Hace un par de semanas fue a rendir cuentas a Dios el padre Gustavo Gutiérrez, personaje no poco controversial, especialmente en lo que se refiere a su visión práctica de la fe y nuestra doctrina. Como era de esperar, su muerte suscitó reacciones, algunas de crítica, otras de alabanza, incluso de rescate.
Aparte de un opúsculo breve de la pluma del conocido comentarista conservador José Carlos Mariátegui que, aunque acierta en los cultos civiles, no sobrepasa su vena anticlerical, hay otro que llega a ser más problemático: uno escrito por el cardenal Gerhard Müller el año pasado, titulado Ratzinger and the Liberation Theologians, el cual pretende rescatar las ideas del padre Gutiérrez, y en el cual centraremos este artículo.
El escrito del cardenal es una narración de sus vivencias con Benedicto XVI. Es interesante bajo cualquier ángulo. Narra la situación de la iglesia en Hispanoamérica y el rol del entonces cardenal Ratzinger como Prefecto de la Doctrina de la Fe allá en los años 80. Cuenta de un modo superficial cómo el entonces cardenal Ratzinger y Juan Pablo II tuvieron como misión lidiar con el movimiento, comenzando con la lectura de sus obras principales. Y aclara que, si bien la Santa Madre Iglesia no rechaza el clamor del pueblo, sí condena los aspectos marxistas de la llamada teología de liberación, por lo que una política principal de la Curia fue poner en observación al sacerdote peruano Gustavo Gutierréz y al brasileño Leonardo Boff; este último fue más díscolo frente a esas correcciones y causó controversia por rechazo a las mismas.
En esta parte el relato se bifurca, pues el cardenal Müller, además de llamar al sacerdote peruano mentor y amigo, comenta que el padre Gutiérrez nunca abogó por la violencia o por un materialismo camuflado en la doctrina escolástica. Al parecer, se trata —ejerciendo el beneficio de la duda—de una apreciación errónea causada por el desconocimiento de los trabajos del padre.
Sin embargo, en su libro Teología de la liberación: perspectivas editado en 1972, el sacerdote peruano afirma:
«Únicamente una quiebra radical del presente estado de cosas, una transformación profunda del sistema de propiedad, el acceso al poder de la clase explotada, una revolución social que rompa con esa dependencia, puede permitir el paso a una sociedad distinta, a una sociedad socialista».
Su consigna sigue siendo la lucha de clases. Aboga por un conflicto social para alcanzar su objetivo.
Páginas después, profundiza respecto a su retórica del conflicto, cuando dice: «El dominio de la política es conflictual». Y después profundiza sobre «el enfoque social del clero».
No evita notas simpáticas sobre personajes como el sacerdote colombiano Camilo Torres, conocido participante del grupo guerrillero Ejército de Liberación Nacional (ELN), considerando su participación en el mismo como un rasgo de compromiso político.
También proclama que:
«Creadas las condiciones de una producción socializada de la riqueza, suprimida la apropiación privada de la plusvalía, establecido el socialismo; el hombre puede comenzar a vivir libre y humanamente».
Esto sepulta por completo su planteamiento al afirmar que:
«La liberación del pecado es una liberación política».
Es cierto que llegó a moderar su concepto de liberación, pero esa misma dialéctica de conflicto se mantiene en ambas partes.
Aunque el cardenal Müller reconoce que el marxismo cayó por sus propios errores, también añade que el método que el entonces papa Benedicto XVI usó con los liberoteólogos, fue un apaciguamiento buscando expurgar. El mismo autor, admitiéndose influenciado por las obras del padre Gutiérrez, fue nombrado prefecto del Dicasterio de la Doctrina de la fe por Benedicto XVI en 2012. Con lo que pudo usar esto como ejemplo de sillón, exponiendo que la política papal, al lidiar con esa suerte de movimientos, lamentablemente, no fue intransigente, aunque la prensa sugiriese lo contrario.
Dicho detalle puede explicar la deriva de la visión—pretendidamente moderada— del sacerdote peruano, la cual se pliega a una visión mundialista y humanista, propulsada desde Pablo VI. Y al trotskismo que esgrimió desde antes, junto a Gramsci, a quien en la obra anteriormente citada alaba.
A pesar de la pretendida depuración de las corrientes de la teología de liberación, es innegable que esta alcanza su cometido original, incluso pretendiendo retrasar sus conclusiones. Como pretendida herramienta para un bloque soviético, ahora cedió —incluso, contra la voluntad del padre Gutiérrez— frente a las distintas vertientes del progresismo social, con una filosofía marxista revisada , y valiéndose de un triste remedo de la teología política. Además de crear una injusticia histórica que niega implícitamente cómo muchos sacerdotes lucharon por instaurar el Reinado de Cristo en nuestra sociedad trocándolo por un mero materialismo desde nuestra mismísima fundación.
Concluye así este engorroso oficio de tener que echar luz sobre estos textos de un príncipe de la iglesia, sin no olvidar también que lo es rezar por el alma de este sacerdote heterodoxo.
Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Blas de Ostolaza.
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