Uno de los apoyos políticos, económicos y culturales más importantes que sostienen al Estado de Israel proviene del denominado sionismo cristiano. Este fenómeno teológico-político, una de las tantas graves distorsiones espirituales que trajo aparejada la reforma protestante, vive en los últimos años un auge de grandes dimensiones.
Madurado en el seno del evangelismo fundamentalista de Estados Unidos, hunde sus raíces en las corrientes milenaristas del mundo británico con figuras importantes como Lord Palmerston, Lord Shaftesbury, Lord Arthur Balfour o David Lloyd George, entre otros.
Para esta corriente existe una íntima conexión entre el mundo anglosajón y el judío; ya Oliver Cronwell durante su gobierno constituyó una especie de sanedrín, y pensaba que Cristo en su segunda venida iría a Gran Bretaña.
En 1881, cinco años antes del fundacional Der Judenstaat de Teodoro Herzl, el magnate de Chicago William Blakstone publicó un manifiesto, apoyado por J.P Morgan, Rockefeller y cientos de políticos y empresarios norteamericanos, en el que bregaba por el establecimiento de un hogar judío en Palestina (Stephen Sizer, Hoja de ruta a Armagedón, Madrid, 2010).
Los sionistas cristianos, conforme su interpretación carnal, mundana, de la Biblia consideran que todos los actos del Estado sionista deben ser bendecidos; identifican al movimiento fundado por Herzl con las figuras del Antiguo Testamento, pues cuando el actual pueblo judío esté en posesión de todo el territorio comprendido entre el río Éufrates y el río Nilo (Eretz Israel) y se reconstruya el Templo en el Monte, en donde están ubicados los lugares sagrados de los mahometanos, tendrán lugar la consumación de la historia y la segunda venida de Cristo. Entienden que los judíos gozarían de un privilegio, en virtud de las antiguas promesas y no necesitarían reconocer a Cristo para su salvación.
Presión sobre la clase política, adoctrinamiento masivo a través de los medios de comunicación y redes sociales (allí tenemos los casos, entre tantos, de Pat Robertson, Hal Lindsey, James Dobson, el finado Jerry Faldwell, o la saga Left Behind Series Book de Tim LaHaye y Jerry Jenkins, que es una ficción sobre el fin del mundo en esa clave), marcan el clima que intentan configurar los sionistas cristianos en la sociedad norteamericana y su radio de influencia internacional. Gozan de una aceptación transversal en el mundo partidocrático yanqui, demócratas y republicanos por igual apoyan sus posturas, y son la base electoral del lobby israelí (John J. Mearsheimer, Stephen N Walt, El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, 2007).
Cuando en 1948, se fundó el Estado sionista (en gran medida a causa de la mala conciencia de los ganadores de la segunda guerra, que de paso se desprendían de los judíos europeos, como antes habían querido hacer los nazis con el operativo Madagascar), los sionistas cristianos creyeron que se cumplía una profecía bíblica. Una euforia indisimulable se apoderó de ellos el 14 de mayo al izarse por primera vez la bandera judía. Se sentían seguros de que la pieza clave de su interpretación ahora estaba en su lugar. Incluso en 1980 inauguraron en Jerusalén, la Embajada Cristiana Internacional.
La veloz victoria militar de Israel en la guerra de los seis días de 1967, aclamada por muchos como un milagro, incentivó su celo, ya que tras ese triunfo el Estado judío se acercaba a conquistar la tierra que por derecho divino le correspondería.
Pero desgraciadamente tienen compañeros de ruta: son los católicos envueltos en el americanismo, quienes, si bien no comparten la totalidad de sus posturas, cooperan al mal con las clásicas formas que la antigua escolástica precisaba: callan, ocultan, soslayan, no denuncian, disimulan el accionar del Estado judío que en aras de su destino manifiesto delimita unilateralmente sus fronteras ocupando ilegítimamente territorios palestinos, y se halla embarcado en el incendio de sus zonas aledañas, con su secuela de muerte (especialmente de niños), hambre, detenciones arbitrarias y destrucción, justificado ahora como represalia por el crimen de guerra perpetrado por Hamas el 7 de octubre del año pasado.
Horacio M. Sánchez de Loria
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