Compromiso virtual (I): ¿Por qué siguen siendo importantes los Círculos carlistas?

A diferencia del apostolado de las redes sociales, participar activamente en los Círculos carlistas supone mortificar el orgullo de ser autónomos

Grupo de teatro del Círculo Carlista de Villava (Navarra) en 1935. Tomada del Archivo digital de Villava

Tras aterrizar en el mundo del tradicionalismo y empezar a convencerse de la necesidad de volver al orden social natural y cristiano, no suele ser fácil lograr que el entusiasmo del comienzo se traduzca en un apostolado político bien orientado. Al interés inicial debería seguir la concreción de unos objetivos y la configuración de una estrategia para alcanzarlos, que incluye la definición de los medios a nuestro alcance y la revisión periódica del punto en el que nos encontramos, así como una capacidad de autocrítica que permita discernir si se está yendo por el buen camino. A lo largo de este proceso irán apareciendo ante nosotros senderos alternativos que, bajo una apariencia atractiva, conducen hacia un fin distinto del originalmente perseguido. Vamos a analizar a continuación algunas de las herramientas de las que disponemos para alcanzar el buen fin y algunos de los peligros que nos alejarán del mismo.

Junto a una primera parte de formación política, de distinta extensión y profundidad en cada caso particular, según las posibilidades de cada uno, llega una necesaria segunda parte de acción o puesta en práctica de lo que uno ha ido aprendiendo. Evidentemente ambas etapas se van solapando en el tiempo: si bien carece de sentido preocuparse por las acciones en el terreno práctico sin tener bien asentada una mínima formación previa —que permita establecer los objetivos de dichas acciones—, tampoco sería realista esperar a tener una formación impecable para empezar a mover un dedo.

Centrémonos hoy en esa segunda etapa de acción. La formación teorética previa, para muchos —sobre todo aquellos que no han crecido en el seno de una familia de estirpe carlista—, se va construyendo de forma más o menos autónoma empleando, además de los clásicos libros en papel, incontables recursos en línea (documentos, revistas digitales, videoconferencias…). Así pues, hay quien podría pensar que el apostolado político, la puesta en práctica de esos conocimientos, puede darse de manera íntegra y satisfactoria a través de esos mismos medios telemáticos, especialmente a través de las redes sociales de mayor afluencia, bajo el anonimato y sin salir de casa. No nos referimos, por supuesto, a la utilización de internet como medio de difusión de contenido doctrinal —que a tantos ha beneficiado—.  Tampoco negamos que pueda ser útil, eficaz o incluso recomendable en ciertas circunstancias estar presente en las mencionadas redes sociales, especialmente a nivel institucional. Sin embargo, nadie debería autoconvencerse de que, en estos tiempos que corren, su labor virtual sea más necesaria que el apostolado presencial que pudieran desarrollar, ni de que sus interacciones en una red social suplan su ausencia en las actividades presenciales que organiza el Círculo carlista de su región, del que hablaremos a continuación.

Para ayudar a contribuir eficazmente en la práctica, a nivel local, en la restauración del orden social y político, existen desde antaño los Círculos carlistas: verdaderos centros de vida social donde compartir inquietudes, propuestas y recursos (materiales e intelectuales) sobre el actual estado de cosas a nivel político. Para la mayoría de nosotros —con profesiones corrientes y un margen de actuación limitado a nuestro barrio o municipio—, la mejor forma de contribuir a la restauración de ese orden natural que anhelamos consiste en participar en las iniciativas del Círculo local más cercano y ponerse a su disposición, ofreciendo humildemente nuestros talentos y comprometiéndonos a colaborar bajo un mismo mando de acción. Desde este lugar de encuentro se pueden coordinar las diferentes acciones, bien orientadas y fundamentadas, que cada cual se anime a proponer y a llevar a cabo.

A diferencia del apostolado de las redes sociales, participar activamente en los Círculos carlistas supone, por un lado, mortificar el orgullo de ser autónomos —en internet, uno no debe rendir cuentas a nadie ni subordinarse a ninguna autoridad—, sacrificar la falsa sensación de «libertad» de ir por su cuenta —en su perfil de X, uno puede escribir lo que le apetezca en cada momento—, así como sobreponerse al atractivo anonimato de internet —ir a una reunión presencial obliga a uno a dar la cara—. Obliga, además, a adquirir cierto grado de compromiso con la Causa —en un grupo o «comunidad» virtual, uno pasa fácilmente desapercibido, nadie le exigirá compromiso de ningún tipo, puede ignorar los mensajes tranquilamente y lo más probable es que nadie note su ausencia—. Lo presencial implica precisamente la presencia personal de uno; las relaciones reales (relación con la Causa, con los correligionarios, con el prójimo…) requieren asumir responsabilidades reales. La ausencia de una responsabilidad real suele ser indiciaria de la ausencia de una relación real. 

Las redes sociales, más allá de la función informativa y de difusión de eventos que pueden desempeñar y que no cuestionamos, conllevan el peligro de producir también una falsa sensación de comunidad y de integración en la Causa, que incluso podría adormilar la conciencia. De esta forma, aunque uno no participe en ninguna iniciativa presencial deliberadamente, todavía puede decirse a sí mismo que su combate virtual por la Causa —la mayoría de veces enzarzándose en discusiones que no llevan a ningún puerto, o bien dando la razón a otros que sí piensan como él—, es ya suficientemente meritorio. Mientras tanto, en su pequeña parcela de acción en el mundo real, van creciendo malas hierbas y acampa el enemigo, satisfecho de que uno se mantenga distraído combatiendo en el ciberespacio.

Nieves Sánchez, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)

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