Pío Nono, Don Carlos y los carlistas pobres

ESCRIBÍA EL PONTÍFICE: «¡QUE DIOS DEVUELVA LA PAZ A ESPAÑA! ¡QUE DIOS LE CONCEDA UN SOBERANO QUE LA GOBIERNE CON LAS REGLAS DE LA RELIGIÓN DE JESUCRISTO!»

Pío IX, por G.P.A. Healy

Compartimos con los lectores de La Esperanza un artículo publicado en Montejurra en el año 1962 por Ignacio Romero Raizábal, acerca de la relación entre el Papa Pío IX y D. Carlos VII.

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Cuando nació don Jaime, lo primero que hizo Carlos VII, aquel mismo feliz 27 de junio del 70, fue poner desde Vevey este gozoso telegrama: «Santísimo Padre, mi mujer acaba de dar a luz felizmente un niño, gracias a Dios. Bendíganos. Su aficionado hijo Carlos».

Ignoramos la respuesta del Papa. Pero sabemos otra, en trance parecido y posterior, al nacer doña Beatriz. Que es ésta: «Su Santidad manda, juntamente con su cordial felicitación, una especial Bendición a S.M. doña Margarita y a la Princesa recién nacida». Un telegrama pontificio que es algo más que un trámite protocolario, pues Pío IX, en él, da a la madre de don Jaime tratamiento de Majestad.

Antes de que naciese el Príncipe había aconsejado el Papa a Carlos VII que no lo bautizase el futuro Cardenal Monescillo, elocuentísimo diputado a Cortes y Obispo de Jaén a la sazón, sino otro «in paribus», al que, como dice Ferrer, «no pudiese alcanzar la ira de los revolucionarios». Y es entonces cuando aparece la intrépida figura del Padre Serra, el fundador de las Oblatas [del Santísimo Redentor], a quien descubre don Alfonso Carlos en Roma, pues ambos viven en la Ciudad Eterna: el Infante, como alférez del ejército del Pontífice, y el Prelado, como asistente al Concilio Vaticano I. Será el Obispo de Daulia, por consiguiente, quien bautice a don Jaime, con gran satisfacción de todos, pues el padre del neófito no se hubiera perdonado jamás haber proporcionado a la Revolución una sombra de motivo aparente para atacar al Solio Pontificio. Y con mayor dolor a Pío IX, al que consideraba un verdadero santo.

Hay una carta muy hermosa de Carlos VII a su madre, la Archiduquesa doña Beatriz, que lo demuestra de modo bien palpable. A la vez que el amor del Papa al Carlismo y delicada prudencia del Señor que conserva en secreto las muestras de cariño papal por no perjudicar al Santo Padre ante sus enemigos.

La carta empieza así: «Queridísima madre: El objeto principal de la presente es participar a usted que ayer recibí una larga y afectuosa carta del Papa, que leí con tanta emoción como alegría, y de la cual voy a copiar algunos párrafos, seguro de que despertarán en usted los mismos sentimientos. Muy venerado y muy querido es para mí el Santo Pontífice que me confirmó en Bolonia y que profesa a usted un afecto tan entrañablemente paternal, y guardo como verdaderas reliquias las cariñosísimas Cartas con que me ha favorecido con tan gran número durante estos últimos años. No son, ciertamente, aquéllas menos expresivas que la recibida ayer, pero ésta me ha consolado de un modo especial, por lo solemne en los momentos en que llega a mis manos».

Está escrita la carta a don Carlos en la «Frontera de España, 30 de Enero de 1873». En una fecha equidistante entre el fracaso de Oroquieta y el histórico «¡Volveré!» de tres años más tarde. Y hay muchas sugerencias trascendentales que brotan de esta carta, pero para nosotros una de las que más nos llegan al corazón, aparte del amor del Rey al Papa y de Pío Nono a Don Carlos, es, parécenos entender, con qué entrañable habilidad utiliza este doble argumento el hijo con la madre.

«Grande satisfacción ─escribía el Pontífice─ me causó y me causa su Carta en la que se reflejan los sentimientos propios de un Príncipe católico. Mucha razón tiene en lo que me dice del Episcopado y de la nación española, una nación que por títulos tan justos ha merecido ser designada con el calificativo privilegiado de católica. De todo corazón la bendigo y deseo verla libre de las presentes desventuras. Ya habrá leído en mi última Alocución Pontifica los lamentos que me arranca la situación de España y el vivísimo interés que tomo por que sean extirpados los abusos y opresiones que pesan sobre la Península. Por lo que a mí hace, pido fervorosamente a Dios que derrame sus misericordias sobre aquella tierra que dio a la Iglesia tantos Santos y tantos campeones. ¡Que Dios devuelva la paz a España! ¡Que Dios le conceda un Soberano que la gobierne con las reglas de la Religión de Jesucristo, y que sepa aplicar los remedios necesarios para los infinitos males que de largo tiempo la oprimen y aún hoy la siguen oprimiendo!».

Hoy está en marcha el Proceso de Beatificación de Pío Nono y nos resulta más consoladora todavía esta carta del Papa. Así como otras cosas que le dice en la suya don Carlos a su Madre, que tan inútilmente quiso desconectarle del Tradicionalismo y de España. Por ejemplo: «Concluye la carta enviando la Bendición Apostólica para mí, mi familia y todos los que me interesan. ¡Quiera Dios escuchar los votos de un Santo! Yo no divulgo estas pruebas de paternal afecto, como tampoco enteré a nadie el año pasado del magnífico camafeo que nos regaló para que lo rifásemos en favor de los carlistas pobres, pero a usted se lo digo por lo mucho que he de consolarla».

¡Cuántas cartas como ésta, y más interesantes aún, se habrán perdido sin dejar ningún rastro! Sobre todo desde el auto de fe que hizo doña Berta, la segunda mujer de Carlos VII y el Ángel Malo del Carlismo, con los documentos del Palacio de Loredán, que su suegra se negó a vender a Ricardo Wagner por legárselo a su hijo y que ella, su viuda, malvendió a la artista cinematográfica «la» Bertini. Pero esta carta basta y sobra, con creces, para demostrar el amor de don Carlos a Pío IX y el del Papa de la Purísima y de [la] Infalibilidad Papal al Carlismo.

Ignacio Romero Raizábal.

Fuente: Montejurra, núm. 23. Diciembre de 1962.

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