Católicos y libertarismo: un amor no correspondido (y II)

Los libertarios sí defienden que la política se lleve a cabo acorde a una idea particular de la moral: la suya

Y es que la concepción de la naturaleza del ser humano sobre la que descansa esta visión del derecho niega nuestra pertenencia natural a la familia y a la patria, por lo que éstas serían organizaciones opresoras a causa de no ser voluntarias.  Así lo explicaría el judío austriaco Ludwig von Mises, maestro de Rothbard: «los hombres nacen generalmente ya dentro de los más fundamentales vínculos hegemónicos, es decir, en la familia y en el Estado, y lo mismo sucedía en las hegemónicas instituciones de la antigüedad, tales como la esclavitud y la servidumbre». De nuevo: «El Estado como aparato de compulsión y coerción constituye por definición un orden hegemónico. Lo mismo sucede con la familia». [1] Vemos, pues, que esta visión falsa del derecho, aparte de ilógica, es incompatible con la ética natural y católica: según el libertarismo, ¿cómo podría practicarse el cuarto mandamiento, incluso desde la vida privada, si ésto requeriría perpetuar y colaborar con unas instituciones contrarias a la justicia? ¿A qué clase de disonancias cognitivas nos quieren someter los católicos libertarios?

Por si toda esta problemática no fuera ya suficientemente peliaguda, recordemos que aceptar estos derechos individuales de manera totalmente consecuente implicaría la despenalización de prácticas que, por mucho que tratemos de actuar como si la moral fuera separable de la vida pública, toda persona cuerda estimaría civilmente punibles. Sigamos a Rothbard: «el genuino concepto de “derechos” es “negativo”, es decir, delimita las áreas dentro de las cuales nadie puede interferir en las acciones de una persona. Nadie tiene derecho a forzar a otro a realizar un acto positivo, porque toda coacción viola el derecho de la persona sobre sí misma». Esto implica que nadie tiene derecho a forzar a otro, por ejemplo, a no propagar mentiras sobre alguien, por lo que Rothbard considera el chantaje una forma legítima de negocio. Igualmente, nadie tendría derecho a forzar a otro a alimentarle, por lo que «a los padres les asistiría el derecho legal a no tener que alimentar al niño, esto es, a dejarle morir». De hecho, nadie tiene derecho a forzarles a actuar como padres de ninguna manera, pudiendo éstos «vender los derechos de fideicomiso sobre sus hijos a quien quisiera comprarlos por un precio previamente convenido». Y es que la venta de niños fue precisamente propuesta por el partido libertario La Libertad Avanza [2]. Su líder, Javier Milei, aseguró en una entrevista que «yo si tuviera un hijo no lo vendería», como si esto nos debiese de dejar aliviados [3].

De la misma manera, Rothbard dice: «tener derecho a la vida no garantiza […] el derecho a seguir usando el cuerpo de otra persona, ni siquiera en el caso de que dicho uso fuera indispensable para la propia existencia». Así, preguntaría: «¿qué seres humanos tienen derecho a ser parásitos coactivos dentro del cuerpo de un huésped que no los quiere aceptar? Si ningún ser humano ya nacido tiene tal derecho, menos aún lo tienen, a fortiori, los fetos». El aborto libertario sería titulado como eviccionismo por su sistematizador, el judío Walter Block. Esto consistiría no en matar directamente al feto (lo cual violaría sus derechos), sino en evacuarlo del útero de la madre, tras lo cual nadie estaría forzado a impedir que se sofoque hasta la muerte. Según Rothbard: «el feto se convierte en “invasor” de su persona y la madre tendría perfecto derecho a expulsarlo de sus dominios» [4]. Esperemos que, si Milei tuviera un hijo, tampoco lo eviccionase.

