A las seis de la tarde del día 11 de septiembre la política y líder del partido Fuerza Popular — principal remanente fujimorista— Keiko Fujimori anunció públicamente el fallecimiento de su padre, el expresidente Alberto Fujimori tras una larga batalla con el cáncer. Se rumoreaba desde la temprana tarde de aquel día debido a la aparición de un sacerdote para que le administrara la extremaunción en su residencia familiar.
Se produce la particular coincidencia de la fecha de su defunción con la de Abimael Guzmán, pero separada por tres años; no obstante, con este otro deceso se cierra paradójicamente un largo período de nuestra historia, en el cual la cultura política — o la bastardización de la misma — se construyó por, mediante o contra su figura como uno de sus ejes. Además, claro está, con el matiz de que Fujimori ha muerto en libertad, aunque muchos esperaban que tuviese una pena vitalicia. La parte final de su proceso fue comentada en uno de los apartados de este periódico.
No nos extenderemos mucho en esta noticia sobre su no poco polémico régimen, sus luces y sus sombras, pero se debe apuntar cómo tras la muerte de su persona, el mito hacia él y su gobierno está eclosionando, siendo muestra de ello la forma en que está siendo velado en el Museo de la Nación por disposición de Dina Boluarte. Este hecho paradójico demuestra que al hijo defectuoso que la repudió y persiguió injustamente se le ha brindado esta cortesía, como en un «ciclo caviar» de gobiernos.
Agencia FARO, Círculo Tradicionalista Blas de Ostolaza
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