
La complejidad del lenguaje conlleva no pocas veces a que le asignemos diversos significados a una misma palabra, dando lugar a mal entendidos que se solucionarían si previamente se hubiesen definido los conceptos. Esto es lo que sucede con la palabra conservador, la cual, dependiendo del significado que le asignemos puede tener un valor positivo o negativo.
En este sentido, en el hablar común, la palabra conservador hace referencia, a grandes rasgos, a la tendencia política que resguarda o mantiene determinadas costumbres o instituciones que son juzgadas como moralmente buenas y que han perdurado hasta el día de hoy.
Este sentido puramente tendencial o natural, se confunde no pocas veces con el ideológico. Si una persona definiéndose conservadora por conservar la religión de sus padres, la estabilidad de la familia, el amor a la patria, etc. no significa que sea, en un primer momento, conservador en sentido ideológico.
El conservador ideologizado, en cambio, no solo obedece a una tendencia de su propia naturaleza, sino que va más allá y cree que en esta tendencia está el principio incuestionable de la moralidad y de la acción política.
La Revolución, triunfal desde que las naciones rechazaran el orden natural y a su Creador, fundamentando la política en la voluntad general, la soberanía popular o nacional, es decir, fundamentada en el hombre desligado de su creador, tuvo como consecuencia que esa tendencia natural de conservar, lo llevase consecuentemente a conservar la revolución misma, es decir, el fundamento antropocéntrico de la sociedad política.
Cabe recalcar que la revolución hizo un verdadero cambio de régimen, pero no solo a nivel institucional o dinástico, sino moral y espiritual. Por ello hay cierta verdad cuando se nombra peyorativamente «antiguo régimen» al orden político tradicional, porque los fundamentos del régimen moderno son nuevos, distinto al anterior.
El conservador ideologizado, por temor, seguridad e incluso por un «realismo» pragmatista, en vez de desear un cambio radical en sentido contrario, es decir, buscar la restauración del antiguo régimen, se conforma con el nuevo régimen y busca, a través de él, conservar los valores y buenas costumbres que aún perviven a pesar de la revolución. El problema será que nunca atacarán los fundamentos antropocéntricos de este régimen, porque justamente su principio político se basa en conservar lo que queda, no en restaurar aquello que se perdió.
Por esto, no es de extrañar que haya personas de buenas intenciones que, buscando conservar lo bueno e incluso valorando positivamente la cristiandad, empero, ve como utopía o irreal volver a una sociedad tradicional teocéntrica, porque conllevaría a ir en contra del sistema revolucionario que lo ven impenetrable e irreversible, y no pocas veces, como una evolución necesaria de la humanidad. Otros, además, confunden lo esencial con lo accidental de la sociedad tradicional, es decir, las formas propias del tiempo prerrevolucionario, ya sea la vestimenta, el modo de hablar, ciertas costumbres totalmente perdidas e incluso lo tecnológico. Confusión que muchas veces viene por ciertas prácticas folclóricas e incluso románticas de la tradición que no se identifican per se con la tradición política.
Sin embargo, la historia nos muestra que, así como un conjunto de hombres malévolos y confundidos lograron destruir el altar y el trono a través de un cambio en las inteligencias por un trabajo constante y de siglos de conspiración, del mismo modo, otro conjunto de hombres puede, pero con la ayuda de Dios, volver a restaurar un orden social cristiano.
Con todo esto no quiero afirmar que algunas acciones en el sistema revolucionario no consigan algunos bienes determinados e incluso nobilísimos, pero es necesario tener presente que esos bienes serán efímeros si luego, por el mismo sistema revolucionario, son borrados de un plumazo por el gobernante de turno, los partidos hegemónicos o por toda la complejidad del poder internacional plutocrático.
Gabriel Robledo, Círculo Tradicionalista del Río de la Plata
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