La alegría de la Cruz debe volver a nuestras calles (y II)

La Caída, de Francisco Salzillo. Paso de la cofradía Nuestro Padre Jesús Nazareno

Los principales maestros del tradicionalismo hispánico han coincidido en señalar el espíritu y la estética de la España barroca como la mayor expresión de nuestro ser. Esa España de la Monarquía católica, universal y misionera, de los grandes reyes, y de los grandes santos, capitanes y poetas que civilizaron el mundo.

Y, no por casualidad, la Semana Santa tal y como hoy la conocemos, viene precisamente de esos años. No sólo por las esculturas o el nacimiento histórico de muchas cofradías, sino del espíritu que la impregna en todos sus aspectos, tanto los más profundos y elevados, como los externos. Y vemos hoy en las calles reminiscencias de esa España, que nos evocan el auténtico ser hispánico del que nos habla García Morente.

Todavía hoy, la Semana Santa ejerce en nuestra sociedad una poderosa influencia. Incluso me atrevería a decir que, en los lugares donde esta tradición es más fuerte y tiene una mayor vitalidad, nuestra Patria conserva todavía parte de sus esencias y pervive con mayor fortaleza. Son lugares donde la influencia del mundo parece mitigada.

En un tiempo en que todo el mundo piensa en vacaciones y descanso, las familias y las instituciones que se vuelcan con las procesiones y gracias a estas tradiciones mantienen un vínculo con la Iglesia a través de las cofradías y las hermandades. Son lugares donde la visibilidad e influencia de la Iglesia sigue siendo de primer orden. Lugares donde la Iglesia ocupa un lugar preeminente en el espacio público, mientras que en la vida nacional sucede todo lo contrario.

Y además son tradiciones que nos mantienen unidos a todo un ramillete de pueblos y razas que son hoy cristianos gracias a la acción misionera de nuestros gloriosos antepasados. De estos, nuestros mayores, debemos sentirnos orgullosos cuando vemos esas mismas procesiones que se replican en prácticamente todos los países de América, pero también en Asia (Filipinas) y en África (Guinea Ecuatorial).

Por debajo de las fronteras artificiales que fueron levantadas por los enemigos de España y de la fe católica, permanecen los restos de las costumbres y tradiciones que compartimos bajo esa christianitas minor que fue baluarte de la civilización cristiana bajo la Monarquía hispánica.

Por eso las tradiciones populares de la Semana Santa están en el punto de mira de los enemigos de todo lo bueno y todo lo hermoso que queda en España. Todo aquello que nos recuerda lo que fuimos y nos mantiene unidos a nuestro verdadero ser, aunque sea de un modo frágil e imperfecto.

Llama la atención que muchas veces, en ciertos ambientes religiosos, se caiga en el error de tildar todo esto de superficial y estrafalario, sin darse cuenta de que hacen el juego al enemigo. Sin duda, es la ignorancia y la falta de contacto con la realidad de nuestras tradiciones lo que les lleva a su indiferencia e incluso su animadversión hacia las mismas. Se consideran más coherentes por quedarse rezando en sus casas o en la iglesia y se toman la licencia de señalarnos como malos cristianos a quienes salimos a las calles contribuyendo a mantener la que probablemente sea la más importante manifestación pública de fe que subsiste en nuestros días.

No se dan cuenta de que los enemigos de la fe nos quieren ver ahí: encerrados en nuestras casas y no en las calles, portando orgullosos las imágenes de Nuestro Salvador y Su Madre Santísima.

Por ello es necesario que las cruces vuelvan a las calles. Pidamos al Cristo de la Salud que nos libre de esta dichosa pandemia y de la plaga de ineptos que nos desgobierna. Pidamos a la Santísima Virgen de la Esperanza que en 2022 las procesiones vuelvan a inundar las calles de España.

Diego Luis Baño, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo