Una muerte injusta

Foto: El Independiente

El pasado jueves 28 de Julio sobre las cinco y media de la tarde, un equipo «médico» de los llamados «profesionales de la salud», que tanto bien hacen a la sociedad, le aplicó la eutanasia a un antiguo amigo mío de Pamplona por razones de salud mental, en el que parece ser el primer caso de España. Eso sí, se la dieron con mucho cariño y comprensión, desde su propio domicilio. Su hermana lo relata en la sección de «cartas al director» del Diario de Navarra de 5 de septiembre.

Desconozco los detalles de cómo se han deshecho de su cuerpo. Supongo que lo meterían en un saco y lo mandarían quemar en el crematorio, para luego hacer algo simbólico, o no, con las cenizas, que es la fea costumbre a la que pretenden acostumbrarnos en la actualidad. Bien sea por razones de eficiencia y ahorro económico, bien sea por parecer modernos y devolver las cenizas a la madre tierra y demás paridas de la religión medioambiental.

En un principio, para dar salida a la noticia, se estaba diciendo que un joven se había suicidado, tirándose por la ventana en un barrio del segundo ensanche pamplonés. Mentiras ad hoc de la hipócrita sociedad navarra. Son globos sonda que se lanzan para ver que cómo reacciona la sociedad ante el asesinato legal de una persona inocente pagado por todos los navarros, con sus impuestos. Asesinato llevado a cabo, nunca está de más mencionarlo, por funcionarios del Gobierno de Navarra. Vaya, gente que sabe de salud y que nos puede ayudar en este terreno.  Pura ironía.

El caso es que mi antiguo amigo no cumplía los requisitos para acceder al registro de la comisión de la eutanasia de la seguridad social navarra. La eutanasia se reserva para matar a los enfermos terminales, principalmente, y él no lo era, a pesar de las muchas veces que había tratado de suicidarse fallidamente, su adicción a los opiáceos y el padecimiento de lo que llaman TLP, o «trastorno límite de la personalidad». Mi antiguo amigo, dicen, sufría una angustia vital fruto de la incapacidad personal para hacerse entender en el mundo. Algo así como la historia del genio loco incomprendido, al que las personas le han fallado porque han sido incapaces de seguirle en su camino. Vamos, que la culpa de su angustia la teníamos los demás. Y, esto unido a su incapacidad para aguantar las contradicciones típicas de la vida, el dolor y el desengaño que nos acompañan por una razón y por otra en este valle de lágrimas, que es la vida en la tierra, hicieron mella en su alma. Un alma aislada que había perdido hace tiempo el sustento colectivo, esto es, el sano equilibrio que produce la vida comunitaria y que los políticos, cipayos todos del dinero extranjero, se están cargando a marchas forzadas, eso sí, con nuestro consentimiento.

Mi antiguo amigo, tenía unos dones naturales obvios antes de estropearse; físicamente era fornido y con buenos reflejos, era puntual, y cuando quería, extremadamente educado y amable en el trato. Tenía talento para la música, por lo menos para la electrónica, además de una vasta cultura musical moderna. Le gustaban los coches deportivos y los conducía como un piloto de carreras. Desafortunadamente, nunca supo qué hacer con su vida y desperdició las buenas oportunidades que sus padres le dieron. Los que crecimos con él sabemos que nunca le faltó de nada, y pudo disfrutar gracias al esfuerzo de sus padres de todo el bienestar que ya querrían muchos para sus hijos.

Él era independiente y capaz de realizar las funciones básicas de todo ser humano, más aún, capaz de hacer cosas buenas con entera autonomía y perfección, diría yo. Ya quisieran los tetrapléjicos, y las personas con deficiencias mentales y físicas, tener esa capacidad. Precisamente por eso, su aniquilamiento físico por parte de los dulces y comprensivos agentes del soviet navarro ha escandalizado tanto a sus amigos y antiguos amigos, entre los que me encuentro yo. Tanto en los que están más infectados intelectualmente por el Liberalismo, que siempre es pecado como nos recuerda el Padre Felix Sardá y Salvani, como los que lo estamos menos, gracias a Dios.

Mi antiguo amigo de sangre chilena y vasca, bautizado en la única Iglesia que fundó Dios-Hijo y alumno de los Jesuitas y del Redín del Opus Dei, miembro del Club de Tenis, DJ de los mejores garitos de Pamplona, era inocente y por mucho que él lo quisiera y consintiera equivocadamente, nadie, ni él mismo siquiera en su sano juicio, tenían derecho a acabar con su vida. Mucho menos a hacerlo a escondidas y con el dinero de los navarros. Nuestro ilustre escritor patrio, Juan Manuel de Prada lo explica muy bien en un artículo que escribió sobre la eutanasia, cuya lectura recomiendo especialmente a aquellos padres que están experimentando casos parecidos con sus hijos. En él se nos dice que no podemos creer en la idea de «ser dueños de nosotros mismos». Esta es una idea liberal, perniciosa y falsa, añado yo. Ser dueño de algo implica realidades separadas y sustantivas. Uno es dueño de una casa, o de un coche, pero nunca de sí mismo, pues nadie puede salirse de su propio cuerpo para reclamar la propiedad sobre el mismo. En todo caso, lo que somos es herederos de una Fe, de unas tradiciones, de unas familias concretas, de las que aprendemos las maneras de afrontar los retos de la vida junto con los talentos que Dios nos ha dado.

San Mateo nos dice al final de su evangelio sobre Jesucristo Nuestro Señor que: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y, he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». El espíritu del mundo pretende ignorar y que ignoremos esta verdad revelada y aprueba leyes inicuas que llevan a nuestra autodestrucción. La nueva ley de la eutanasia que malvadamente nos imponen los políticos, tanto los llamados progresistas que avanzan la agenda criminal en esta y otras materias, (léase el asesinato de niños en el vientre materno) así como los llamados conservadores, que conservan lo que los progresistas logran imponer a la sociedad, está dirigida para todos nosotros, ya estemos sanos o enfermos. Esta ley tiene tantos recovecos jurídicos, es tan equívoca y deja tanto margen a múltiples interpretaciones que, con base en ella, se puede justificar el asesinato estatal de cualquier persona. Es cuestión de tiempo. Ciertamente, no puedo pedir, aunque lo desease, que mi antiguo amigo descanse paz. Ello sería como soñar que un manco doble ganase el Torneo del Jamón, o fuese el mejor camarero del Reta. Pero, si por lo menos, la rabia con la que escribo estas líneas sirve para que los navarros, todos a una, despierten y luchen por sus vidas y las de sus familiares, cueste lo que cueste, tal como reza el Oriamendi, me doy con un canto en los dientes.

Eduardo Ordóñez Guisande, Círculo Carlista Camino Real de Tejas