Mes de María. Día 18: las flores del brezo para la Santina de Covadonga

estamos llamados a librar las gestas de Cristo y construir la Ciudad de Dios

Las flores del brezo: vídeo 

En el día XVIII del mes de las flores nos iremos hasta lo alto de los Picos de Europa, verdadero refugio de la Cristiandad, a ofrecerle a la Santina en Covadonga cientos de campánulas que florecen en los prados, a las que añadiremos camelias, hortensias y capuchinas de los jardines, unos racimos de prímulas del campo y unas calas que han crecido a las orillas de un regato. No olvidaremos colocar en nuestro ramo unas briznas de brezo, las mismas con las que se enciende el fuego, se fabrican remedios, se hacen escobas y las abejas muy rica miel.

Corría el 28 del mes de mayo del año del Señor 722 cuando, en Cangas de Onís, Pelayo, con sus trecientos guerreros entre astures, vascos y gallegos, acosado por el odio asesino del poder islámico (…) se refugia en una cueva natural, la cova dominica o Covadonga, el último reducto seguro. Desde allí libraron batalla y derrotaron milagrosamente a un ejército musulmán (…) al servicio de Munuza. Esta batalla marca el inicio de ocho siglos de Reconquista de la Patria perdida, que concluyó cuando Boabdil entregó las llaves de Granada a los Reyes Católicos  el 2 de enero de 1492.

Pelayo, que era miembro de la nobleza hispanogoda, había sobrevivido al desastre de la pérdida de España, acaecido en el año 711 en la batalla de Guadalete, donde fuimos derrotados a causa de la traición del conde Don Julián y del obispo Don Oppas. 

Narran las crónicas que, en el año 717, el moro Munuza, gobernador musulmán de Asturias, quiso sumar a su harén a la hermana de Pelayo. Quién, oponiéndose a sus pretensiones, se echó al monte y se refugió en el macizo de los Picos de Europa. Allí, el noble y decidido Pelayo organizó la resistencia cristiana y fue reconocido como jefe de un levantamiento popular. A sus órdenes se sumaron los nobles astures con el objetivo de recuperar Hispania para los cristianos.

Según la crónica musulmana, el moro Munuza envió para sofocar la rebelión a un ejército enorme de 20.000 hombres, frente al que Pelayo sólo podía oponer una tropa de 300 cristianos.

Antes de entablar combate, Pelayo tiene una visión: ve en el cielo una inmensa cruz bermeja. Se trata del pendón que los godos perdieron en Guadalete; junto a él, está la Virgen María, que anuncia la futura victoria.

Pelayo decide presentar batalla; sin embargo, el moro recurre a la guerra psicológica, enviando al obispo traidor don Oppas, que anima a Pelayo a la rendición, ofreciéndole todo tipo de riquezas y bienes de parte del Gobernador moro. Según el rey Alfonso III, las palabras del traidor al caudillo fueron estas:

«‘Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco (…) reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas: ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Escucha mi consejo: vuelve de tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos’.

Pelayo respondió entonces: ‘¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la Iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?’. Pelayo añadió: ‘Cristo es nuestra esperanza; que por este pequeño montículo que ves, sea España salvada y reparado el ejército de los godos. (…)»

Pelayo estaba atrincherado en Covadonga. Los musulmanes inician los ataques y entran por los estrechos desfiladeros, donde les atacan con precisión los guerreros godos, que eran expertos arqueros y conocían bien su territorio.

Sabemos la historia: los 300 de Pelayo logran, con sus exiguos medios, primero detener y luego hacer retroceder a la multitud de 20.000 ismaelitas enviados por Munuza. Aprovechando ese momento de debilidad, Pelayo lanzó un ataque desesperado desde la Cova Dominica. El espíritu combativo era enorme, los cristianos estaban determinados a la victoria. Con una tropa menguada, como otrora Gedeón, pero contando con el amparo de María Santísima, como siglos más tarde en Empel y en Lepanto, la Victoria llegó de la mano de la Madre de Dios.

Cuando los agarenos vieron muerto a su jefe, huyeron desordenadamente. Don Oppas, el cristiano traidor, fue hecho prisionero en el mismo campo de batalla.

Con asombro escucho a personas que comentan asustadas las conspiraciones fraguadas en la sombras; pareciera que descubren que el agua moja. La serpiente infernal no ha cesado un instante de acechar el calcañar de la Mujer desde que nuestros primeros padres fueron expulsados del paraíso.

El Padre Pío decía que el demonio utiliza el corazón de los idiotas; el Santo Evangelio indica que número de los necios es infinito, y hasta un enemigo de la fe como Lenin remacha esa idea indicando que los idiotas útiles a la revolución son numerosos.

En conclusión, son muchos los instrumentos que el linaje de la serpiente tiene a su servicio. Se añaden a ellos quienes únicamente se preocupan de sus batallitas al servicio de su egoísmo, y que son capaces de instrumentalizar maquiavélicamente hasta sus propios hermanos, pagando con sangre de inocentes su parcela de poder, al estilo napoleónico. Todos estos construyen la ciudad del hombre desde el amor a sí mismos y hasta el desprecio de Dios.

Frente a éstos estamos llamados a librar las gestas de Cristo y construir la Ciudad de Dios, amando a Dios hasta el desprecio de nosotros mismos.

Como soldados sacramentados que somos, por el sacramento de la confirmación, debemos librar con valentía el buen combate de la Fe con la fuerza del Espíritu de Pentecostés. Tendremos también que luchar contra los enemigos más numerosos, que no son precisamente los malos, sino los tibios, a los que Dios vomitará por su apego al confort y a lo políticamente correcto, y que están enredados en mil mezquindades, inflados por la vanidad y el egoísmo, con su intelecto oscurecido por la soberbia. Los tibios cambian coronas y gloria eterna por un minuto de gloria personal; desprecian una corona eterna por una efímera y temporal.

Por eso pongo a los pies de la Santina mi ramo de brezos Da igual que estén verdes o secos, pues se aferran a las roca de la Fe, Esos brezos le piden que encienda Espíritu Santo nos inflame en su santo Amor y nos preserve de la tibieza, nos conceda la miel de la Caridad, sea remedio del  egocentrismo, como los señala el Doctor Bach, así podamos con generosa humildad barrer, con escobas de brezo, la media luna que quiere eclipsar la Cruz.

Santina de Covadonga, Patrona de la Reconquista, ruega por nosotros ahora.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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