Resulta paradójico que en un mundo donde la preocupación por el cuerpo ha alcanzado cotas difícilmente superables, se piense cada vez menos en la trascendencia de las acciones que podemos realizar con él. Hagamos un par de consideraciones al respecto. La primera consideración es que el cuerpo es parte constitutiva esencial del hombre, junto al alma que le da forma. Uno no tiene un cuerpo, sino que es un cuerpo. Por ello, cuando uno se desplaza a algún lugar, no traslada su cuerpo, sino que se traslada él: su persona entera. Del mismo modo, cuando alguien nos saluda dándonos la mano, no decimos que nos ha saludado la mano de Fulanito, sino que nos ha saludado Fulanito. La segunda consideración es que, a diferencia de otros seres, que son lo que son en esencia, el hombre llega a ser quien es. Y este proceso de conquista se da a través de actos concretos, que nos acercan o nos alejan de la perfección a la que por naturaleza estamos llamados.
Sirva esta breve introducción metafísica para apuntar la trascendencia que tiene la corporalidad del hombre: los actos que realizamos con el cuerpo nos pueden hacer más o menos virtuosos. Cualquiera puede constatar esta sencilla realidad: no es lo mismo saludar a alguien a través de un mensaje escrito que darle la mano; un millón de mensajes escritos en una conversación telemática no podrán igualar nunca el peso del lenguaje no verbal en una conversación cara a cara. Por supuesto, en todo hay grados: las cartas en papel nos implican más que los mensajes que enviamos a través de aplicaciones de mensajería instantánea (generalmente menos elaborados, menos personales, sin nuestra caligrafía particular…).
¿Qué tiene esto que ver con los asuntos de los que venimos hablando? Más de lo que de entrada podría parecer. Los actos corporales, y no meramente intelectuales, tienen una repercusión diferente en la psique. Nuestro compromiso es mayor cuando realizamos operaciones que no sólo involucran al entendimiento, sino también a facultades corporales, como el desplazamiento físico al lugar de reunión o la preparación logística del local.
Si nuestra finalidad es política, es mucho más coherente y conducente a esa finalidad asistir presencialmente y participar de la vida de un Círculo local, con lo que implica de ejercicio de la sociabilidad humana, y de preparación o incoación de cuerpos sociales operantes de restauración de la organicidad social, que quedarnos en casa tecleando bajo apariencia de que nos interesan cuestiones políticas cuando en realidad son fantasmas tecnológicos.
Cualquiera que haya intentado llevar a cabo una iniciativa comunitaria, aún a pequeña escala, sabe que sólo saldrá adelante gracias a la perseverancia y el empeño de los miembros que pongan sus talentos a disposición de la misma, bajo una misma unidad de mando. Si se deja el proyecto a merced de la inercia de cada momento, al fluir de las ocurrencias de cada uno, puede que éste arranque de forma más o menos entusiasta, pero difícilmente superará la prueba del tiempo. La pervivencia de los Círculos carlistas a través de los años y las dificultades históricas de cada época es una buena prueba de ello.
Puede que muchos se hayan convencido ya del beneficio de asistir a las reuniones presenciales de su Círculo local, por considerarlas un buen medio de formación y de socialización. Sin embargo, todavía podrían dar un paso más: colaborar de manera proactiva en el sostenimiento del mismo y ofrecerse a ayudar en las tareas que sean precisas. Los miembros comprometidos en la organización y logística de los Círculos no poseen una naturaleza distinta a la del común de los mortales, y también a ellos se les presentan, como a cualquiera, tentaciones de pereza, soberbia o cobardía, que los mantendrían en sus casas realizando cualquier otra tarea de su agrado y evitando la exposición pública. Sin embargo, se sobreponen a esos pensamientos convencidos del papel que los Círculos desempeñan para alcanzar el bien común. La historia del tradicionalismo español está conformada por personas que, en su momento, decidieron apostar por una Causa común, poner sus talentos al servicio de la misma y adquirir un compromiso vital con ella que los empujaba a priorizar sus deberes de apostolado político por encima de sus apetencias contingentes, a perseverar en los momentos difíciles y a seguir reuniéndose cuando las circunstancias no acompañaban. Para los mártires a quienes tanto admiramos, el momento de su martirio supuso el culmen de toda una vida de pequeños martirios, de sacrificios cotidianos en favor de la Causa que defendían.
Haber leído innumerables obras de filosofía política o de historia del tradicionalismo, sin haber puesto esos conocimientos en práctica, cada uno en su parcela de acción, al servicio de la restauración del reinado de Cristo, ¿de qué valdrá el día en que seamos interrogados por Él, al final de esta vida terrena? Como enseña la Escritura, a quien más se le ha dado, más se le pedirá. Por ello, quien haya recibido la luz del entendimiento y los medios necesarios para comprender en qué consiste el verdadero orden social y político, y más aún quien haya recibido oportunidades para contribuir a su restauración, tendrá que rendir tantas otras cuentas sobre sus acciones.
Los Círculos carlistas son, además de un lugar seguro al que acudir en busca de formación política, un lugar de encuentro para compartir inquietudes y propuestas acerca de la realidad social. Recordemos que ninguna interacción telemática, ni siquiera los populares grupos de mensajería instantánea, podrán igualar jamás la contundencia de una conversación cara a cara, el peso del lenguaje no verbal, ni la complicidad que genera el trato presencial con los que combaten desde nuestro mismo lado de la trinchera. Ningún gesto, por pequeño que sea, pasa desapercibido a la atenta mirada de Nuestro Señor: ningún esfuerzo en favor de esta noble Causa caerá en saco roto.
Nieves Sánchez, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)
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