El pasado domingo 30 de abril tuvo lugar en la ciudad de Valencia la séptima jornada tradicionalista del Círculo Alberto Ruiz de Galarreta. Continuamos nuestro curso de lectura de la obra de don José Miguel Gambra La sociedad tradicional y sus enemigos, centrándonos en el capítulo 6: Patria y nacionalismo. Rezada la oración que compuso Santo Tomás para antes del estudio, comenzamos situando el tema. En la sesión anterior habíamos terminado el primer punto del cuatrilema carlista: Dios. Ahora tratamos el segundo: Patria. La exposición, que corrió a cargo de un joven correligionario, tuvo tres partes: patria, patriotismo, y la relación entre el liberalismo y el patriotismo.
Respecto a la patria. El hombre es constitutivamente social por naturaleza. Nace en una sociedad: la familia. Pero una familia que convive junto a otras familias. Este conjunto de familias convive suministrándose los recursos que individualmente no habrían podido proveerse, resultando en una sociedad perfecta: la polis, ciudad o país. Así mismo, el hombre es libre y, por lo tanto, capaz de virtudes y vicios. Y la virtud que le obliga respecto a su polis es la pietas patria, lo que llamamos patriotismo. Esta virtud es una concreción de la piedad, pariente de la justicia. Mientras que la justicia consiste en la perfecta restitución de lo debido a alguien, la piedad consiste en la parcial restitución de lo debido a alguien. Parcial por necesidad, pues es imposible devolver lo debido. Tal es el caso del hombre respecto a sus padres, de quienes recibe la vida. También respecto a su patria, donde crece, y, en grado eminente, respecto a Dios, a quien debemos todo. Así, como recogen los Catecismos, la obligación implícita en el cuarto mandamiento que nos obliga a honrar a nuestros padres de algún modo se difunde al resto de nuestra familia y a través de ésta, al resto de familias de los miembros de nuestra familia. Nuestra patria es, pues, tal conjunto de familias que conviven con nuestra familia, todas ellas unidas por la orientación hacia un mismo bien común. Y al ejercicio de procurar y contribuir al bien común de nuestra patria se le llama patriotismo.
Patria, nación y patriotismo. La doctrina tradicional sobre patria y patriotismo se fundamenta en una concepción natural de las sociedades. El hombre, en tanto que naturalmente social, nace vinculado amablemente a sociedades naturales cuyo autor es Dios. Estas sociedades van desde la familia hasta el imperio, pasando por la aldea, el municipio, la provincia y la polis. Son vínculos que, normalmente, se dan en mayor o menor grado de semejanza entre los miembros. Y a los miembros que comparten afinidad geográfica de nacimiento, se les llama nación. Nación y polis no son dos conceptos coextensos, sino que pueden superponerse parcialmente. Por otro lado, hay naciones que, siendo una, pueden constituirse en distintas polis.
Contra esta perspectiva, la Modernidad niega la existencia de sociedades naturales y sólo admite aquellas que nacen del pacto social. Uno no pertenece a su polis naturalmente, sino voluntariamente. Con esta escisión, se ha desarticulado la piedad hacia la patria. Y así, el moderno, en tanto que niega la existencia de sociedades naturales, deberá aportar un fundamento que sustituya el vínculo natural a la patria. De este modo surgirá el patriotismo folclórico: se identificará la patria con una bandera, un territorio, una costumbre, etc. Pero más peligroso es el patriotismo romántico o nacionalismo. Esta versión sublima a la nación como realidad suprema, sometiendo todo a su interés, tanto la justicia como la Religión.
Liberalismo y patriotismo. En pasadas crónicas vimos cómo el liberalismo conduce a dificultades insalvables por basar la legitimidad en el voluntarismo individual (Locke) o social (Rousseau). En esta tensión entre realidad política y teoría liberal, reconocemos dos fases.
Fase A: se simula que todos participan en la sociedad política voluntariamente a fin de lograr el consenso —aunque de hecho nadie haya prestado su consentimiento a la constitución de su sociedad. Ahora, partiendo de la existencia de un consenso —que es pura ficción más o menos verosímil—, legitimamos la existencia de la nación, por ejemplo, española. Ahora bien, dentro de la nación española hay otras naciones. ¿Por qué estas naciones no deberían dar su consentimiento para formar parte de España o de un Estado independiente?
Fase B: Supuesto que haya un consenso que fundamente un pacto social, se necesita una garante para que ese pacto sea vinculante. Pero este garante debe existir previamente a las partes pactantes. Luego hace falta una suerte de Gobierno mundial, garante de los pactos que se establecen entre las distintas partes de la política global.
La fase A nos lleva al atomismo; la fase B, al globalismo. Así, se da la paradoja de independentistas catalanes defensores de la integración en la Unión Europea. En cualquier caso, es una oscilación coherente con las premisas del liberalismo: voluntarismo social e inexistencia de sociedades naturales.
Volviendo al pensamiento tradicional, la ejecutoria histórica de España fue un caso paradigmático de cómo la fe informa el bien común inmanente hacia la transcendencia, entre naciones tan dispares como las que componen España: gallegos, navarros, astures, valencianos, catalanes, canarios, etc. Si a tanta pluralidad de naciones le hubiese faltado la virtud aglutinadora de la Fe, difícilmente podría haberse formado España. En este sentido se evocó la cada vez más actual profecía de Menéndez Pelayo: «cuando España deje de ser católica volverá a los reinos de taifas.»
Acabada la intervención, comenzó un coloquio en que, entre otros asuntos, se habló de si hay o no nación europea. Y se aclaró que el proyecto político y cultural de Europa es un sustituto ilegítimo, un sucedáneo ideológico de la Cristiandad. También se insistió en el peligro de sustantivar o hipostasiar las patrias. Por último, se insistió en que nuestra patria por excelencia es la Jerusalén celestial. Y es con vistas a esta patria celestial que debemos conducir nuestra vida política en nuestra patria terrena.
Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta
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