TRADICIÓN O MIMETISMO

Es el título de un libro de Rafael Gambra en 1975. Franco está muriéndose y su régimen –que en rigor nunca cuajó– se desvencija. Lo de «atado y bien atado» sólo demuestra la cortedad de su política. No eran, desde luego, las «instituciones» («después de Franco las instituciones» se decía), como se vio. Podía ser, en cambio, la «monarquía», porque duró, al precio precisamente de destruir las «instituciones». Parece, según le dijo al general Vernon Walters, que se trataba de la clase media, de la que tan orgulloso estaba, aunque eso sólo transparentase una mentalidad socialista, como también se supo pronto, lo que tardó en hacerse socialdemocracia.

La tradición a la que se refería Gambra no era la de Franco. Más aún, el libro (con intención de salvar lo salvable ante el diluvio que se presentía) señalaba discretamente lo que el «régimen» había negado de ella desde el inicio, así como también lo que había comenzado a negar con posterioridad. Siempre del lado del mimetismo: primero el de la Falange totalitaria, luego el de las democracias cristianas y los liberalismos travestidos de tecnocracia. Porque, no nos engañemos, lo realizado se debió principalmente a la Iglesia, que con su cambio dejaría solo al tradicionalismo (y singularmente a la Comunión Tradicionalista) en la defensa de la Cristiandad.

Hoy seguimos ante el mismo dilema. De un lado el tradicionalismo. De otro el nihilismo postmoderno, pero también los residuos de modernidad. La situación, claro, se ha agravado. Porque las jerarquías de la Iglesia han dado la espalda a la civilización que ella alumbró. En algunos casos por traición. En otros por inconsciencia. No juzgamos a nadie, sólo constatamos los resultados. Y la falta de rumbo que se advierte. En el que arrastran a algunos que se creen tradicionalistas o que incluso probablemente quisieran serlo. Luchar contra las estructuras políticas establecidas no es fácil, pero hacerlo también contra las orientaciones eclesiásticas es más arduo aún. Nosotros no somos el brazo de ninguna institución clerical, por más que tengamos deudas de gratitud con algunas. Tampoco nos dedicamos primariamente a cuestiones que no pertenecen al terreno de lo político, porque de lo que hablamos es de reconstruir la Cristiandad y esa es una tarea que convoca muchos estratos de la realidad. Porque, ¿será posible esa restauración (en parte instauración) a partir de la desacralización, del propio culto, o del irenismo, respecto de los demás? No lo parece. Y de ahí que no podamos evitar a veces vérnoslas con asuntos que van más allá de la política y que hubiéramos preferido dejar para quienes están llamados a enseñar sobre ellos.

Hoy renace La Esperanza. Uno de los diarios más relevantes de la sostenida historia carlista. Y lo hace con la intención de reatar la tradición española con la de los pueblos hispánicos, recuperando poco a poco un sentido político que la Hispanidad tiene en su fondo, aunque no siempre haya emergido de modo conveniente, y al que Don Sixto Enrique de Borbón –el Abanderado de la Causa– ha consagrado su vida. El Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, a través de una red de Círculos que cubren un espacio en el que –hoy como ayer– no se pone el sol, ofrece este instrumento a la Comunión Tradicionalista en su empeño para que Cristo reine.

Miguel Ayuso, Presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II