Semana Santa con los misterios dolorosos del rosario (II)

La flagelación de Nuestro Señor Jesucristo atado a una columna

Cristo consolado por los ángeles, por Juan Patricio Morlete

Meditaciones provenientes del libro Arco iris de paz, cuya cuerda es la consideración y meditación para rezar el santísimo rosario de Nuestra Señora, que recoge las consideraciones escritas por el P. Fr. Pedro de Santa María y Ulloa, O.P.

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Considera cómo estaba el Señor en aquellos parasismos, de tal manera despedazado, que ya no había carne que azotar, sino los huesos descarnados, como dijo nuestra Señora a santa Brígida (Lib. 1. cap. 10), con estas palabras: «como mi Hijo estuviese todo cubierto de sangre, y todo su cuerpo tan rasgado, que ya de los pies a la cabeza no había parte sana, en donde pudiesen azotarle, entonces uno de los que estaban allí, viendo que le mataban, asustado y temeroso del mal que les podía venir a los verdugos si le quitaban la vida antes de la sentencia, corrió y preguntóles: ¿que cómo sin estar sentenciado a muerte, le quitaban la vida? Y sin aguardar respuesta, sacó un cuchillo y cortó las sogas». Hasta aquí nuestra Señora a santa Brígida. Y ahora dice Roberto de Aquino (Art. 2. de Pas.), que así que le cortaron las sogas, cayó por muerto en aquel lago de sangre que estaba al pie de la columna, y allí estuvo palpitando, revolcado en su santísima y preciosísima sangre. Contémplalo allí, alma cristiana, cercado de verdugos que están esperando a ver si acaba de agonizar; y contémplalo cercado de ángeles, que asistieron a todo el martirio, y ahora le ven allí en aquel charco de sangre, caído en tierra, boqueando; y le ven juntamente en la gloria en trono de serafines adorado. ¿Qué sintieran si fueran capaces de sentimiento? Viéneles bien aquí aquel dicho del Profeta: que los ángeles de paz llorarán amargamente. ¡Oh altísimo Dios, y omnipotente Señor de la eternidad! dirían los ángeles, ¿quién así se os ha atrevido? ¿Quién os ha postrado, Señor de infinita grandeza y poder? ¿Quién os ha puesto en ese suelo tan humillado? Vos, que andáis sobre las plumas de los vientos, que os sentáis en tronos de querubines, ¿cómo está la vestidura de vuestra divinidad tan roja y tan despedazada? ¿Quién hizo este estrago? ¡Oh hombres ciegos, que no sabéis lo que habéis hecho! ¿No sabéis quién es ese que está ahí caído y anegado en su propia sangre? ¡Oh alma! Tú, que lo sabes, ¿qué dices? ¿Qué les respondes a los ángeles santos? Que tu amor fue el mayor verdugo, y que tus pecados fueron los azotes, esto has de confesar, aunque no quieras, y con eso los aborrecerás y los arrojarás de ti: sí, alma, sí, hazlo así, y con muy grande dolor; pues basta que ellos hayan dado tantos dolores a tu Señor para que tú los aborrezcas.

Considera con san Agustín (Serm. 2. de Pas. ad illa verb. Dent. 25. S. Laur. de triumph. Christ. reg. cap. 14), que viendo los verdugos que el Señor, caído en tierra, poco a poco iba volviendo en sí, de nuevo enfurecidos y embravecidos contra él, lo cercaron por todas partes, y juntos le volvieron a azotar por todo el cuerpo santísimo, sin reservar parte alguna; y habiéndole dado por las espaldas con sus malditos pies, y volviéndole boca arriba, le azotaron desde el santísimo rostro hasta los pies; pero por más que hicieron por matarle, no pudieron, y de cansados lo dejaron. Piensa en este paso, cristiano, que es lastimoso aún más de todo cuanto has leído hasta aquí. Míralos qué encarnizados, qué rabiosos contra un cordero mansísimo, caído en el suelo, revolcado en su sangre, y casi muerto, que no abre su boca, ni dice mala palabra, ni se queja de ellos; y con todo eso son tan crueles, tan impíos y faltos de compasión. Aprende por aquí a perder tu amor propio y a renunciar al de las criaturas. Mira qué solo padece tu Dios, qué desamparado, sin consuelo ni compasión de criatura alguna; porque a todos les pesaba de que no muriese, y todos se juntaron para que de una vez acabase. Llégate por allí, alma: véate siquiera el Señor que te entristeces de sus males y te duelen sus penas; que sólo eso bastará para algún género de alivio: uno solo que halle de su parte, eso le servirá de algún consuelo.

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