El tercer fallo lógico de estos católicos libertarios es hacer como si su defensa de unas libertades individuales supuestamente dadas por Dios fuera una virtuosa alternativa a los sistemas legales basados en la voluntad democrática de la masa. En realidad, la idea de subordinar al individuo a la mayoría democrática simplemente se deriva de seguir la única vía posible con la que nos deja su misma ideología: dado que sería imposible construir una comunidad política «con génesis absolutamente voluntaria», la única opción que les quedaba a los revolucionarios, si es que no querían abandonar toda posibilidad de una política liberal, es fingir que todo Estado que hubieran constituido sí era el fruto de un pacto voluntario. Así, las leyes por mayoría solo serían unos estatutos asociativos que habrían de acatar todos los supuestos adscritos (que los ilustrados acotarían a diferentes naciones históricas). Por tanto, el contraste postulado por Friedrich von Hayek (otro discípulo de Mises) entre un liberalismo francés frente un liberalismo anglosajón no sería más que un maquillaje del común parentesco entre todas estas ideas. Olvidan que Thomas Jefferson, autor de la citada frase de la declaración de independencia estadounidense, fue también quien escribió la DDHC de la revolución francesa junto con su amigo masón, el Marqués de Lafayette. De todas formas, los libertarios podrán dormir tranquilos sabiendo que, progresivamente, las democracias nacionales han ido cediendo su infundado poder a un sistema global de derechos humanos homogéneos, aunque sean unos derechos humanos cuyo contenido no se ciñe al propuesto por la escuela austríaca.

El cuarto fallo lógico de los libertarios es que su pretendida separación entre moral y política es, en sí, ilógica, y, por tanto, engañosa. Si bien pretenden construir un sistema en el que todo individuo pueda actuar según su propia idea de la ética, lo que se ha hecho evidente a lo largo de toda esta exposición es que no están exentos de querer someternos a todos a sus pautas morales particulares: respetar los derechos del individuo (según los entienden ellos). Y es que, ¿en qué se basa esta exigencia si no es en su idea del deber moral? Rothbard pretende fundamentar los derechos meramente en nuestra capacidad para exigirlos [5], pero ¿acaso esto no es igual de arbitrario que fundamentarlos en tener la condición de ser vivo, como interpelan los animalistas? Por tanto, los libertarios sí defienden que la política se lleve a cabo acorde a una idea particular de la moral: la suya. Por tanto, lo que los católicos libertarios están defendiendo no es la separación de la política y la ética católica, sino la sustitución de la ética católica por otra. De hecho, siendo coherentes con su ideología, todos deberíamos respaldar que se mate y se muera en la guerra en nombre de los derechos individuales (¡incluso que se mate a cristianos!), pero no en nombre de la Iglesia (¡incluso contra ella!). Así, según J. Ramón Rallo: «las intervenciones militares de una comunidad política dirigidas a proteger a la población de otra comunidad política […] constituyen usos potencialmente legítimos de la fuerza para evitar la conculcación de los derechos individuales». [6] Esto revela, una vez más, que los mandamientos de Cristo no tienen para ellos más rango que el de preferencias personales, como el sabor del helado.

Por ir concluyendo, lo cierto es que el libertarismo no es más que una versión más, radicalizada, de la ideología liberal imperante, que se puede resumir en la siguiente premisa: el individuo no tiene por qué llevar a cabo ninguna acción a no ser que haya accedido a ello voluntariamente. Así pues, el libertarismo no tiene absolutamente nada de antisistema, ya que, si bien nuestros Estados están lejos de ajustarse al paradigma ético de la escuela austríaca, ello se debe a que el sistema actual es una amalgama de distintas interpretaciones de esa premisa; las cuales, según ha quedado explicado al principio, no son menos liberales que el libertarismo.

Sin embargo, como bajo el efecto de un hechizo demencial, estos católicos se han creído lo inconcebible: para ir contracorriente de este mundo anticristiano hemos de ignorar la tradición política católica y seguir a un grupo de escritores judíos como fieles talmidim que acuden a su rabbí. Felizmente, la mayoría de estos católicos no son consecuentes con las ideas que defienden y no reconocen el derecho a vender niños, abortar, chantajear… No obstante, hay que recordar que esto es así no en consonancia con sus ideas acerca del derecho, sino a pesar de ellas.

Como un adolescente emberrenchinado con sus padres, muchos católicos se irán detrás de cualquier causa política antes que comprometerse nítidamente con la que siempre les ha estado y está esperando: la restauración del Reinado Social de Cristo.

Marco Benítez, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)

[1] La acción humana, Madrid, Unión Editorial, 2011, págs. 235-236.

[2] https://www.youtube.com/watch?v=l4l1b84fFtQ

[3] https://www.infobae.com/politica/2022/06/28/que-respondio-javier-milei-cuando-le-preguntaron-si-esta-a-favor-de-la-venta-de-ninos/

[4] Todas las citas de Rothbard están tomadas de La ética de la libertad, Madrid, Unión Editorial, 1995, págs. 147-150,156 y 183.

[5] Ibid., pág. 222.

[6] Liberalismo: los 10 principios básicos del orden político liberal, Vizcaya, Eds. Deusto, 2019, pág. 162.

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