Con la curiosidad bien despierta tras el ruido mediático de los días precedentes, era lógico atravesar el sábado a primera hora las calles centenarias de Salamanca, aún dormidas igual que la mayoría de sus habitantes tras una noche de fiesta o una semana de trabajo.
Es sencillo encontrar el acceso a la exposición. La puerta del obispo de la catedral ya está abierta, y frente a ella hay un cartel grande en el que destaca el título en inglés: «The Mistery Man», paradójico en una ciudad que presume de ser la capital mundial de la enseñanza del español. Un título en inglés —repetido machaconamente en los objetos de recuerdo a la venta— no aporta ni una brizna de calidad a una exposición que se celebra en una ciudad española, y sólo es reflejo de un cierto papanatismo ibérico en los organizadores.
La muestra se dirige a un público posmoderno, consumidor compulsivo de vídeos y memes. Esto se concreta en la agilidad que se aprecia en el recorrido y en la variedad frente a la densidad de contenido de sus montajes, en los que aparecen algunos elementos antiguos, minoritarios, frente a los recursos que proporciona la tecnología moderna.
La primera sala está dedicada a la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Más allá de la ambientación que se logra con reproducciones de objetos de época romana, —aunque parezca una simpleza— resulta apasionante comprobar lo cerca del suelo que está la cruz que allí se reproduce, algo un poco diferente a tantas representaciones pictóricas a las que podemos estar más o menos acostumbrados. Así, se comprende cómo se debían escuchar con claridad las últimas frases y estertores de un condenado.
Tras un sepulcro con la losa removida, aparece en la siguiente sala una reproducción en vertical de la Sábana Santa, donde se aprecia la figura del hombre misterioso. Comienza un recorrido por la historia de la Sábana y de las representaciones de la figura de Jesucristo, que dejando a un lado las más erráticas halladas en las catacumbas romanas, hunde sus raíces en la propia Sábana (síndone, en griego) y en la figura que allí aparece. La primera de todas, del 525 d. C. fue realizada en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí, donde se custodiaba la reliquia desde tiempo inmemorial hasta que es trasladada a la ciudad de Edesa. Es fascinante comprobar cómo las representaciones posteriores de Jesucristo están marcadas por los rasgos de esta imagen inspirada en el hombre misterioso de la Sábana. También es interesante conocer el itinerario de la Sábana: su compra por el emperador de Constantinopla, su pérdida aparente tras el saqueo francés durante la cuarta Cruzada, su más que probable pervivencia custodiada por los miembros de la orden del Temple, y otras peripecias hasta su veneración actual en la catedral de Turín, en Italia.
El capítulo de las investigaciones científicas tampoco se ha olvidado en la exposición. Está bien explicado cómo la tan mentada prueba del Carbono 14 que data la Sábana entre 1290 y 1390 queda desacreditada con una simple muestra del Codex Pray de Hungría, del año 1192-1195 en la que se dibuja la Síndone con tanto detalle que aparecen reflejados los elementos rotos en forma de «L» que tiene la tela, exactamente en el mismo lugar en el que están en el original. Los estudios forenses también explican con claridad cómo las representaciones de Jesús crucificado están mal planteadas, porque un cuerpo solo puede sostenerse colgando de una cruz si se taladra un músculo de la muñeca, y no en la palma de la mano. Dar la vuelta hasta la reproducción de la Síndone para corroborar ese dato viendo las manchas de sangre de la sábana, exactamente en ese lugar es uno de los momentos interesantes de esta exposición.
Se concluye lo obvio, que los estudios no pueden explicar con qué técnica se hizo esa imagen tridimensional —que, parece ser, precisó una potente radiación de partículas atómicas y subatómicas—. ¡Tantas vueltas cuando la respuesta está en la Tradición! Ya los cristianos del siglo VI sabían que la figura del lienzo era «Acheiropoietos», es decir, hecha por mano no humana. La Síndone es ahora el evangelio para el siglo XXI. Como se escucha en una de las salas «… ante la realidad fingida de nuestro mundo artificial, la imagen de la Sábana Santa da testimonio de la muerte de Jesús, como jamás ningún artista habría podido crear, dejando a los genios de nuestro tiempo como meros primitivos (…) ¿Cómo juzgas una obra que no puede ser copiada? Para la imagen de la Sábana fue necesario un cuerpo y su sangre. Ningún otro cuerpo podría repetir la sangre en una sábana de la misma manera…»
¡Cuidado los que tengan vértigo! Tras una sala con una reflexión en audio, entramos en una cámara sobre cuyas cuatro paredes se proyectan miles de rostros e imágenes de Jesucristo elaboradas por el arte de todos los tiempos; se mueven y se suceden con velocidad creciente, acabando por fijarse en una proyección gigante de la imagen escultórica que es el reclamo de la muestra. Realmente es impactante pasar a través de las heridas de Jesús, impresas en la cortina, para llegar a encontrar la imagen del cuerpo hiperrealista en la sala siguiente, presidida por una reproducción de la imagen en tamaño real de la Síndone de Turín.
Ciertamente la representación de las heridas que cubren el cuerpo, y la representación de las heridas de los clavos y del costado, siguen criterios ultracientíficos y naturalistas extremos. Lo único que distrae es un leve olor a pegamento ¿o sería silicona? perceptible quizá por la cercanía temporal al momento de su instalación y montaje. Tuve otra impresión óptica. El hiperrealismo del cuerpo no se trasladó a la cara de Jesús. Por mi parte, sólo puedo decir que no encontré ahí la Santa Faz —tal vez porque Ésa sólo la veremos fuera de este mundo—. Esa cara me recordaba más a algunos presuntos Jesús inspirados en el feísmo ambiente que se impone desde la progresía en estos tiempos. Después de ver las reproducciones de la cara del hombre misterioso de la Síndone que están disponibles en la propia exposición en otra sala —o por la interné o directamente desde el teléfono móvil— no me pareció que estuviéramos ante su rostro.
Cierta ficción en el rostro e hiperrealismo en el cuerpo expuesto desnudo sin ninguna piedad. Nuestra Señora, gran ausente en esa exposición, no lo habría permitido y al menos hubiera tratado el cuerpo con más delicadeza maternal. No es motivo de asombro el enfoque dado, desde el momento que hoy en el novus ordo tampoco se trata con respeto su cuerpo en la Eucaristía.
El hombre posmoderno pide novedades incesantes, de ahí la necesidad de atraerlo a la muestra con una imagen sorprendente e hiperrealista. Quienes estamos acostumbrados desde la infancia a venerar imágenes sagradas de Cristos yacentes, sabemos del realismo, ya lo encontramos en la tradición —en la escuela castellana y en tantas otras de genios con arte por toda la Hispanidad—. Con el respeto añadido, y con una mayor presencia de María, nuestra Madre que recibió el cuerpo de Jesús al pie de la cruz y lo acompañó hasta su sepultura, hubiera quedado menos desconsolada.
Ana Herrero, Margaritas Hispánicas