha tenido su espacio en la Iglesia, es como la oración respecto de la acción cristiana, un “lugar” de recogimiento y entrega al Dios cristiano que impregne luego toda la vida social, trabajando porque finalmente toda ella se haga cristiana y se adopten formas de vida social cristiana». Este juicio es erróneo. La analogía social que realiza de los «lugares» cristianos con la oración es desordenada, pues se trata de una réplica artificial con barniz católico, pero no trasciende de la naturaleza humana social. Me explico. La analogía sería correcta si la contemplación fuese trasladada a la Iglesia que reza como sociedad perfecta, a la liturgia, a la oración de los fieles, etc., pero no a la emulación de las realidades sociales con sabor parroquial, no a las reuniones o «lugares» de encuentro entre cristianos para confortarse socialmente, pues corresponde ello al orden social del hombre, perfeccionado por la gracia. Esta visión americanista de la contemplación desconozco si es propia del autor o ha sido contagiada por el americanismo de Dreher; la causa es indiferente.
El combate contra el mundo moderno revolucionario, mal que le pese al autor, es agudamente señalado por Prada y no por Dreher. La revolución, afirma Jean Madiran, aunque se fundamenta en el error religioso se concretó en el error político que originó, por lo que el combate contra ésta no puede desdeñar la naturaleza social y política del hombre. Esta tendencia «societarista» de origen americano que el liberalismo católico ha incorporado alegremente tiene sus causas concretas en su proceso de conformación, que señalaré a continuación.
Mal que le pese al autor, Dreher se encuentra en la línea del liberalismo católico, si no fuera porque hasta el título le queda grande por su condición presente de cismático oriental. Francisco Canals, explicando los orígenes del liberalismo católico en la obra de Lammenais, señalaba que el autor bretón, condicionado por el ambiente romántico del momento y por sus carencias filosóficas y teológicas, experimentó un trasvase del ultramontanismo intransigente al liberalismo de matriz izquierdizante. El padre del liberalismo católico, oponiéndose a la concreción política legitimista por su intransigencia ultramontana, acabó viendo en la subordinación del poder temporal a la fe revelada una contaminación de ésta, abogando por la separación entre la Iglesia y la comunidad política y cifrando los movimientos revolucionarios como impulsos de Dios en un proceso de liberalización de los hombres. Dreher, en la misma línea, asume las tesis del liberalismo católico al rehuir de la política como fuente de contaminación y confundir la libertad de la Iglesia con la libertad de religión, nacida al calor de las revoluciones liberales.
Es claro que la influencia pestífera de Lammenais no tiene ni punto de comparación con el modesto y confuso Dreher; hasta en esto le viene grande la crítica. No deja de resultar significativo, por otra parte, cómo el propagandismo, asentado sobre la neutralidad de todo «orden» y la dimensión eminentemente social, rectius «societarista», —no política— de la fe, postule ahora la retirada de la sociedad o su fragmentación comunitarista. Aquellos demócratacristianos que se esforzaron en presentar la democracia liberal como neutra moralmente, ahora parece que dan pábulo a los críticos. Aquellos demócratacristianos que sostenían la legitimidad y la necesidad de propagar e influir en el estado de cosas animan las tesis de la desbandada. Demócratacristianos, por cierto, que no tienen escrúpulo en señalar negativamente el éxito social de Juan Manuel de Prada desde una asociación afincada en una condición económica cuyos resultados rozan la plutocracia. Los propagandistas, por lo que demuestran, nunca aciertan, pues o pactan con el enemigo o huyen despavoridos cuando éste crece. Todo sea por no militar.
Miguel Quesada/Círculo Cultural Francisco Elías de Tejada
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