Nostalgia y memoria electrónica

Imagen de Carlos Sáenz de Tejada

Reproducimos el artículo de Rafael Gambra publicado originalmente en la revista «Siempre P’alante» del día 19 de abril de 1982.

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Un año más, el pasado 10 de marzo, hemos conmemorado la Fiesta de los Mártires de la Tradición. De aquellos que, a menudo en plena juventud, entregaron voluntariamente su vida por nuestra fe y por nuestra bandera.

Al evocar a los mártires de la Tradición, suele pensarse en los héroes ya casi legendarios que en las Guerras Carlistas murieron por el Altar y el Trono. Sin embargo, muchos de los que vivimos los hemos visto y conocido, a nuestro lado, en la más cercana epopeya de nuestra Cruzada de Liberación. Cientos y miles que no regatearon esfuerzo ni sacrificio por una Causa que creyeron ─y que fue─ santa. Esta evocación se une siempre en mi mente a la de dos estudiantes de 17 años que estaban conmigo en un tercio de requetés que guarnecía un amplio frente estabilizado en una alta Sierra. No contentos con los fríos y riesgos de aquellas posiciones, decidieron abandonarlo ─con riesgo de ser dados por desertores─ para combatir más activamente en la durísima ofensiva de Aragón que entonces se iniciaba. Uno y otro morían pocos meses después en el Tercio de Lácar. Visto desde el presente de los «Derechos del Hombre», del pasotismo y de la droga, ese ejemplo ─y otros cientos y miles semejantes─ nos parecen a años luz de distancia, casi irreales.

Estas evocaciones nos valen de muchos el dictado de nostálgicos. Nostálgico es, en el lenguaje de hoy, un calificativo peyorativo, descalificador. Y no faltan entre los nuestros quienes pican el anzuelo y reaccionan airadamente rechazando para sí tal atribución. Por mi parte, me declaro nostálgico; acepto con honra el serlo. Porque la nostalgia es un sentimiento humano y noble: es un recuerdo con amor, unido también a un cierto dolor por un bien perdido. No el de la guerra misma, que considerada en sí es un mal o una desgracia, sino el de aquella heroica generosidad y aquella fe que vivieron un día en el corazón de toda una juventud.

La nostalgia es un sentimiento que, por ejemplo, no puede anidar lógicamente en ningún marxista ni en ningún revolucionario. Ellos sólo pueden tener memoria, considerada como mero acopio de datos para la acción futura, como la memoria de un ascensor o de una calculadora. Ellos no pueden, por principio, amar el pasado porque el mundo es para su mentalidad una evolución materialista y dialéctica en la que el tiempo supera simplemente lo que fue y lo vacía de sentido y de valor. Donde vale sólo la praxis revolucionaria no existe un pasado respetable, ni menos, digno de amor.

Sin embargo, la nostalgia es base y fundamento de muchas de las más grandes acciones humanas. Precisamente por lo que tiene de amor y de reivindicación de algo que no murió con el paso del tiempo ni con la muerte. Las más grandes obras poéticas de la mística ─y la mística misma─ se alimentan de una profunda nostalgia de Dios, de Cristo crucificado. Recordemos el comienzo de aquel inspiradísimo poema de San Bernardo, padre de la mística medieval:

Jesu, dulcis memoria /

dans vera cordis gaudia…

(Oh, Jesús, dulce recuerdo /

que das verdadera alegría al corazón…)

Lo es también de los grandes hechos de armas, del «ansia altiva de los grandes hechos». Recordemos aquella estrofa del Himno de Infantería:

Al esplendor y gloria de otros días

Tu celestial figura ha de volver,

Pues aún te queda la fiel Infantería

Que por saber morir sabrá vencer…

El hombre vive en lo concreto y es a cosas concretas a lo que ama. Su espíritu capta los valores en las cosas que ha visto y sentido; por puras abstracciones es difícil luchar y menos dar la vida. De aquí que las revoluciones sean tan pródigas en saña criminal y destructiva y tan parcas en generosidad y en esfuerzo heroico.

Porque, como ha escrito Gustave Thibon, «es posible lanzarse al vacío, pero es imposible lanzarse desde el vacío». En el lanzarse por la Fe o por la Patria, ese desde (o punto de arranque) está construido siempre de amor y de nostalgia.

Rafael Gambra

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