Comienza así un hermoso relato:
Aunque se desconoce la antigüedad del cultivo del olivo en nuestra península, en el siglo IV antes de Cristo, Lucio Juno Moderato Columela ya nos indica en su obra De los trabajos del campo, distintas técnicas y consejos para el mejor aprovechamiento de los olivares. El cultivo del olivo es típicamente Mediterráneo, y en nuestro país se ha extendido por casi todos los pueblos sin sobrepasar los novecientos metros de altitud. En el Alto Aragón su cultivo se ha generalizado principalmente por los somontanos, pues este árbol no soporta las heladas ni los fríos tardíos. Al pie de la Sierra de Gratal, en Bolea, algunos vecinos todavía conservan sus centenarias oliveras, más por sentido de la tradición que por beneficio económico. Este es el caso de Antonio y Julia, que vuelcan todo su cariño en el cuidado de estos árboles, que les darán el fruto con el que elaborar el aceite para su propio consumo. Habla Julia recogiendo las olivas:
—Cada año digo «al año que viene no podré», y al otro año puedo y le doy gracias a Dios. Y digo, «¡cuántos no pueden aunque quieran!», y estoy muy contenta.
Aunque un refrán popular dice que «El que coge las olivas antes de Navidad, deja el aceite en el olivar», Antonio y Julia inician la recolección a mediados de diciembre. De nuevo Julia, subiendo por la escalera al olivar atareada:
—Días como hoy (con un espléndido sol que alumbraba el campo) era la gloria escuchar a los animales, ¡cómo cantaban! Antes había muchos y muchos olivares de aquí hasta el pueblo. Y luego, había más humor.
Antaño, cuando una gran cantidad de oliveras se extendían bajo las faldas de la Sierra, rodeando la Villa, los grupos familiares vecinos trataban de superar las penalidades del trabajo con la alegría de la convivencia. Recogen las olivas los dos esposos, mientras dice la señora:
—Trabajábamos mucho pero se pasaba de manera distinta, ahora cada uno va más independiente. Pero mi padre se lo pasaba muy bien, teníamos unos vecinos muy buenos, y comíamos juntos y lo pasamos muy bien.
Antonio canta, subido a lo alto de la escalera, canciones para las cuales no hay partitura conocida, pues la melodía sobrevive sólo en la memoria de las generaciones.
Porque Dios así lo quiere, muchas veces pone delante de nuestros ojos lo que necesitamos ver con ellos para curar la mente y el alma, de manera infinitamente más eficaz que la que nosotros podemos lograr, con nuestra sola voluntad y entendimiento. Y así hace pocos días me pareció ver de nuevo Su gracia, cuando me hizo tropezar con unas antiguas imágenes, tan llenas de amor a la tradición y veneración por el pasado que parecen no querer que las zarzas sepulten las ruinas.
Se trata de los documentos del antropólogo y reportero Eugenio Monesma Moliner, quien desde hace pocos meses comparte el fruto de su trabajo de largos años como documentalista. Durante décadas recogió en imágenes y narraciones la hermosura de los oficios casi perdidos, y la naturaleza de su vivir y de su ser, compiladas en documentales emitidos en RTVE y otras televisiones españolas.
Entre estos reportajes podemos hallar la recolección de las olivas y la elaboración del aceite, la siega y la trilla, la confección de zapatos y botas, recogida y usos del espliego; la fundición del hierro, los peinados clásicos y la cosmética tradicional, las hilanderas, el campanero de las iglesias venerables, el cultivo del azafrán en Aragón, de las alcaparras valencianas, la siembra de la cebada.
Aparecen también registrados los pastores de los Picos de Europa y la trashumancia, la capa alistana, los juguetes tradicionales, el lavado de la ropa en el río, el alfarero, el tejero, las velas y los cirios de cera tras la pureza de la miel, cómo se doma la lana y la seda, ya para nosotros más exóticas que los senderos del Asia.
En todos estos documentales se contienen incontables testimonios de un mundo inconmensurablemente más valioso que este desdichado mundo moderno que lo reemplaza. Todo ello fielmente clama al corazón desde los documentales que don Eugenio Monesma generoso comparte para que llenemos el alma con ellos.
Conviene ver cómo era el mundo de antes y el espíritu que lo animaba. Si de veras anhelamos restaurar en su espíritu cuanto ha sido destruido por la revolución, debemos conocer estas hermosuras y conservarlas para que no perezca con ellas las buenas costumbres de España.
Gabriel Sanz Señor, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid