
Estimados todos:
Hemos rendido homenaje y, sobre todo, hemos rezado por los mártires del frente de batalla, de la retaguardia, de los que hubo antes, durante y entre guerras. Como delegada de las Margaritas de la Comunión Tradicionalista, quisiera ampliar nuestro pensamiento y nuestras oraciones a sus madres, madrinas, tías, esposas, hermanas, novias, hijas… Esa espléndida entrega final y propiamente martirial en el campo de batalla, necesariamente tiene que ir precedida de una vida de entrega, porque nadie puede dar la vida, si no la ha recibido antes; porque nadie puede entregarse a la Causa si no le ha sido entregada antes.
En ellas quiero inspirarme, en las artífices de esa entrega, protagonistas de ese martirio incruento, que tan bien explicó Juan Oltra en esta misma festividad el año pasado. Es decir, en las mujeres carlistas, en las Margaritas, para realzar su labor fundamental, en el sentido más literal de la palabra: la de alumbrar a la Tradición a los niños y jóvenes de hoy, que serán la sociedad del mañana.
Dios ha puesto una enemistad irrenunciable entre la mujer y el demonio y escrito está que Ésta, nuestra Santísima Madre, le aplastará la cabeza. Toda mujer, que por su naturaleza femenina está ligada a la Virgen María, puede por tanto participar de la parte de la redención que ha sido depositada en sus manos. Y lo debe hacer imitando sus virtudes, todas, empezando por la humildad, continuando por el pudor, la modestia, la entrega, la ternura… para así poder imitarla en su mayor gloria: la maternidad.
Es lo que Alice Von Hildebrand llama la maternidad espiritual, que entiende como una vocación divina de la mujer y expresión intrínseca de la feminidad. La Virgen María «al dar a luz al Salvador del mundo, nos dio también a todos la vida y la salud», es decir, se convirtió en madre nuestra, madre de misericordia, en una maternidad que trasciende la biología e incluye a todos y cada uno de los hombres en su capacidad de amar, cuidar, guiar e interceder por ellos. Tomándola como modelo perfecto de mujer, toda mujer, cada una con sus circunstancias, debe cumplir esos deberes de caridad en cada uno de los que estén a su alcance, especialmente con los débiles, tristes y necesitados.
Hoy, más que nunca, es imprescindible recalcarlo, porque a nadie se le escapa que el ataque a la mujer, como mujer, como madre, es más despiadado que nunca. No en vano ya señalaba Vázquez de Mella que «una causa que no cuenta con el apoyo de la mujer, es una causa que sucumbe». La mujer es la última línea de defensa, la guardiana de ese pequeño milagro, escondido y cotidiano, que es el nacimiento y crecimiento del futuro de la humanidad. Por eso es preciso que nos hagamos plenamente conscientes de que en la naturaleza de la mujer está el ser madre. «Ya sea casada, soltera o religiosa, está llamada a ser una madre biológica, psicológica o espiritual. Ella sabe intuitivamente qué dar para nutrir, para cuidar a los demás, para sufrir con y para ellos, porque la maternidad implica sufrimiento y ese sufrimiento es infinitamente más valioso a los ojos de Dios que la conquista de las naciones y el volar a la luna».
Por eso, Margarita, manos a la obra, este es tu más sagrado deber:
—Si estás soltera, como María Rosa Urraca Pastor: fórmate, forma, apoya, cuida y guía a cuantos la Providencia ponga a tu alcance que, estando preparada, no te faltarán y menos en estos turbulentos tiempos. Una mujer puede ser madre de ¿10, 20 hijos biológicos? Pero está llamada a ser madre de miles de almas a las que puede ayudar a nacer a la vida eterna. Es una labor callada y muy poco gratificante, no sólo por los ataques del enemigo, sino porque de todos es bien conocido que, en este mundo, la Tradición no paga muy bien a sus leales, como ¡tampoco las grandes gestas de la historia de la salvación! El premio siempre será mejor Allá que acá. Por supuesto, esta labor debe continuarse en las distintas vocaciones a las que estemos llamadas, según nos lo permitan los consiguientes deberes de estado.
—Si eres casada, ayuda a tu marido y déjate ayudar en ese camino de santificación mutua, uno de los deberes fundamentales del matrimonio.
—Si eres madre… ya tienes bastante… Ya en serio, para llevar a cabo esa misión no te puedo dar más ideas. Ya los tienes ahí mismo, gateando o andando sin parar, reclamando tu constante atención. Sólo confirmarte en el inmenso valor de esas aparentemente insignificantes tareas cotidianas, agotadoras, interminables. Ahora sé por experiencia lo que me dijeron sobre esta época: los días son eternos, pero los años pasan volando. Es una etapa preciosa y aplastante que siempre añorarás, por increíble que ahora mismo te parezca.
¡Y aquí entráis también vosotros, hombres de la tradición! Es fundamental que estéis involucrados activamente en la crianza y educación de los hijos. Cuando la Iglesia establece que «los padres tienen obligación gravísima de procurar con todo empeño la educación de sus hijos, tanto la religiosa y moral como la física y civil, y de proveer también a su bien temporal», no basta con creer que se cumple con hacer la última parte, la de proveer, como dicta hoy el mundo: hay que participar en todo lo demás, en cada una de las etapas. Porque si no aprendes a escuchar la verborrea del niño de 2 años, no entenderás al adusto silencioso de 14. Y porque el buen ejemplo del que dice Royo Marín «importantísimo, insustituible», clave en la formación espiritual de los hijos, sólo puede darse formando parte real en la vida, en el día a día de tus hijos. Porque, con no aparecer, el mal ejemplo ya está dado.
No olvidemos que el proveer, que habitualmente recae también en la mujer, ahora lo hace de una de forma especialmente insidiosa por las draconianas condiciones laborales que impone la implacable economía liberal. Sistema liberal que, además en ese afán disolvente del tejido tradicional, ha hecho desaparecer completamente la red de apoyo de la que gozaban las mujeres de antaño. Una red formada por iguales que, de forma natural, sencilla y cercana, ayudaba a soportar la carga de obligaciones en los momentos más difíciles, daba apoyo espiritual o proporcionaba necesarios momentos de esparcimiento.
En definitiva, formar a los hijos requiere que padre y madre cumplan sus deberes lo mejor posible. Y, una vez empiecen a volar, sólo quedará encomendarles para que se cumpla el vernos todos juntos en la Gloria eterna, anhelo principal de todo progenitor.
Y para ese volar solos, no dejemos de trabajar para ofrecer a ese adusto silencioso de 14 años una organización estructurada que dé cabida a sus inquietudes y deseos de trabajar por la Causa. Fortalezcamos nuestros círculos, sobre todo presencialmente, para favorecer no sólo los lazos de camaradería, sino también para que vayan surgiendo actividades atractivas a adolescentes y jóvenes. No podemos permitirnos que acaben en casa o, peor aún, en organizaciones liberales barnizadas de patriotas que les den impresión de eficacia.
Mientras tanto, sigamos el ejemplo de la multitud de mujeres heroicas que nos han precedido y que, en cualquier estado y condición, revistieron su debilidad de una confianza ilimitada en Dios y, con la Virgen María como modelo, llevaron a cabo de forma admirable la misión sagrada que como mujeres nos ha sido encomendada.
Paula Gambra, Margaritas hispánicas
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